Capítulo Uno

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Pasó una semana después. Una semana que no sé cómo he podido sobrevivir a las torturas y castigos de Javier.
Me seguía preguntando si Daniel se había dado cuenta que estaba encerrada en un sótano y torturada.
Ahora era la sumisa de Javier. Con cada embestida y cada roce suyo, el estómago se me revolvía y no podía vomitar porque no quería que me viera vencida.
Había abierto últimamente los ojos y jamás me había percatado donde estaba. Solo los orgasmos de Javier me hacen débil y me hacían cerrar los ojos de nuevo para no verle.
Terminé de abrir los ojos y me percaté que estaba mirando desde arriba a Javier. ¿Cómo era eso posible?
Comencé a forcejear. Pero un ruido me sacó de mis casillas y comencé a mirar de lado a lado. Me había atado al techo con unas cadenas y unos billetes. Fue cuando forcejeé más fuerte para quitármelas, cuando me di cuenta de que me había puesto una mordaza en la boca. Y esta parecía ser más gruesa. Pero lo que más me hacía sentir extraña, era algo pegajoso que había sobre mi cuerpo. Solo vi algunas tiras negras y que estás pasaban por mi sexo.
Mantuve los ojos abiertos y lo único que vi, fue la risa malévola de Javier.
―Es increíble lo que se pueden hacer con unas cadenas bien pegadas a un sistema de poleas y un arnés de cuero ―escuché.
Comencé a forcejear para que me bajara. Pero no tuve éxito.
―Voy a tener que enseñarte varias lecciones más. Una de ellas es obedecerme.
Él se incorporó en la cama y en segundos noté algo sobre mis pezones que me hicieron gemir de dolor.
―Son unas tetas muy bonitas para unos adornos de navidad ―volvió a decir―. Martina, no hay peor cosa que pueda hacerle a una sumisa. He decidido que no voy a matarte, pero sí que te haré mi mujer de por vida.
Hizo una pausa.
―Voy a darte un castigo mucho peor que unos azotes para poder domesticarte.
Él estiró de la cadena que tenía puesta con las pinzas y comencé a gemir por ello.
En pocos segundos, se levantó de la cama y no se hacía a donde fue. Pero aquel dolor aún continuaba allí y me hacía sentir como una tonta frígida.
Comencé a notar como mi cuerpo descendía. ¿Tendría pensado compartirme con otros amos para recibir mi castigo? Tenía que verlo.
Tras estar encima de la cama recostada, volví a notar que él me ponía algo frío sobre las muñecas. Fue un chasquido para cerrar lo que me estaba poniendo en las manos, lo que me hizo entender que me estaba poniendo nuevos grilletes. Pero esta vez mis muñecas estaban juntas.
En segundos, noté su mano en mi sexo cuando apartaba algo de ahí y en breve, comenzó a tocarlo. Como si mi cuerpo fuera suyo tras adquirirlo en alguna de esas subastas.
Comencé a forcejear contra Javier. Y enseguida él me dio dos palmaditas para que me calmara. Pero eso no pasó. Eso me puso más nerviosa de lo que ya estaba. Sus manos eran para mí, como unas espinas muy punzantes que se clavaban muy despacio por mi cuerpo. Algo que comenzaba a dolerme como unas heridas recién hechas.
Él metió sus dedos en mi interior. Noté que me estaba haciendo daño, ya que sus uñas me rascaban como si quisiera quitarme algo.
Solo se escuchaba los balbuceos en toda la habitación. Tenía intenciones de dominarme, pero no de castigarme todavía.
―Me gusta que una mujer, reaccione a mí como lo haces tú ―dijo―. Cuanto más balbuceas y forcejeas, más cachondo me pones. Así me es más fácil correrme cuanto antes ―él me dejó de tocar―. Pero desde que forcejeas para soltarte me pongo más que antes.
En segundos, me levanté de la cama y nos miramos por unos segundos a los ojos. Pero me dio rápidamente la vuelta y volvió a bajar la mano hacia su sexo.
Noté que apartó algo que tenía sobre mi vagina. Era esa misma sensación pegajosa que antes.
―Estás mojada ―dijo―. Me gusta eso zorrita. Vamos a ver qué tal se te dan los orgasmos forzados. Incluso olvidarás que Daniel existe en tu vida y sea lo único que reclames
¿Qué has querido decir con eso? Lo odio.
Él dejó de tocarme y no lo volví a sentir. Por lo que vi la oportunidad de escapar.
Me moví hacia la salida. Pero Javier actuó a tiempo antes de que saliera de aquella habitación.
―No creas que vas a escapar tan fácilmente ―me dijo.
Javier me llevó hacia la cama. Le tenía miedo. No podía negarlo.
Ante la cama, él me puso a cuatro patas y cogiendo mis manos, las elevó hacia el techo. Lo único que noté después, fue que lo que me puso en las muñecas era algo corto. Y seguramente lo hizo para cerciorarse de que no me iba a escapar de nuevo. Cosa que haría cuando Javier bajase la guardia o tal vez no hubiese nadie en aquel lugar tan grande.
En pocos minutos, sentí un ruido muy extraño. Pero el dolor sobre mi clítoris, fue lo que me hizo estremecer y gemir más de lo que ya estaba haciendo.
Tras varios segundos con ese dolor en mi clítoris, ceso. Pero ese dolor intenso, pasó a mi ano.
Gemí más fuerte. Sentí ese estremecimiento, que lo único que hacía era que deseara morir.
Él paró. Supuse que ese dolor era porque me estaba embistiendo el ano.
En breve, sentí como me follaba la vagina y también que, a su vez, aquel ruido volvía.
El dolor en mi clítoris volvió y forcejeé para quitarme a ese hombre de encima.
―Te gusta cómo el vibrador te dilata tu delicioso coñito ―me dijo.
Forcejeé un poco contra Javier. Sentía la fuerza como me embestía. Solo quería que todo esto fuera una pesadilla.
Él comenzó a moverse más rápido y sentí como me estremecía aún más.
En pocos minutos, noté algo en mi interior. Algo que palpitaba y a mí me daba asco.
Tras varios minutos sin sentir a ese hombre moverse, sentí rabia porque no pude hacer nada.
Él salió de mi interior y no lo noté cerca.
Cuando recuperé la respiración, me puse un poco encorvada. Pero la luz dejó de estar sobre mis ojos. Supe que algo me había puesto en ellos. Sabía que era un antifaz, porque se me clavaba. Eran como esas gafas de buceo que se clavaban mucho cuando estabas sumergido tan profundamente en el agua.
―A partir de ahora, yo seré tus ojos ―dijo. ¿Qué quiso decir con eso? No quería dejarme sin ver nada―. Harás lo que yo desee y como yo quiera. Y mantendrás la calma.
Hizo una breve pausa.
―Ahora voy a encadenar tus manos a la espalda ―sentí un clic sobre mi cabeza―. Pero antes te pondré algo para que no pases frío. Espero que entiendas por qué hago esto.
No dije nada.
Él comenzó a tocarme y esta vez me dejé llevar por los sentidos, en vez de por los instintos.
―Llevarás este antifaz de metal puesto, hasta que aprendas a respetarme, sigas mis reglas y estés bien domesticada.
¡Domesticada! Quería decir que yo era un animal salvaje. El único salvaje que debería domesticarse aquí era él.
―Hoy cenarás conmigo y de rodillas ―volvió a decirme―. Así aprenderás lo que es ser una sumisa. ¡Entendiste!
Asentí mientras balbuceaba.
―Bien. Luego vendré a buscarte.
Tras dejar de sentir como sus manos me dejaban de rozar, unos pasos se escucharon. Entonces supe que se marchaba. No sé qué diablos tenía planeado conmigo, pero quería que aquello fuera una simple pesadilla. Una que quería que acabase cuanto antes.
Noté como se abría la puerta y se cerraba en segundos del lugar donde me tenía. Y supe que podía estar unos momentos en paz. Aunque ahora me hicieran prisionera con aquellos grilletes y aquel antifaz que Javier Lombardi me había puesto para no volver a escapar de sus manos.
Tras un cierto tiempo tumbada de nuevo y sin saber qué es lo que estaba pasando, sentí como la puerta del sótano se volvió a abrir y supe que Javier había regresado. Que había vuelto a por más.
Sentí sus pasos. Unos que se penetraban y no sabían hacia a dónde iba. Ya que solo había oscuridad en mis ojos.
Balbuceé para saber qué es lo que iba a hacer y me quitase el antifaz de mis ojos. Sin embargo, Javier no me hizo ningún caso.
Tras unos segundos de silencio, noté como algo me tocaba por detrás de mi espalda. Hasta que note un clic sobre mi cuello.
―No voy a quitarte el antifaz ni la mordaza. Así que tendrás que confiar en mí para llegar al salón de la fortaleza.
Balbuceé para que me soltase, pero no me hizo caso. Solo respondió a ello con empujar de lo que había puesto sobre mi cuello.
―Sigues respondiéndome con mucha fuerza. Voy a tener que quitártela de otra forma, Martina.
Eso es lo que pretendía, pero no lo era. Sólo que no quería dejarme vencer por sus dominaciones. Como tampoco quería que me quebrase la cabeza de nuevo.
―Vamos ―volvió a decir.
Él me levantó enseguida del suelo y comencé a pensar en si Daniel había notado mi ausencia en una semana.
Me hizo caminar a oscuras por la habitación y lo único que me quedaba era guiarme por mis instintos.
Tras unos minutos él paró de caminar y me puso de rodillas.
En breve, me quitó la mordaza de la boca y me empezó a dar algo de comer. Sin embargo, no quise decirle nada. Ya que sabía las consecuencias de ello.
―No sé por qué has cambiado tanto en las últimas semanas, Martina ―me dijo―. Hemos estado bien hasta que Daniel entró en nuestras vidas.
Pero no le respondí.
―Cuando te diga algo, espero que me respondas ―volvió a decirme.
―Tú lo cambiaste ―le respondí―. Tu forma de poseerme y el hecho que te has acostado con otra para traicionarme lo cambió todo.
Hice una breve pausa y después volví a decirle:
―No sé cuánto tiempo me has visto la cara y te has estado acostando con otra mujer, pero cada uno recibe su propia medicina.
De pronto, la luz llegó y bajé la mirada para poder recuperar mi visión tranquilamente.
―No sé cuánto tiempo me viste tu a mí la cara de estúpido ―me dijo―. Pero el día en que descubrí que te estabas acostando con Daniel, se me revolvieron las tripas y decidí hacerte lo mismo. Aunque en realidad he sabido satisfacerme del buen sexo durante unos días. Ya que tú me privaste de lo que tanto he ansiado desde que empezaste a acostarte con ese Hamilton.
―Si eso es así, ¿por qué no me dejas marchar?
―Porque eres la mujer más buscada de todo el mundo y, aun así, sigues siendo mi señuelo hasta que yo lo decida. Hasta que me canse de ti y decida matarme o entregarte a la policía.
―Jamás me vas a matar Javier. ¡Sabes por qué! Porque a pesar de todo, aun me sigues amando, aunque te acostaste con otra. Y antes de ser más tu señuelo, prefiero entregarme a la policía yo misma, aunque me caigan veinte años de cárcel o más.
―¡Estás loca! Y como tal no pienso soltarte para que cometas una estupidez aún mayor.
Sin embargo, no le dije nada. Solo espere un bocado de su parte.
Tras haber terminado de cenar algo, Javier no me llevó aquella noche al sótano. Si no, a la habitación que habíamos compartido juntos.
Ahí, me tumbó y me ató los pies para que no me moviese en toda la noche.
Le odiaba y cuando confiara en mí de nuevo, tendría que hacer algo para acabar con ese infierno. O este me perseguiría hasta el fin de mis días.
Javier me arropó después de una larga semana pasando algo de frío en el sótano y en breve, se acostó a mi lado. Donde en segundos puso su mano en mi sexo.
Él no me dio las buenas noches. Solo se hizo silencio en la habitación.
En ese silencio, cerré mis ojos y me quedé profundamente dormida.

Yo Gano. Ya No Soy Tuya (Algo Prohibido #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora