Septiembre: parte 1

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Jueves por la tarde.


Con el otoño dispersado entre las hojas anaranjadas caídas en el suelo, Chu Wanning estaba de pie frente a una pequeña cafetería, mirando atentamente el cartel de madera colgado en lo alto.

Un paraguas transparente lo cubría de las gotas cristalinas que caían de las nubes grises en el cielo.

No había nadie esperándolo en casa. Así que, ¿Por qué no darse un pequeño gusto?

Aunque estuviera solo, el murmullo de la gente alrededor sería compañía suficiente. Como siempre lo había sido.

Si fuera una mentira que se decía a sí mismo para mitigar la soledad de su alma… bueno, eso no tenía importancia. 

Suspirando con pesar, empujó la puerta de la tienda y entró.

El tintineo de la campana dio la bienvenida a su presencia. Recorriendo el establecimiento con una mirada rápida, escogió una mesa al fondo. Estaba un poco oculta de los demás, pero tenía una ventana que daba a la calle muy bonita.

Después de decidir su pedido, sacó el portátil de su bolso y miró la pantalla. Por alguna razón, la atmósfera actual había traído buenas ideas a su mente y parecía un buen momento para explayarlas en palabras escritas.

Con un plato y taza extendidos ante él con lo que había ordenado, respiró hondo y empezó a escribir. 

El repiqueteo de la lluvia cayendo empezó a formar danzas y cantos alegres que viajaron como gasas ondeantes por la página blanca en la pantalla de Chu Wanning, que gradualmente se llenaron de letras negras.

Solo unos minutos más tarde, la campana volvió a sonar, saludando a nuevos clientes.

Después de que Mo Ran abrió la puerta del local, su corazón dio un vuelco inesperado.

El agradable olor a haitang mezclado con el algodón de azúcar invadieron sus fosas nasales. Era un aroma casi imperceptible y muy suave. Llegó a su corazón como el reconfortante abrazo que codició tenazmente durante años, llenándolo de un sentimiento indescriptible. 

¿De dónde podría provenir algo así de ameno?

De pie en el mismo lugar desde que llegó, comenzó a divisar todo a su alrededor, intentando encontrar la fuente de aquella fragancia. 

Allí, en el fondo de la cafetería, sentado en una mesa solitaria, lo encontró.

Su corazón se aceleró con furia y su garganta se secó.

Era un hombre sumergido en su propio mundo. Cabello castaño, una nariz fina y pulcra, y unos labios en una línea recta. Sus ojos estaban cubiertos por unos anteojos redondos que, sumado a su mirada baja, no le permitían verlos con claridad, pero parecían tener la forma de las alas extendidas de un fénix.

Sus rasgos fríos y distantes se desdibujaban a cada segundo. Debido a la concentración en su computadora, su nariz se arrugaba con regularidad, al igual que el leve fruncimiento de su ceño. Comía porciones pequeñas de su pastel, y sorbía su bebida en pequeños tragos.

Pura y totalmente adorable.

Parecía ajeno a este mundo terrenal. Sin siquiera sentir la mirada ardiente sobre él. 

Mo Ran no podía notarlo del todo, pero parecía una persona esbelta y, esas muñecas huesudas que se podían ver a través de su suéter blanco, parecían frágiles, como si al primer toque de sus manos grandes y ásperas, pudiera quebrarlas.

Un rayo atravesó los pensamientos desviados de Mo Ran.

Una belleza invernal divina.

Inalcanzable

La Brisa del Haitang me Trajo un Cálido Hogar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora