No habría sido cosa de más de unos minutos antes de que el "impresionante" acto hubiese terminado. Miu de hallaba frente a ellos, total y exactamente igual que como estuvo antes. ¿Había pasado algo? Tanto la Liebre y el Sombrero como Miu voltearon a ver al tiempo, quien se mostraba confundido. Miraba a Miu con un deje de sospecha, mientras pensaba para sí mismo que pudo ir mal. El proceso había fallado, parecía que Miu era inmune a la bendición del tiempo, por lo que no podía ser recreada y adaptada al País de las Maravillas. Lo cual solo podía significar una cosa: ella tenía su mente y alma manchadas por el egoísmo. Pero el Tiempo no podía revelar semejante cosa a los demás delante de Miu.
—Pues parece que, con certeza, no ha funcionado. Miu no puede ser bendecida ni recreada.
—¿Cómo así, señor Tiempo? Siendo usted la ente suprema de nuestro mundo. —cuestionó con intriga la Liebre. Miu, por su parte, se hallaba estupefacta, y sobre todo, frustrada. ¿Por qué nada le salía bien? ¿Por qué no podía tener lo que deseaba al menos una vez? Si no podía quedarse, tendría que cumplir su parte del trato con el Sombrerero y cruzar el Altar del Fin para volver a su mundo. Y no quería, se negaba.
En un arranque de desesperación, Miu salió corriendo, descendió rápidamente las escaleras y desapareció en ls espesura del bosque. La Liebre estuvo atenta en todo momento a sus pasos, manteniendo unicada a la rubia en todo momento. El Sombrerero, por su parte, volteó a ver al Tiempo, quien se encontraba negando con decepción ante las acciones de la chica.
—¿Qué ha pasado realmente? —cuestionó con seriedad, sabiendo que, si el Tiempo no podía hacer algo él mismo, debía ser serio el asunto.
—La chica, Miu, ha sido torcida por el egoísmo. Puede que sus intenciones alberguen algún motivo oculto que se niegue a revelar.
—¿Tiene motivos ulteriores esa súplica que ha hecho antes? —cuestionó la Liebre, sorprendida. Miu de veía tan sincera cuando hizo su petición.
—Se niega a mostrarlo, pero parece ser que sí. Esta Alicia es de temer. Debemos tener cuidado, ahora que está desesperada al ver sus motivos frustrados, no sabemos lo que es capaz de hacer.
—¡Socorro, socorro! —exclamó una vocecilla chillona desde los pisos inferiores. —Señor Tiempo, señor Tiempo. La Reina, es la reina. ¡La Reina ha entrado al bosque!
Pronto, un pequeño cervatillo empujaba la puerta. Cojeaba su pata trasera y jadeaba incesantemente. Había hecho un gran esfuerzo para cumplir su misión e informar de la desventura. La Liebre se mostró alarmada, horrorizada incluso, el pelimorado se tornó serio y el Tiempo palideció.
—¡Liebre, llama al Conejo Blanco! Debemos impedir que Miu se cruce con la Reina. Quien sabe lo que es capaz de hacerle esa arpía.
—¡De prisa, de prisa! -chillaba la Liebre al correr y bajar las escaleras. —¡Debo darme prisa! ¡Pariente mía, Conejo Blanco! ¡Una desgracia ha ocurrido! -exclamó habiendo bajado a saltos las escaleras antes de perderse en el bosque.
—Y usted, señorito, permanecerá aquí hasta que hallemos a nuestra Alicia. —habló el Tiempo, ahora refiriéndose al Sombrerero.
—¿Por qué es eso?
—La Reina y tú no deben encontrarse hasta que llegue el momento adecuado. En su estado actual, solo será la víctima de sus garras. Saldré y daré refugio a tantos habitantes del bosque como pueda, tu deber será proteger a tu gente. No me defraudes, ese es tu hogar, y ellos son tu gente. -habló el pelimagenta, ahora en un tono más comprensivo. Poco después, él también se marchó.
El pelimorado, en espera aún, dio agua pura de beber al cervatillo, quitó la maleza de sus patas y su pelaje y limpió y vendó sus heridas, para el gran alivio de la criatura, que pronto quedó presa del sueño mientras su pequeño lomo era acariciado con parsimonia. Hará cosa de media hora después cuando empezaron a ingresar los demás animalillos, tanto en formas primitivas como en sus posteriores adaptaciones. Y el de hebras moradas repitió el proceso una, y otra, y otra vez. Atendía a los heridos, dio de beber y comer a los necesitados de alimento, los agrupó y dio espacio a todos para garantizar la convivencia, hasta que finalmente, el ingreso de los mismos cesó. Los animalillos descansaban en paz tras haber sido cuidados y sentirse protegidos. Su señor estaba con ellos, no tenían nada que temer. Se arremolinaban alrededor suyo, con sus pequeñas pancitas hinchándose con sus minúsculas bocanadas de aire, proveyendo al chico de un calor agradable emitido por sus pelajes suaves y esponjosas colas. Y allí esperó, minutos, horas... Cayó la noche, y se permitió violar sus horarios de sueño, vigilando a cada criatura bajo su cuidado y mirando con ansias la gran puerta por la que la Liebre, el Tiempo o el Conejo blanco deberían llegar.
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Crazy Little Wonderland [Kokichi Ouma x Reader] © RoseSanae55
Fanfiction[REMAKE] Muchas personas odian su vida actualmente, no vamos a mentir al respecto. Deciden aceptar la realidad antes que sumirse en las fantasías para que el golpe que haga trizas ese mundo no acabe por derrumbarles a ellos también. La fantasía no p...