Capítulo 4

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A aceptar sus sentimientos. Eso era a lo que Regina le tenía miedo. A amar de nuevo, soñar con un final feliz y que de pronto él... Cerró los ojos un momento e inspiró hondo cuando estos se le llenaron de lágrimas.

—¿Qué pasa? —preguntó preocupado. Le acarició los brazos con los pulgares, tratando de brindarle confianza y confort para que le contara.

—Tú no quieres estar conmigo —dijo, tragó pesado y abrió los ojos para encararlo. Lo vio abrir la boca con sorpresa y negar—. Por si no lo has notado, aquel que está conmigo termina muerto —sonrió con tristeza y alzó poquito los hombros—. No quiero vivir eso. No otra vez. —Estuvo envuelta entre los musculosos brazos de pronto y pegada al cuerpo desnudo, cálido y acogedor de David.

Se le apretó el corazón al escucharla y la entendía. Cualquiera en su lugar lo pensaría mucho para atreverse a amar de nuevo. Perdió a su amor verdadero siendo muy joven y después al hombre que según el polvo de hadas era su segunda oportunidad en el amor. Robin murió, aunque Regina cambió, que se redimió y sacrificó una y otra vez para salvarlos. Nada de eso impidió que el arquero perdiera la vida y que no se pudiera hacer nada para cambiarlo.

La reina se deshizo del abrazo tan pronto como sintió que rompería en llanto. Caminó hacia la cama, puso las manos en su cintura, respiró hondo y se dio la vuelta hacia él encontrándose con que el príncipe mantenía un porte firme y decidido, que le dejaba claro que no desistiría.

Era tanta la seguridad que transmitía que la hacía pensar que era posible. Que con él podía tener al fin eso que siempre había deseado y que le había sido arrancado por la vida misma de la peor manera. Se cruzó de brazos en un intento de autoprotección. Podía ver la mirada sincera que David le dedicaba, consiguiendo con ello crear una extraña atmósfera íntima que nada tenía que ver con el hecho de que siguiera desnudo. Era algo profundo, honesto y sobre todo real.

—Las cosas tienen qué ser distintas para nosotros —habló decidido y se acercó a ella que se limitó a verle con la hermosa mirada vulnerable y llena de esperanza. Se detuvo cuando estuvo a nada de ella. Le sonrió con ternura y alargó las manos para tomarla del rostro alzándoselo un poquito—. No me voy a morir por amarte —aseguró y se inclinó para besarla. Las delicadas y finas manos le sostuvieron por las muñecas con firmeza. Por un momento estuvo seguro que le detendría, porque se tensó cuando la besó, pero de pronto, Regina se rindió y respondió el beso que le estaba dando.

Lo hizo con intensidad, pasión y arrebato. De un momento a otro estuvieron de nuevo sobre la cama. Regina lloriqueando de placer mientras David la embestía fuerte y duro a petición de ella.

—Prométeme que no me vas a dejar —pidió la reina mientras sujetaba al príncipe por el rostro, con el pene de este entrando hasta lo más profundo en ella.

—Nunca te voy a dejar. Lo prometo —agachó la cabeza para besarla y la siguió penetrando con ímpetu.

La hizo venir un par de veces, permitiendo que Regina disfrutara por completo de ese momento. Ella decidió montarlo y David no puso objeción. Era un espectáculo único verla mientras cabalgaba su miembro que empezaba a dar tirones anunciando el orgasmo que ya no quería frenar. Necesitaba venirse.

Aferró a Regina por la cintura sosteniéndola para sacar su miembro y de inmediato movió las caderas para restregarlo contra el ardiente sexo de la reina que gimió gustosa. Se esmeró en hacer fricción con el hinchado clítoris y no descansó hasta que la tuvo temblando con fuerza presa del orgasmo y entonces sí, se empezó a derramar justo cuando recibió a Regina entre sus brazos. Lo hizo entre los cuerpos sudorosos y calientes de ambos.

Ninguno de los dos dijo nada mientras estuvieron sumidos en el cálido abandono que viene después de tener sexo. El tacto y el olor de la piel del otro les resultaba embriagador.

AislamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora