1. La estatua

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Narradora: Valeria.

—Busco, busco, y busco, y no encuentro nada —se queja mi mejor amigo; Esteban.

Lo ignoro y sigo mirando las piezas del enorme museo. Son de cera, eso es obvio, pero no me cuadra su forma; es como una persona donde sus ojos se disponían a observar hacia sus costados, haciendo que estos parecieran como los de un bizco. De tal manera en que se notara cómo si tuviese la necesidad de vigilar ambos puntos.

A la derecha solo se encuentra una pequeña estatua de un niño mendigo, con una bolsa en la espalda, nada interesante.

A la izquierda solo está la enorme puerta de salida.

Alto..., hay un pequeño agujero en la pared, pero está..., está muy arriba.

¡Sí claro! Ni que yo fuese elastigirl.

Pero tengo que ver que hay ahí dentro...

—Vale, todo el mundo piensa que estas loca, deja de mirar, no hay nada allí —ordena Esteban, y yo lo miro enojada.

—No estoy loca, y voy a seguir investigando, además —Miro hacia un lado y estaba Cecilia, una mujer cuya existencia me enfada, y de la cual no dejaba de tener la mirada en mí. Lancemos una indirecta—; me entra en un oído y me sale por el otro lo que digan de mí —Mascullo en un tono de voz, el cual ella me lograra escuchar—, a nadie le importa lo que yo haga o no haga, ese no es su problema —La miro—. Hola, Señora Cecilia, ¿Como está? —Esta me observa seria, se da la vuelta como la dama que finge ser, y se va.

—Se lo merecía, pero enserio, vámonos, estas estatuas me dan miedo —Tiembla mirando lo que está detrás mío; la estatua virola 

—Vete tú, yo me quedo —proclamo y me doy la vuelta 

—No te puedo dejar, le prometí a tu mama que estaría pendiente de ti... —detiene sus palabras abruptamente, provocando que me diera la vuelta, para verlo con cara de pocos amigos.

—¿Que mi mama qué? —cuestiono y me acerco a él para infundirle miedo. Este retrocede.

—Nada —responde nervioso.

—Si no me dices —comienzo a amenazar—, le contaré a mi mama que te gusta mi hermana. Te puedo asegurar que no te dejara ir a visitarla, y mucho menos te invitará a comer sus ricas y muy nutritivas galletas de avena. —Mi dedo índice lo apunta con severidad, mientras que mi dulce amigo, negaba con miedo en su rostro.

—No puedes hacer eso, mis galletas, tu hermana... —musita con clara objeción.

—Pues, entonces; suelta la sopa, cariño —invito con los brazos cruzados 

Suspira derrotado y dice;

—Tu mamá me contrato para que te cuidara y no permitiera que te acercaras al nuevo que llegó ayer —responde sin más opción, y yo me quedo boca abierta 

No entiendo porque mi madre me sobre protege tanto. Ella cree que no me puedo cuidar sola. Además, ni he visto al nuevo, solo sé que se mudó y que todo el mundo dice que ya se establecía aquí, pero con anticipación, podría afirmar que es una de las tantas cosas que no recuerdo.

—¿Por? ¿Es un ladrón, secuestrador, narcotraficante o algo así? —indago y mi amigo niega.

—No, el es un chico normal, solo que no queremos que te acerques a el —explica y yo asiento leve con mi cabeza.

Aquí hay gato encerrado, pero en estos momentos solo me importa mi investigación. No pararé hasta descubrir la verdad, su historia, sus características, su origen, sus raíces. Okay, creo que exagero. 

—Olvídalo, Esteban, vete, no te necesito —Me doy la vuelta para mirar de nuevo la estatua virola.

—Loca —susurra a mi espalda antes de marcharse.

—Tu abuela —bufo y vuelvo a lo mío después de decir eso.

Rondé por todo el museo y analicé cada mínimo espacio. Me fascina saber que aquí, años atrás, habitaron personas que tuvieron hambre, experimentaron el miedo, la angustias y la felicidad.

Tuvieron una historia, que gracias a un maldito; no puedo descubrir.

Tengo que encontrar una muestra que me lleve a algo que por lo menos, me señale donde empezó todo. Esos hombres no pudieron deshacerse de todo, ¡eran cosas antiguas y valiosas! Deben estar ocultas en algún cuarto de algún rincón de este enorme museo, pero, ¿donde?

—Por favor, todos dirigirse a la salida del museo, estamos a punto de cerrar —avisa el guardia que cuida el museo.

Salgo de la galería y camino hacia mi casa, la cual no queda tan lejos, ya que este pueblo es muy pequeño. Nadie necesita auto, y los que tienen, de seguro es porque les da pereza caminar o porque son del centro. Ellos si tienen la obligación de adquirir uno, ya que salen de viaje casi todos los días en busca de mercancía para vender.

Siempre he querido salir de este pueblo, he querido explorar nuevos lugares, leer sus historias e investigarlas.

Claro que primero, me gustaría mucho  descubrir la mía..., la de mi pueblo.

Por cada calle que camino, todos me miran y niegan con decepción. No pregunten porqué, ya que ni a la que miran; sabe.

Diré la verdad; hay algo en mi por descubrir. Recuerdo mi vida hasta un punto, y ese límite es en un hospital hace 3 años. Desde allí no recuerdo nada más. Ni siquiera pequeños recuerdos de mi niñez, tampoco de mi cumpleaños número 15, ni de mi graduación de bachiller. Nada.

Mi madre dice que eso es normal, que es porque estoy creciendo, y que los recuerdos se van desvaneciendo. Pero yo no creo eso..., siento que falta algo en mi, algo que me hace yo, pero que no lo consigo obtener.

A veces cuando estoy soñando, una voz masculina me dice cosas bonitas al oído, otras veces, estoy en el lago, sentada en el puente y un chico se sienta a mi lado tomándome de la mano. En otras ocasiones, me veo corriendo en el pasto de un jardín, huyendo de un chico que me sigue enojado, gritando mi nombre hasta que me atrapa y me hace cosquillas. A ese chico no le puedo ver la cara, pero siento que esos sueños son reales, son como un deja vú.

Percibo  que mi cabeza va a explotar de tanto pensar.

—¡Ma! —grito para que me abran la puerta. Toda la calle me mira, así que me encogo de hombros.

Unos buitres son esas personas.

—¿Tienes que gritar así? —inquiere mi hermana enojada y me abre la puerta.

—Sí —respondo a secas, entrando a la casa. Me dirijo a mi cuarto ignorando los gritos de mi madre quien me llama para interrogarme. La conozco bien para deducirlo.

Me tiro a mi cama y me quedo mirando al techo.

No dejo de reflexionar en ese chico de mis sueños.

Mi mente revolotea por el porqué no recuerdo mi niñez y en como voy a descubrir la historia de Villa del sol.

También cuestiono la razón en que mi mama me prohíbe conocer a chicos. ¡Joder! Tengo 18 años, ¡me siento monja!

La Piedra De La VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora