—¿Por qué cerraste la puerta?
—No quiero que los vecinos se alarmen ahora. La reputación del edificio está en juego, la de mis patrones, y mi trabajo también —Le explicó el hombre—. Imaginate que todos se enteren que durante años hubieron cuerpos escondidos debajo de uno de los apartamentos... se volverían todos locos. Ya nadie querría vivir acá.
—Sí, sin dudas yo ni en pedo me quedo otra noche acá —admitió Rodrigo.
—Hay que manejar esto con mucha discreción.
—Entiendo... creo. Por cierto, creo haber oído ruidos arriba.
—¿Quiere que me vaya a fijar? —Rodrigo asintió, tal vez no tan convencido—. Bueno, pero acompáñeme. Ni en pedo voy allá solo.
—No, yo me quiero ir de este lugar. Va a ser mejor esperar afuera —propuso Rodrigo envuelto en miedo otra vez.
—¡No me vas a dejar solo acá, gurí! —rezongó el sereno dejando las formalidades de lado—. Yo también estoy cagado hasta las patas como vos.
—Bueno, andá a ver rápido y volvés enseguida, ¿escuchaste? —Le ordenó Rodrigo, desviando su mirada hacia el uniforme que tenía el hombre. Ahora que lo tenía más cerca pudo notarlo. Se llamaba Nestor Silveira.
Nada raro habría con ese nombre, excepto que allá abajo había encontrado una foto de una chica joven con el mismo apellido. «¿Tendrá algo que ver con la gurisa de la foto?», se preguntó intrigado. Le parecía raro que supiera tanto, tal vez más que lo que un simple guardia de seguridad podría saber. Su cabeza explotaba, ya no podía pensar bien. Solo quería salir corriendo de aquel lugar, y aún más cuando sintió que alguien desde afuera trancó la puerta, dejándolos encerrados a ambos en aquel horrendo lugar.
—¡¿Hola?! ¡¿Quién está ahí?! —Rodrigo forcejeó la puerta, golpeó y nadie contestó a su llamado—. ¡Déjennos salir! ¡Ayuda! —Siguió forcejeando pero fue en vano. Estaban atrapados—. ¡Nestor! ¡Nos encerraron! ¡Bajá ya!
Rodrigo fue corriendo hacia su cuarto por el cargador. El celular apenas comenzaba a recargar fuerzas para funcionar. La pantalla indicaba uno porciento de batería.
—Dale, dale, prendete —Rodrigo estaba en un ataque de nervios como nunca antes lo había sufrido.
Su celular tardó en prender, pero cuando finalmente lo hizo, se dió cuenta que había recibido un Whatsapp del dueño del edificio, aquel que le presentó el apartamento y le hizo firmar el contrato de alquiler. El mensaje decía:
Hola Rodrigo, espero que no te lo tomes personal, porque para mí no lo es. Pero no puedo dejar que se sepa el secreto de lo que ahí pasó. Sería el fin de mi negocio... espero que lo sepas entender. Ah, y gracias por adelantarme tres meses de alquiler, gracias a vos durante ese tiempo nadie más va a tener que morir.
Justo arriba del mensaje, no aparecía ninguna foto como antes sí lo hacía. Parecía que el contacto había dejado de existir, o lo hubiera bloqueado. Rodrigo estaba indignado y llorando de impotencia. Tenía la esperanza de que aquel tipo escuchara su mensaje.
—¡Hijo de puta! ¡Vos sabías todo y nos dejaste acá encerrados con los fantasmas de dos psicópatas sueltos! ¡Dejanos salir hijo de re mil puta! —Le gritó llorando, pero su audio no sería escuchado más que por él mismo.
Cuando las cosas parecía que no iban a empeorar, todas las luces se apagaron, quedándose sin electricidad.y nuevamente en medio de la oscuridad. El celular apenas tenía un tres porciento de batería, y Nestor aún no bajaba.
—Nestor... bajá la re puta que te parió —gritó con la voz temblorosa, pero no obtuvo respuesta alguna.
Rodrigo no sabía qué hacer. Estaba solo y temiendo lo peor. La oscuridad era absoluta, no solo en su habitación, sino en la sala principal, hasta que se acercó lentamente a la puerta y vió cómo el televisor se encendió con una imagen que no contenía más que múltiples granitos blancos en su pantalla y el ruido blanco propio de una señal cortada. Aunque aquel sonido inquietante pronto se convertiría en uno sumamente agudo, capaz de perforar los tímpanos mientras la pantalla del televisor cambiaba a una serie de barras de color, para finalmente dar paso a lo que más lo perturbó. La señal se había recobrado, pero no parecía ser de ningún canal conocido, o de alguna señal que pudiera reconocer. Tampoco parecía ser algo actual... sino, algo viejo, una transmisión de hace algunas décadas atrás, y de la cual se desprendía una inquietante música estridente dando paso a la voz de un locutor que tenía la extraña habilidad de impregnarse con su voz de ultratumba en tus recuerdos para siempre, y que decía lo siguiente:
—CXBTV Canal 5 – Uruguay: Al servicio de la comunidad —Comenzaba el inquietante locutor dando paso a un silencio sepulcral de un par de segundos que sería interrumpido por la foto de una chica... la misma que estaba en aquel sótano extraño—. Pedimos ayuda para localizar a Mercedes Silveira de dieciocho años de edad, no se sabe nada de su paradero desde el año 2000. La última vez que se la vió, estaba en compañía de dos personas mayores. Su padre Nestor Silveira agradece cualquier información y ofrece recompensa.
«¿Él es el padre de Mercedes?», se preguntó Rodrigo a sí mismo. Pero lejos de aclarar cualquier duda, solo incrementaba más la sensación de desconcierto que le dejaba todo este misterio. «¿Qué hace él acá entonces, y después de tanto tiempo?» pensó.
Luego de un silencio perturbador, aquella voz infernal prosiguió con dos nuevas fotos, o mejor dicho: dos retratos hablados que le helarían la sangre a cualquiera que los viera a altas horas de la noche. Sus miradas eran frías, inexpresivas, carentes de cualquier vitalidad, pero sin embargo, te veían directamente al corazón para estrujarlo y meterse como un intruso en tus recuerdos sobre todo a altas horas de la noche, como era el caso.
—Pedimos ayuda para localizar a Marta Morales de cincuenta y cuatro años, y a su esposo Ernesto Muniz de cincuenta y nueve. La última vez que se los vió fue en el año 2000 junto a Mercedes Silveira y desde aquel entonces no se sabe nada de su paradero.
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Se oculta en las sombras
HorrorEl terror más profundo en el inconsciente colectivo de la humanidad, se esconde siempre en la oscuridad. En el rincón más abandonado de la cotidianeidad. Lugar donde yace el peligro como un depredador hambriento de miedo, y al que intentamos huir de...