El horror del espejo - PARTE 2

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Su madre, presa de la angustia, recorrió todos los pisos en busca de sus vástagos, y en el camino, pudo atisbar en algún que otro aposento, lo que serían pedazos de cristal con manchas de sangre escurriéndose entre las maderas. La escena solo consiguió acelerar aún más su miedo, y la incertidumbre de no encontrar a sus hijos ni en el más oscuro y alejado lugar de la luz, rápidamente logró internarla en la más retorcida desesperación. Siendo víctima del constante alarido perturbador de Ana, que resonaba en su mente procediendo como un descenso a la locura por cada escalón que subía.

Finalmente, pudo llegar al lugar donde se originó el aterrador bramido, encontrándose únicamente con aquel espejo deteriorado. Las maderas chirriaban con cada paso, dando la absoluta sensación de colapsar en cualquier momento.

A pesar de buscar en cada rincón, de despojar a cada objeto dentro de esa sala de los mantos rojos que los encubrían, no pudo encontrar más que baratijas sin utilidad alguna. Volvió su mirada al espejo, seguramente sus hijos habrían tenido un fatal accidente con el mismo, puesto que se veía severamente desposeído de gran parte de su enorme cristal. En el piso, justo frente a él, se percibía un leve camino de sangre, al que se vio dispuesta a perseguir. Empero, fue detenida por una voz profunda y demoníaca que seguramente no era de este mundo, tal vez se tratase de un sádico demonio que se había escapado del averno y quería poner a prueba sus perversidades, jugando con una incauta creyente como ella.

—Ese rastro de sangre no conducirá hacia el designio de tus vástagos —Le dijo esa siniestra voz proveniente del espejo—, encontrarlos jamás podrás entre los límites metafísicos impuestos por el horizonte terrenal —Aseguró con fervor, mientras los ojos del rostro dorado que reposaba en la cima de aquel objeto mágico, se tornaron de un rojo brillante con el objetivo de captar por completo la atención de Victoria—. Los caminos labrados con su sangre no te llevarán hacia ellos, solo yo, soberano magnífico y omnisciente de las dimensiones secretas, sé dónde su destino ha ido a parar.

—¿Qué eres?, ¿de dónde vienes? —Le cuestiona aturdida entre sollozos—, ¿qué perversidad has hecho con mis hijos?, ¿en cuál de los infiernos los tienes encarcelados? ¡Anhelo que me los traigas de regreso, así tenga que pagar con mi propia vida por ellos!

—Entre dos desafíos deberás escoger si a tus niños añoras con volver a ver... Como podrás observar, tus infantes han destrozado una parte importante de mi esencia atravesando el cristal, lo mismo podría suceder contigo si osas en atravesarlo. Pero a cambio, te concederé la más conveniente alternativa. Restituidas han de ser todas las partes que se han perdido de mi esplendoroso cristal, o a cambio, te obsequiaré la oportunidad de cumplir la más jugosa, pérfida y abominable fantasía que jamás hayas tenido... vamos, yo sé que en el fondo lo desearías con cada una de tus fuerzas, y más aún sabiendo que tus niños en un peligro inminente estarán.

El diabólico espejo no hacía más que mostrarle imágenes de sus hijos perdidos explorando aquel lugar encantado, y parecía regocijarse con el sufrimiento de la desdichada madre. Ella, sin embargo, aceptó el desafío de reconstituir cada una de sus piezas, parte por parte, sin siquiera contemplar la alternativa de cumplir su más añorada fantasía oscura, porque simplemente era perversa, y ante la sociedad la haría ver como un monstruo. No podía dejar que el espejo tomase control tal, no debía por nada en este mundo.

—¡Debes darte prisa, mi querida dama en apuros, que desgastados quedarán los rastros de sangre con el pasar de cada minuto, y el camino a tu victoria perderás! Por mientras, tus criaturas bien cuidadas estarán.

Los días venideros al fatídico hecho se perdieron entre una búsqueda del tesoro interminable y macabra, siguiendo los caminos de sangre que iban dejando los cristales por todos los sombríos pasillos de la mansión. Día y noche buscando aquellas piezas cristalinas que se escurrían como el agua por los tres pisos de aquel inmenso palacio. Al cabo de un par de días, solo había encontrado una pieza detrás de un mueble putrefacto, en el que se vio obligada a extender su mano entre alguna que otra telaraña que aún perduraba. Reparando en el sórdido andar de una araña que se paseaba por su mano con sus finísimas patas, y que con cada paso que daba, sentía un tenebroso escalofrío en sus entrañas, empero, debía pasar por ello para salvar a sus niños de un terrible destino.

Se oculta en las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora