Hoy me siento más cansado que los días anteriores. Mi cuerpo me pesa, como si mi diminuta existencia pesara sobre mí cientos de toneladas, como si la sangre que corriera por mis venas se hubiese coagulado y convertido en un drenaje de basura interminable. Desechos que perturban mi mente desde hace tanto, ya he perdido la noción del tiempo y del espacio, no consigo distinguir al sol de la luna en mi refugio lleno de oscuridad, donde he hundido en alcohol la melancolía de mis taciturnos recuerdos, que penetran en mi alma como un puñal envenenado de vanas promesas que se fueron como hojas de otoño arrastradas por el viento.
Hoy no puedo sentir mis piernas, que convulsionan en el intento de mantenerme en pie. Me cuesta despegar los pies del suelo, cada paso es un martirio, es un clavo que perfora mis huesos y permanece enterrado como una estaca, impidiendo siquiera mi andar.
Hoy me cuesta respirar, me ahogo en un eterno suspiro que llena de escalofríos mi corazón. De mis labios se escapa una parte de mi alma en cada jadeo que doy, y se posa frente a mi rostro convirtiéndose en una demoníaca premonición sobre un desahuciado porvenir.
Hoy siento un temblor en todo mi cuerpo, la casa es más gélida que aquellas personas que no sienten compasión por los demás, que no saben lo que es la empatía, y que no la tuvieron conmigo, ni en mis más profundos pesares que partían a este espíritu miserable en mil pedazos.
Hoy el día es oscuro, a pesar de apenas haberme levantado de mis frías sábanas. La claraboya que adorna la sala principal del lugar ya no presume sus coloridas vidrieras, al contrario, lucen grises, opacas, con una suciedad acumulada en su interior.
Seguro aún sigo dormido, tal vez esté sufriendo una parálisis del sueño y por eso mi cuerpo pesa, el día es opaco y en los vitrales veo la extrañeza que siquiera un loco podría imaginar.
Sin embargo me siento en mis plenas facultades, aún estoy consciente, aún controlo mis movimientos, por lo que me dirijo al baño para refrescar mi cara con un poco de agua que me haga despertar de una vez. Apenas consigo explicar con palabras lo que presencié al verme al espejo.Quien esté leyendo esto, quiero que imagine por un momento lo perturbador, lo confuso y surrealista que sería verte a ti mismo reflejado en un rostro que no reconoces, algo borroso, distorsionado, y que no sea producto de un vidrio empañado, ni de lágrimas que obstruyan la visión. Así es, lo que observo es una imagen pérfida de mí, ¿qué es eso que se ve del otro lado? ¿Qué es esa abominación espantosa?
Hidrato mi semblante con abundante agua fría para intentar verme al espejo nuevamente, pero el efecto persiste, no me reconozco a mí mismo, no soy capaz de verme con claridad, a pesar que todo a mi alrededor lo distingo sin problema alguno. ¡No entiendo qué sucede!Mi cabeza da vueltas, me siento mareado, nauseabundo en medio de una enredadera de confusiones. ¿Por qué desaparecieron los colores del vitral? ¿Y por qué mi rostro se ve difuso en el espejo?
Muchas preguntas en tan poco tiempo, tal vez estoy soñando y mi cuerpo no lo sabe. Puede ser que así se sientan los famosos viajes astrales de los que tanta gente ha hablado sin prueba alguna, quien sabe.Sigo investigando mi propia casa, recorriendo los pasillos con dificultad debido al mareo que hace dar vueltas mi alrededor. Todo parece estar en orden, excepto por el hermoso jardín trasero que alguna vez vi florecer y cortejar a la naturaleza entera con sus preciosos colores y delicadas formas, que encandilaban la mirada de cualquier curioso que contemplara sus figuras multicolores, las mismas que hacían el amor con la tierra y desafiaban al arcoíris en el cielo por su radiante belleza, ahora se encuentran podridas, quemadas por dentro directo desde la raíz. Los pétalos se encuentran caídos, otros pendiendo del abismo como un péndulo que se mece de un lado hacia el otro sin sentido ni rumbo en la vida. ¿Qué le ha sucedido? ¿Quién osó con dañar su endeble esencia? Tal vez un poco de agua pueda revivir algo de lo que fueron. El día continúa siendo muy extraño, las nubes auguran una tormenta, y las casas a mi alrededor son un desierto, las calles se encuentran desoladas, todo se vuelve tan oscuro que es difícil distinguir a las sombras que se escabullen entre los muros como ratas.
¿Qué pudo haber ocurrido mientras dormía? Puede que alguna cosa de la que no me he siquiera enterado. Pero mi cabeza estalla, y siento que cada vez pierdo más el equilibrio, me cuesta caminar y sentir mis piernas. Mis brazos son una carga y apenas consigo alzarlos, no entiendo qué diablos sucede conmigo.
Un olor fétido se hace cada vez más poderoso a medida que me acerco hacia la cocina, penetra mi olfato al punto de ser inevitable llevar mis manos hacia mi nariz y protegerla de semejante repugnancia. Los alimentos en el refrigerador están pudriéndose, como si llevaran siglos allí dentro alimentando la repulsiva existencia de gusanos y parásitos. Es increíble que todo esté podrido, hoy todo está mal, fuera de órbita. Un día que debiera ser como cualquier otro, se está convirtiendo cada vez más en una pesadilla dantesca interminable. ¡Y qué sorpresa la mía cuando decido echar un vistazo a la fecha de vencimiento de cada alimento, de aquellos que recuerdo un día antes haber comprado, y percatarme que su caducidad había llegado hace veinticuatro años atrás! ¿Cómo era posible aquello? ¿¡Cómo se atrevieron a venderme algo vencido hace tanto tiempo!?
Sin darme apenas cuenta, la noche ha caído, la casa se ahoga en la sepulcral y peligrosa oscuridad. Mi cuerpo ya casi no tiene fuerzas, —con cada instante, cada segundo, cada eterno movimiento de la aguja en el reloj—, se arrastra en el suelo luchando con su vida por llegar al sofá y recostarse, humillándose como un trapo viejo que limpia con sus lágrimas la suciedad de su andar.
Finalmente consigo reposarme sobre el sillón, mi mente se pierde en la incesante penumbra, hasta que el televisor se enciende y logra bajarme a tierra... ¡para qué!
Las imágenes son difusas, los rostros se ven distorsionados, como si estuvieran derretidos. Sus palabras son inaudibles, sus voces son demoníacas, tanto que el único movimiento de mi cuerpo son los temblores provocados por el escalofrío que recorre por mis venas. Las noticias anuncian la llegada del apocalipsis, temerario y difícil de persuadir, lo poco que logro distinguir, es a las cámaras apuntando hacia mi casa. ¡Al fin se han dado cuenta de lo que he vivido todo este día, al fin terminarán con mi calvario, al fin entenderán todo lo que pasé!Los faroles suspendidos en la pared se encienden progresivamente a tal punto de emanar un brillo volcánico que me ciega por unos segundos. Las bombillas se rompen agresivamente y dan lugar a una feroz llama ígnea, ardiente, que envuelve al lugar en un macabro misterio. Debajo de ellos consigo divisar el eterno meneo de la aguja en el reloj, que su ruido resuena rimbombante en mis oídos. Las agujas se mueven en sentido contrario, y se han detenido en la hora cero.
Detrás de mí escucho que las puertas se abren, y unos pasos que se acercan a mí. Quiero llorar al ver lo que se sienta a mi lado... soy yo mismo, vestido de luto, con una flor marchita entre manos, unas ojeras que resaltan un rostro injustamente demacrado, y una marca espesa que recorre todo su cuello.
—Sorprendido has de estar por verme aquí, ¿no es así? No te esfuerces en hablar, ya no puedes. Tampoco te muevas, ya no tienes fuerzas para defenderte. Arrebatada ha sido tu voluntad, y corrompido ha sido tu espíritu, que poco a poco ha sucumbido en la desgracia de una patética y miserable existencia. Esto que ves eres tú, yo soy tú, me he apoderado todos estos años de tu vida, para darle el sentido que tú nunca pudiste. Todo este tiempo te lo he advertido, te lo han avisado todos, pero nunca has querido escuchar, tu terquedad te llevó a la miseria. Tuviste veinticuatro años para detenerme, pero lo único que has logrado ha sido alimentar mi poder, para apoderarme de tu vida y tomar tu lugar. Ahora yo te represento, y tú, has dejado de existir.
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Se oculta en las sombras
TerrorEl terror más profundo en el inconsciente colectivo de la humanidad, se esconde siempre en la oscuridad. En el rincón más abandonado de la cotidianeidad. Lugar donde yace el peligro como un depredador hambriento de miedo, y al que intentamos huir de...