Se veía todo tan extraño estando las paredes, los pasillos, y los mismos cuadros en el modo invertido al que los había conocido, incluso su propio reflejo lo percibía muy diferente, aunque, a decir verdad, así era como realmente lucía, así era como los demás la concebían. Puesto que la imagen que veía frente a un espejo convencional, era solo una ilusión óptica, y ahora, estaba dentro de ella, con la pieza del espejo mágico brillando en sus manos. Si sus sospechas se confirmaban, le sería fácil hallar el resto de las piezas, puesto que estas también irían a resplandecer en la oscuridad, y, de hecho, tan solo bastaron un par de minutos para percatarse de que algunas salas recónditas de la casona estaban iluminadas en su interior de una espectral luz carmesí que brindaban un espectáculo visual igual de surrealista y macabro a la vez.
Más lo que parecía una tarea fácil, no lo era tanto. Victoria solo alcanzó a recoger un par de piezas más cuando una puerta se abrió detrás de ella, con un chirrido espantoso que retumbaba en sus oídos penetrándolos y causándole un escalofrío que hacía vibrar hasta el más fino de sus cabellos. Allí, a través del tímido reflejo de la luna, y escondido en las inquietantes penumbras, se presentaba la figura demoníaca del espejo, aquel rostro enmascarado con una sonrisa fingida, unas orejas más que puntiagudas y unos cuernos de gacela que resaltaban el tamaño de su maldad. El maligno ser había tomado forma física, su cuerpo era perfectamente estilizado, estaba semidesnudo y parecía bañado en oro, resultaba la mezcla perfecta entre la tentación y lo diabólico, lo provocador y lo tétrico.
Aquel ser luciferino —al contrario de lo que Victoria sospechaba—, parecía regocijarse con su presencia, y de una forma inconmensurable, aquel demonio comenzó a danzar de una manera pérfida, generando un espeluznante retrato con el diablo danzando bajo el resplandor de la luna.
—¡Bienvenida, mi bella dama! Bienvenida seas al mundo al revés. Te he subestimado, he de admitir mi error; has descubierto cómo adentrarte en mi magia, estando dentro, pero a la vez afuera. Retenerte no puedo, hacerte daño tampoco, pues las leyes del averno no me lo permiten. Empero, inocente has de ser si piensas que dejaré que todas mis partes arrebates con absoluta vileza. Algunas sorpresas te he reservado, y solo si consigues vencerlas, lograrás que me incline ante ti, sin impedir que tus vástagos vuelvan al mundo físico, puesto que hacerlo sería sucumbir caprichosamente ante la victoria de mi enemigo, y mi ego, del tamaño de mis cuernos es. ¡Buena suerte, joven damisela!
Victoria lo vio evaporarse entre una suave neblina que gradualmente envolvía su cuerpo hasta que solo quedó la completa oscuridad. A pesar de la dulce amenaza, ella decidió ignorarlo y terminar lo que había venido a hacer lo antes posible. La angustia de no tener a sus niños cerca le exprimía el corazón como espinas enclavadas que presionaban aún más fuerte con cada minuto que pasaba.
Recorrió los angostos pasillos bañados en una vasta oscuridad que era iluminada por uno de los trozos del espejo mágico que había conseguido, el cual brillaba esplendoroso alumbrando el camino de un rojo más intenso que la misma sangre. A medida que recorría todas las plantas de la siniestra mansión —con sus paisajes en óleo; mesas interminables; amoblados con olor a humedad y candelabros de los más finos gustos—, atisbaba eventualmente algún resplandor escarlata que delataba la posición del resto de las piezas. Solían moverse de un lado a otro, haciendo que el paisaje lúgubre se tornara aún más aterrador e impredecible. Algunas se escondían en lugares tan ocultos, que su acceso era imposible. Detrás de muebles que parecían murallas fortificadas, debajo de la enorme y pesada cocina cuadrangular de hierro, o incluso, en el escondrijo de plagas tales como cucarachas, ratas asquerosas o arácnidos —que, juzgando por su aspecto, era mejor matarlas que arriesgarse a ser mordida y morir en el acto envenenada—. Sin dudas, el espejo la estaba obligando a enfrentarse a sus mayores fobias, y a tocar con sus manos, lugares llenos de una repulsiva suciedad, que más que asco, le generaba pánico.
ESTÁS LEYENDO
Se oculta en las sombras
HorrorEl terror más profundo en el inconsciente colectivo de la humanidad, se esconde siempre en la oscuridad. En el rincón más abandonado de la cotidianeidad. Lugar donde yace el peligro como un depredador hambriento de miedo, y al que intentamos huir de...