10. Rosas

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Mi madre acaba de salir al súper mercado como todos los días por la tarde, ya es una costumbre para mi, ya me he acostumbrado a estar solo en esta casa, su casa—como diría mi padre—.

Subo hacia mi cuarto en busca de mi teléfono, lo he dejado allí arriba mientras bajaba a buscar un recipiente con agua caliente. Llevo días en los que he hablado poco con Alondra, a veces me responde los mensajes y otros días en los que espero su llamada, las cosas han cambiado un poco sin duda alguna o eso pienso yo.

Cuando estamos juntos se puede decir que el tiempo pasa muy rápido, para mi pasa así, ella es tan divertida y boba que no dudaría en protegerla de todos aquellos que intentan hacerle daño.

El timbre de la casa suena y bajo deprisa esperando encontrar en la puerta la pizza hawaiana que he pedido, pero lo que me encuentro al abrirla es todo lo contrario a una caja de pizza y a un repartidor. Una caja rosa en forma rectangular me recibe, la tomo mientras miro a ambos lados tratando de encontrar a quien la ha dejado aquí—tan sola y frágil—subo en dirección a mi habitación, antes tomando una tijera para poder abrirla, y emprendo mi camino hacia ella.

¿Una rosa? ¿Que necesidad había de gastar una caja tan bonita, en una rosa marchita y desolada?

Las rosas no me gustan, no entiendo a las rosas, no entiendo porque se marchitan como mi alma, y mucho menos entiendo porque se parece tanto a mi, de forma metafóricamente. Ellas crecen en soledad como lo hice yo, sus espinas cortan de tantas veces que nos hicieron daño, y se van marchitando con el pasar de los años, cuando nada ni nadie logra sacarnos de nuestro propio vacío, un mundo vacío.

Guardo en el cajón de al lado de mi cama la rosa con las otras que he recibido desde hace seis años, un misterio. Mi madre siempre me dijo que no es malo recibir flores y más si no sabes de quién es. Tal vez sea una obsesión o tal vez solo sea un regalo diario.

Obsesiones Que Matan. (En Proceso) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora