Llegar el lunes al instituto luego de la fiesta en casa de los gemelos no fue muy agradable.
Noté un par de miraditas curiosas de estudiantes que habían estado aquella noche. No supe si eran las mismas miradas que aún recibía por ser la chica nueva —porque, al parecer, sigues siendo la chica nueva por más tiempo del que creía— o por haber sido el blanco de uno de los chicos más populares.
Claro que había repasado la idea de faltar a clase hoy, pero aún prefería estar aquí que estar en casa, incluso con todo lo que eso conllevaba. Así que cuando entré a la primera clase, la de matemáticas, me fui directo a mi lugar del frente, junto a la ventana. Intenté no hacer contacto visual con nadie, pero ya había sucedido en otras ocasiones que el profesor de matemáticas se tomaba su tiempo en comenzar la clase.
Así que, mientras él aún acomodaba su maletín cerca del escritorio, no tuve otra cosa más que hacer que observar alrededor de reojo.
Miranda ya había llegado. Estaba en su sitio de siempre, rodeada por Laia y Alexa, aunque no les estaba prestando mucha atención a sus amigas. Estaba tecleando algo en su teléfono hasta que, de repente, alzó la mirada y la clavó en la mía.
Hizo un gesto casual, casi amistoso. No tuve otra opción que devolverle el saludo. Aún seguía pensando en por qué me mintió. Me había dejado sola en una fiesta donde no conocía a nadie para después disculparse por haberse ido con su novio.
Claro que eso no sonaría tan mal... si no fuese porque su novio, en ese momento, en realidad estaba llevándome a casa.
—Chicos, les permito unos diez minutos libres antes de la clase.
La voz del hombre tras el escritorio retumbó en la sala antes de que él se pusiera a firmar unos papales, o corregir unos exámenes, o escribir su diario íntimo... quién lo sabía. Lo importante era que no le interesaba perder unos minutos de clase para no tener que trabajar en casa.
Para él, era ahorrar tiempo.
Para mí, era soportar diez minutos más ignorando a todos.
Agaché la cabeza y comencé a rayar el pupitre con el lápiz mientras sentía cómo muchos de los estudiantes comenzaban a ponerse de pie y vagar por el aula. Sé que estaba mal dibujar aquí, pero al profesor parecía importarle todo una mierda. Intenté verme concentrada en lo mío aun percibiendo cómo alguien pasaba al lado de mí para charlar con la chica que tenía detrás.
Algo dentro de mí rezaba —aunque no creyera en Dios— para que Connor no volviera a intentar acercarse a mí. Tenía una ocasión perfecta para venir y molestarme un rato; quizás hasta para seguir con lo que quiso iniciar en la fiesta.
Sabía que alrededor de Evan se había formado un minúsculo grupo que no paraba de cuchichear. Ojalá mi nombre no esté en esa conversación, pensé.
Y seguí creando ideas y pensamientos pesimistas hasta que una sombra se alzó sobre mí. Tenía a alguien al lado. Y aunque claramente no tenía muchas ganas de alzar la cabeza para descubrirlo, lo hice cuando descubrí que aquellas piernas frente a mí se estaban tambaleando con cierto nerviosismo.
ESTÁS LEYENDO
La última luz
Teen FictionMax puede predecir la muerte de las personas y se ha acostumbrado a ello, pero todo cambiará cuando tenga una visión defectuosa de la nueva chica del instituto, Anya. *** Max Cohen parece un chico normal al que le gusta andar en skate y estar con su...