10 | El reto | Max

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Yeray y yo nos balanceábamos de un lado a otro como si supiéramos cómo mierda era esto de bailar, mientras Oliver se iba por allí con Miranda, que había llegado hacia él casi trotando

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Yeray y yo nos balanceábamos de un lado a otro como si supiéramos cómo mierda era esto de bailar, mientras Oliver se iba por allí con Miranda, que había llegado hacia él casi trotando.

Como lo deducíamos, apenas nos saludó con una mirada. Bueno, si éramos lo suficientemente optimistas como para decir que eso era un saludo. Intentábamos buscarle el lado bueno.

—Tengo unas ganas tremendas de tirar todo esto aquí mismo —masculló Yeray señalando el sofá con su vaso repleto de cerveza. Era entendible; hubo dos ocasiones en las que los gemelos hicieron que Yeray volcara todo el almuerzo en el comedor de la escuela. Una vez cada uno.

—No vale la pena, te harán pagarlo.

Repasó la idea y le echó otro trago con gusto. La verdad era que yo apenas había tocado mi vaso. Como no era bueno bailando, me quedé todo el rato mirando de un lado a otro, fingiendo que estaba muy entretenido. Yeray, en cambio, no podía cambiar su cara de hartazgo.

—¿Has visto a Alexia por alguna parte? —preguntó.

—Arriba, con Roy.

—Oye, no es gracioso.

—Debe estar por aquí —mascullé—. Si tus ojos rastreadores no la han visto aún, yo menos.

Iba a refutar, pero al final alzó las cejas oscuras dándome la razón y tomó otro sorbo.

—¿Las buscamos? Debe estar con Laia.

—¿Estás loco?

—Loco no, medio ebrio. —Se volteó un poco más hacia mí y dejó de balancearse, aunque mantenía los ojos recorriendo la zona—. Quizás ya es hora de que Oliver aproveche su relación con Miranda para darles una mano a sus amigos.

—Yeray, con suerte va a darte la hora.

—El alcohol me hace sentir con suerte.

—Por esto tengo que estar aquí, cuidándote.

No supe en qué maldito momento fue una buena idea venir aquí. Bueno, en realidad siempre lo supe, pero nunca creí dejarme llevar. Por suerte no nos habíamos topado con ningún idiota... y las bebidas eran gratis. Cuando recordé aquello, tomé tres sorbos seguidos.

—¿Cuánto más va a tardar Oliver? —preguntó Yeray.

—¿Crees que ya estén discutiendo?

—No sería ningún récord, la verdad.

La realidad era que, con Oliver, al menos no nos veíamos tan patéticos. Él era el guapetón del grupo, lo que nos subía la popularidad al menos un quince por ciento. Sin él, la gente apenas posaba la mirada por aquí.

Pero no solo nos ignoraban por ser quienes éramos. Ya era bastante tarde y las personas comenzaban a estar un poco fuera de sí mismas. El ambiente se había avivado bastante, pero no llegaba a ser un descontrol... por suerte.

La última luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora