Para las seis menos cinco de la tarde yo ya había barrido la entrada, guardado mi ropa, limpiado las necesidades de Chester, escondido mis cómics de Star Wars en el cajón y avisado a mis padres que se escondieran en la cocina un rato.
No supe por qué mi pie se sacudía tanto contra el suelo. Observé el reloj una vez más. Tres minutos para las seis. ¿Anya sería puntual? No parecía serlo, si me ponía a ser prejuicioso. Es más, hasta me puse a pensar que tal vez nunca vendría. No parecía tener muchas ganas de hacer el trabajo conmigo.
Pero, a pesar de estar inexplicablemente nervioso... me sentía como nuevo. Como cuando me salía algo raro en la piel, buscaba en internet qué me pasaba, leía que era algún tipo de cáncer terminal y luego el médico me confirmaba que no era nada importante. Sí, esa era mi sensación: el alivio después de descubrir que no estás roto.
Visitar a la tía Carla al hospital no solo sirvió para recuperar la fe en que nada estaba funcionando mal conmigo; fue también una alegría para la tía, e hice feliz a mamá con eso, e hice que mi padre me diera una palmadita en la espalda por poner feliz a mamá, y todo eso hizo que Lily pudiera tener permitido mirar un poco más los dibujos animados. Había matado como cinco pájaros de un solo tiro y me parecía perfecto pensar que me merecía una buena siesta y unos buenos sándwiches tostados al levantarme.
Sin embargo, no tenía mucho tiempo para tirar a la basura. Anya estaba por llegar y Caulfield nos había puesto un pedazo de trabajo que debía empezar ya. Sobre todo, sentía que me sería imposible plasmar todo lo que pensaba en una hoja y, además, compararlo con algún otro psicólogo, pensador, loco, o lo que fuera. Eso no era para nada parecido a soltar opiniones esporádicas en clase.
Mucho menos sencillo iba a ser ponerme de acuerdo con Anya Monroe.
Me quedé sentado en el sofá hasta que el timbre sonó a mi lado, junto a la puerta. Me levanté de un tirón. Seis y diez. Esperé unos segundos para no abrir tan rápido.
Puse la mano en el picaporte, conté cuatro segundos más, y abrí.
—Hola —dijo ella como un robot.
Traía puesta una falda al estilo escocés que, para ser franco, me gustó.
Subí la mirada.
—Hola. —Un instante después, me recompuse y recordé lo que se hace en estas situaciones—. Adelante, pasa.
Anya entró en mi casa. Se paró en la sala mientras esperó a que yo cerrara la puerta. La noté muy concentrada mientras ojeaba la zona de la televisión hasta que, de repente, oí una voz que no quería escuchar.
—¡Hola! ¿Tú debes ser la amiga de Max, verdad?
Mamá salió de la cocina con un recipiente lleno de palomitas. Mientras Anya no me miraba, le dirigí a mi madre la mueca más escandalosa y confundida que jamás le había hecho. Ella me ignoró.
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La última luz
Teen FictionMax puede predecir la muerte de las personas y se ha acostumbrado a ello, pero todo cambiará cuando tenga una visión defectuosa de la nueva chica del instituto, Anya. *** Max Cohen parece un chico normal al que le gusta andar en skate y estar con su...