Perla

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El viento rugió tras de mí. Por un momento pensé que solo se trataría de un efecto retardado de los poderes de Calipso o de Aura. No esperaba encontrarme con la imponente y arrogante figura de la diosa de la sabiduría tras de mí.

Atenea vestía con fervor su vibrante armadura de oro que relucía la espuma de las olas. No portaba su emblemático casco dorado, por lo que su cabellera negra y trenzada caía sobre sus hombros. Pequeños adornos dorados y plateados adornaban su peinado de guerrera y sus ojos fríos estaban clavados en mí. Para ser más específico, en la perla de mi padre que colgaba en mi cuello.

—Te oí quejarte de tu incapacidad como mortal, niño. Yo puedo remediar eso.

Sabía que no debí pensar en voz alta. Pero igual. ¿Qué podía escapárseles a los dioses?

—Lamento molestarla, poderosa reina de la sabiduría. No era mi intención.

Padre también me había advertido de la ambiciosa Atenea. Podía parecer una diosa benévola y comprensiva pero siempre buscaba su propio beneficio en todo lo que daba o hacía hacia los mortales. Sabía que tenía que tener cuidado con lo que ella me proponga.

—Te diré como vencer al monstruo y salvar a la doncella. No serás tan inútil como te consideras. Solo yo sé como derrotar al Ceto sin morir en el intento. No dejaré que el inepto de Poseidón se salga con la suya.

La diosa parecía decidida en sus palabras.
—¿Qué dices? ¿Tenemos un trato?

Mi instinto decía que había algo oculto en lo que pedía.
—¿Y cuál es el precio que debo pagar por ello?

A Atenea no le gustó que le contestara con tal insolencia. Su rostro se contrajo en desagrado y luego esbozó una sonrisa complacida. Le había admirado mi valentía en contestarle de esa forma.
—¿Sabes que si se me antoja puedo convertirte en un simple escualo y lanzarte al mar?

—Solo quiero saber que es lo que le debo dar a cambio, mi señora —respondí con una valentía que ni yo me imaginaba tener, enfrentando la mirada de la diosa—. Sé que si no acepto su oferta, usted me convertiría hasta en lombriz. Por eso quiero saber qué debo darle a cambio de su ayuda.

Sus facciones se suavizaron. Lucía complacida por mi reflexión.
Ella solo señaló mi cuello, a la perla que colgaba de mi cuello.

Al principio dudé en entregársela. Era el único recuerdo que tenía de mi padre, pero no tenía opción.

Observó la perla con gran atención y sentí algo extraño en mi pecho, como si algo más hubiese arrancado de mi cuerpo.

Intenté quejarme.

Ninguna palabra emanó de mi garganta.

Esa era la trampa que Atenea me escondía.

Nunca hagan tratos con ella.

4. El mar hostil [BG#4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora