Capítulo 2

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Ha sido un día difícil, en realidad toda la semana ha sido complicada.

Está cansado de que la gente se meta en sus asuntos, en cosas que no les competen, de que especulen sobre su vida.

Es una persona reservada, le cuesta abrirse a los demás, y siente que no merece la pena hacerlo, hace tiempo que se puso un escudo para que no puedan hacerle más daño, cree que no hay nadie sobre la faz de la tierra con quien pueda sentirse lo bastante seguro como para poder ser realmente él.

Pero la inseguridad en sí mismo nunca ha sido un problema, sabe que tiene muchas cosas buenas que mostrar al mundo, el problema es que ha perdido la fe en el resto de la humanidad.

El egoísmo impera en el planeta, ninguna persona hace las cosas desinteresadamente, siempre esperan algo a cambio.

En verdad, nadie brilla, nadie tiene luz, cada vez que mira a alguien a los ojos siempre encuentra lo mismo, en el fondo solo hay una negrura inmensa que oscurece el firmamento.

Y tiene miedo, miedo de que la oscuridad del resto acabe ocultando su luz.

Se siente incomprendido, sabe que sus gustos, sus aficiones, sus ideales, no son los comunes. Pero sentirse incomprendido no significa que sea infeliz, para nada, le gusta ser diferente, tener su propio lenguaje, su propia manera de entender el mundo, y si la sociedad quiere tacharle de frío o de raro por no sentir como el resto, que lo haga, le da igual.

De todos modos, tiene que haber alguien más como él, ¿no?, alguien que le comprenda y que sepa ver el mundo de la misma forma que él, realmente, no puede ser el único ser del planeta que piense de forma distinta.

Está sentado en un frío y melancólico tren, mientras divaga en su mente sobre estos temas, sobre la manera tan inhumana que tienen de sentir las personas.

Empieza a mirar a su alrededor, la gente va inmersa en las pantallas de sus móviles, hay algunos pocos que leen un libro, y esas personas, de inmediato, le causan simpatía.

Continúa escudriñando uno a uno todos los rostros del vagón, realmente no hay nadie interesante; suelta un leve y casi imperceptible gruñido de resignación y se retrepa en el incómodo asiento.

Entonces nota como la energía cambia, es como si la alegría desbordara la estancia, una alegría atolondrada, tímida y despistada; y no tarda en localizar la fuente de la que emana.

Un chico acaba de subir, está de pie frente a él, apoyado en la puerta, y es el causante de la paz que le inunda.

Se queda hipnotizado, no puede apartar la mirada de su rostro, de su pelo negro, de sus manos inquietas que no paran de moverse.

Y así pasa una estación tras otra, sin que Taehyung sea capaz de recordar el hilo de sus pensamientos unos minutos antes.

Pero él no le mira, solo mira como sus dedos juguetean con el cordón de su capucha.

La megafonía anuncia la siguiente parada, es la suya.

Se levanta y va hacia la puerta y, cuando el tren frena, él levanta por fin la vista, y sus miradas se encuentran por unos breves e intensos segundos.

Nunca había visto unos ojos tan bellos, son grandes y redondos, tienen un brillo sobrenatural, en un instante cae en sus profundidades y allí solo hay luz, una luz intensa y maravillosa, capaz de iluminar el más oscuro cosmos. Ese fulgor dibuja de forma inconsciente una sonrisa en su rostro.

Las puertas se abren y, de repente, el barullo de la gente se hace audible, rompiendo la conexión que se ha creado entre ellos.

Vuelve a la realidad y baja del tren, sintiendo que ha dejado una parte de sí mismo en esos ojos.

Camina lentamente por el andén, con pasos cansados, escucha el silbato de cierre de puertas y, sin pensarlo, se lanza hacia el tren de nuevo y sube corriendo en el siguiente vagón, no sabe qué va hacer, cuál va a ser su siguiente paso, ni siquiera sabe si habrá siguiente paso, pero desde ahí puede verle y lo único que necesita, por ahora, es contemplarle un rato más.

☙ 𝑳𝒖𝒏𝒂 𝑶𝒕𝒐𝒏̃𝒂𝒍  [Kσσктαε] [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora