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1999.

Contemplaba a su marido dormir profundamente, clavó sus ojitos dorados ahogados en surcos negros azabache, esos mismos orbes que un día lo miraron con jubilo, chispeantes ahora lo hacían con sufrimiento y terror. Yacía sobre una silla en frente de la puerta abrazando la escopeta como un día la abrazó a ella. Emma no tenía el coraje necesario para despertarle, ya que la última vez que lo hizo su frente quedó a punta de pistola, fue accidental por supuesto. 

Ella vacilante se sentó en el suelo a su lado apoyando su cabeza en el regazo de él muy cerquita del arma cargada, lista para matar.

Un mes había pasado, un mes desde la horrenda confesión, la cual deterioró el matrimonio, Emma aún se veía incapaz de perdonarle y a día de hoy no ha terminado aún; Draken tampoco buscó el perdón de su mujer, continuó con su rutina. Sin embargo ahora él dejaba las drogas y los billetes encima de la mesa de la cocina, donde ellos comían; y las armas en la cama donde ellos una vez se amaron.

El brazo de Draken se despegó del arma quedando en suspensión, Emma toca su mano y restriega la cara contra su palma cual gato, era áspera, muy áspera, llena de llagas y heridas provocadas por las peleas. Le dio ganas de llorar al volver a sentir su tacto.

Ya ni dormía con ella, todas las noches se sentaba en aquel puesto en vela, como un centinela protegiendo una fortificación. Empuñaba la escopeta esperando que alguien se atreviera a asediar su casa; dando lugar a que su insomnio volviera, deteriorándolo hasta tal punto que su mujer no lo identificaba. 

También dejó de interesarse sobre el progreso del embarazo, ya de siete meses. 

Emma frotó sus ojos y cubrió de suaves besos la mano de su marido; se levantó.

- Te quiero. - dijo bajito y se marchó.

[...]

Emma además de las preocupaciones que le causaba su marido, tenía una más al otro lado de la ciudad. Era su abuelo, un hombre muy anciano y hastiado de que Dios no se lo lleve con él, añoraba a su hijo y sus nietos, cumplir años para él era una tortura. Su nieta se encargaba de cuidarlo y de pasar toda la mañana con él, sin embargo debido a la situación permanecía a su lado hasta la noche, cuando su hermano llegaba.

Era la mejor compañía en esos arduos momentos.

Sin embargo debido a una angina de pecho que le provocó dos infartos, debía permanecer ingresado en el hospital, por lo tanto Emma pasaba horas y horas sentada a muy cerquita de su abuelo, conversando con él, leyéndole antiguos libros japoneses... La blanca habitación triple ase había convertido en su nuevo hogar y el olor a clínica y enfermedad su perfume. 

Mantuvo la mirada en el suelo embaldosado, rememorando la situación en la que se encontraban su marido y ella, notaba como si cien ojos analizaran y estudiaran sus movimientos, su respiración, sus pasos, cada cosa que anunciaba y callaba.

- Así se siente el miedo. - susurró para ella misma, rio cínicamente.

- Emma, ven siéntate con el abuelo. - le habló con la ternura y el cariño de un padre hacia su hija menor, como siempre él había hecho ¡Hacía tanto que nadie la trataba así!

Hizo lo propio.

- Come. - le pasó una bolsita verde que contenía cuatro galletas de chocolate. Ella rehusó a aceptarlas. 

- Sabes que nuca desayuno.

- Últimamente ni comes ni cenas. Estas muy delgada.

¡Como iba a alimentarse si el yugo del temor ahogaba su estomago!

Abrió el paquete y trocito a trocito tragaba paulatinamente el dulce. Casi lloró ¡Que buenas estaban! Su buche lo agradeció, ya que, por primera vez en un mes dejó de rugir clamando algo de sustancia. 

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⏰ Última actualización: May 27, 2023 ⏰

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Hogar Suburbano. [Tokyo Revenges Emma X Draken]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora