~Capítulo 7~

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Francis se mantuvo gran parte de la mañana confesando a las mujeres. Cada secreto que salían de los labios femeninos, el sacerdote los analizaba para sí mismo. Y aunque había algunos que llamaban más la atención de otros, Ditella solo pensaba en la negativa de querer confesarse de Alessandra, y no es que ella le importara en lo absoluto como mujer, pero sentía que ella tenía mucho que decir.

Francis mantuvo su mirada en la última joven quien le contaba algo sobre su adolescencia y algunos sucesos que habían sucedido y que la llevó hasta lo que era en ese momento.

—Eso es todo... —dijo la mujer observándolo resignada.

—Bien... —respondió tomándose la cabeza por un momento —tu penitencia será orar cinco padres nuestros y tres aves marías. —agregó observando a la mujer quien asintió para luego retirarse, no sin antes murmurar gracias.

Al sentir que la puerta de la cocina se cerraba, Francis se quitó la estola, doblándola de forma cuidadosa y depositando un beso en ella, para luego guardarla en su bolso. Lo dejó a un lado de la mesa para apoyar sus brazos y depositar su cabeza sobre ellos. El cansancio mental lo había vencido de forma rápida, sin importarle que se encontraba en un lugar desconocido; tan solo deseaba por un momento mantener sus ojos cerrados y relajarse. Cerró los ojos y su mente comenzó a viajar entre los recuerdos, llevándolo hasta un bosque. El lugar lo conocía muy bien, tan bien se sobresaltó al recordar un lugar en específico. Abrió los ojos mientras pasaba ambas manos por su rostro y se incorporaba para luego, tomar sus cosas y salir de la cocina.

Madame Russo quien se encontraba en el sofá hablando con una de ls jóvenes, lo observó y sonrió de manera maternal, a la vez que se acercaba a él.

—¿Todo bien? —preguntó de forma suspicaz, a lo que el sacerdote asintió con una sonrisa tranquilizadora. —me alegro cariño.

—Es mejor que me vaya—dijo mientras alisaba su chaqueta y la colgaba en uno de sus brazos. —Fue un gusto volverla a ver, Madame Russo —agregó observándola con una pequeña sonrisa.

Pero antes de que Francis pudiera siquiera terminar de despedirse de la mujer, se escuchó como todas las jóvenes mujeres comenzaban a cantar feliz cumpleaños a una de sus compañeras. Tanto Francis como Madame Russo, observaron al pequeño grupo que rodeaba a la cumpleañera, quien sonreía emocionada por la sorpresa, viendo un pequeño pastel con una vela que una de sus amigas sostenía en frente de sus ojos. Al terminó de la canción, la joven rubia cerró los ojos por un momento para luego soplar la vela. Todas sus amigas aplaudieron y abrazaron a la vez que la felicitaban.

—Certo! Ho quasi dimenticato —expresó Madame Russo acercándose a la cumpleañera para abrazarla y felicitarla.

—Non preocuparti, Madame Russo —respondió la joven deshaciendo el abrazo y observándola con una pequeña sonrisa.

Divina OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora