«Bienaventurados los limpios de corazón, pues ellos verán a Dios».* Privilegiados solo aquellos que gemimos su nombre en el pecado...
VENETIA
—Hemos llegado, señorita —solté el libro que tenía en mis manos y presté atención al joven hombre que se acababa de dirigir a mí y que ahora mantenía abierta la puerta para que pudiera salir. No le conocía, el último chofer que había visto era Henry, un anciano amable que siempre me trató con respeto, el único a decir verdad.
Londres seguía igual, insípido para mí y Wandsworth, el barrio más caro de la ciudad y ahí donde vivía, lo era aún más, sobre todo cuando parecía que solo había gente acartonada.
Sonreí nerviosa y miré hacía la entrada de la enorme y blanca mansión de los Brighton, mi familia, o al menos eso decía el testamento de mi padre, el mismo que se había leído un día atrás, luego de su entierro.
Observé con cierto temor la enorme casa encalada que tenía frente a mí, el hogar que dos años atrás abandoné no en las mejores condiciones y donde nunca estuve del todo cómoda. Todavía podía recordar que los únicos lugares que sentí como míos fueron el solárium y mi propia habitación.
Estaba aterrada de solo mirar de nuevo el portalón de piedra rodeando la elegante puerta de cedro, todo estaba igual a como lo dejé.
Dos años habían pasado y aún sentía que no pertenecía a ese lugar, pero debía hacerlo, así que di una última mirada a la imponente propiedad. Observé hacia arriba y no pude evitar que mis latidos se dispararan en ese momento ante la visión del largo balcón del segundo piso; las ventanas habían sido enrejadas, como un recordatorio de lo que había pasado.
—Es hora de entrar —dijo la voz del apoderado de mi padre y me vi obligada a salir de mis pensamientos—. Quiero que sepas que siempre voy a estar aquí para apoyarte, no tengas miedo de nada.
Le sonreí nerviosa y alargué la mano para que el chofer la tomara y me ayudara a salir del auto. Fue así como pronto me vi frente a la puerta, vestida solamente con unos jeans rotos y una polera blanca, las mismas prendas con las que me habían llevado el día que partí.
Esperé a que Cillian, el abogado de mi padre, se posicionara a mi lado y después de que me diera una sonrisa tranquilizadora y que para nada me calmó, a decir verdad, avancé a la entrada fingiendo estar lista.
Fue él quien tocó el timbre y pronto fuimos recibidos por Maica, el ama de llaves, quien me reconoció de inmediato pero, como siempre, fingió su cortesía y después me volví invisible a sus ojos.
—¡Estoy harta. Odio tener que fingir que me duele la muerte del viejo! —escupió Francia, mi hermana mayor, la misma que se detuvo en el pasillo al verme. Mi madre se detuvo también y ambas me miraron sorprendidas; sin embargo, fue mi progenitora quien se recompuso primero y esbozó una sonrisa tensa.
—¡Venetia! —dijo con ese tono que denotaba su repudio—. No sabía que llegarías tan pronto.
—La voluntad del señor Brighton era que ella volviera a la brevedad. —Se adelantó a decir Cillian y agradecí que lo hiciera—. La traje cuanto antes a casa y su equipaje llegara por la tarde.
—Lo que me faltaba —musitó mi hermana—. ¿No podías quedarte en tu sitio? Como si no tuviera suficientes problemas ya, resulta que también tengo que soportar a mi hermana estúpida en esta casa. ¿Hay alguna posibilidad de que pueda alquilar un departamento lejos de aquí? Estoy segura de que estaría mejor en un lugar solitario donde nadie la moleste y por supuesto donde no nos causes problemas.
—No, no hay posibilidad. —Cillian volvió a hablar y mientras tanto, yo quería decir mucho pero no salía nada, solo permanecía callada, como siempre, con temor a salir peor de lo que había entrado—. Vuelvo a repetir, las indicaciones...

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ILÍCITO.
Storie d'amoreVenetia vuelve a su hogar luego de dos años en recuperación y tras la muerte de su padre, quien ha dejado dispuesto en su testamento que ella se reintegre a la familia Brighton; sin embargo, su vuelta a casa no solo trae desprecio y discordia, tambi...