Sentada en la silla con la atención perdida en una conversación, está ella, aparentemente ajena al mundo de él...
Él, por su parte, se queda embelesado contemplando su ser, porque por la forma en que la mira, no es su cuerpo lo que más le llama la atención, sino su corazón... su alma.
Su mirada se mueve al compás de los suspiros involuntarios que se le escapan al contemplarla; ella lo sabe, aunque no lo vea.
No por ganas, sino por obligación, él aparta la mirada de una manera en la que parece que lo estuviesen obligando a hacerlo. Le duele dejar de mirarla. Se vence a sí mismo por cinco minutos, pero luego cede ante el deseo de mirarla de nuevo. Esta vez ella sonríe, no a él, pero a él no le importa porque con solo saber que ella es feliz, tiene de sobra.
Su mirada es más intensa ahora, como si quisiera gritarle tantas cosas, pero no lo hace, sigue en silencio. Pero le habla, con su silencio... con su vida.
Y mientras ella no lo mira él le grita (aún entregado al silencio) todo. Le grita sus dudas, sus certezas, sus miedos, su valentía, su inocencia, su experiencia, sus intrigas, sus verdades, sus debilidades, sus fortalezas, sus preguntas, y todo, todo su amor; pero ella no lo oye, porque también vaga entre sus pensamientos y emociones.
Él no soporta más las voces que lo torturan en su interior y aparta de nuevo la vista; porque tiene demasiadas preguntas a las que sólo puede contestar la única persona en cuya compañía, hablar pasa a un segundo plano, porque con solo mirarla: es feliz y no se siente solo.
Ella es la revolución que él ansía y ama, él es la seguridad y la esperanza que ella necesita. Ella es el laberinto que él tiene que recorrer en la vida, él es el nuevo mapa de sus recovecos interiores. Ella es la pasión, él la dulzura. Ella es la guerra, él es la paz. Ella es la niña en el cuerpo de una mujer con cicatrices, él es el niño dispuesto a ayudarla a curarse cuando se caiga en el patio del recreo. Ella carga una maleta de arrepentimientos, él lleva un equipaje de inseguridades. Ella quiere volver a empezar aunque no pueda regresar al pasado, él es su máquina del tiempo para llevarla a un nuevo comienzo.
Ambos han pensado en todo, y se torturan porque sobreviven a un tiovivo de emociones que va a toda velocidad.
Ella por hoy, no quiere compartir sus pensamientos, aunque de seguro, al igual que en la cabeza de él, hay tanto certezas como dudas.
Ambos se torturan por no tener el valor de decirce con todas las letras: ¡tengo miedo!. Quizá no es tan simple, o quizás es justamente demasiado simple.
Él ya no lo soporta. Hace oídos sordos a todos los gritos en su interior y vuelve a mirarla como si la vida le fuere en ello.
La mira como si nunca la hubiese visto y a la vez como si la conociese de siempre. La mira como si buscara olvidarla y a la vez como si quisiese aprenderse de memoria cada parte de su ser.
La mira, como si no pudiera evitarlo. No dice nada, pero de alguna extraña manera que sólo los locos conocen, ella lo entiende todo. Y cuando el circo romano en su interior comienza el espectáculo, él se ve obligado a empezar todo de nuevo. Pero ambos están tranquilos en la ansiedad de la espera, ambos aguardan ese momento en el puedan prender, de una vez por todas, fuego a la lluvia, y llegará, quizás, ellos lo esperan con cada latido de su corazón...
Mientras tanto, ella sigue ajena a que no es la única con un caos en su mente y él vuelve a regalarle todo su ser en una mirada...
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poesía infiel
Poetry(...) Fragmentos de contradicciones autobiográficas y sentimientos herejes de insomnios desesperados. Pedacitos de mi vida, canciones de transfusión en los días en los que se me desangra el alma (...)