Capítulo 3: Álex.

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No podía ser consciente de haber renunciado a mi sueño, mi vida, por aquella mujer que creía que a pesar de mis diecinueve  años aún le pertenecía algo de mí.

Me había convertido en alguien que odiaba, había perdido el control sobre lo que decía porque estaba sumido en el odio. Nunca creí que se le pudiera tener esos sentimientos a una madre, pero yo se los tenía.

Crecí toda mi vida en Florida, en Palm Beach, un barrio exclusivamente residencial con mansiones enormes.

Empezar la universidad con la edad en la que los estudiantes estaban en segundo o tercer curso  me parecía una idea descabellada, y más cuando había estado cobrando un buen sueldo como jugador de fútbol. Adoraba el deporte, era mi pasión desde pequeño, y era el único lazo que seguía teniendo con mi padre. La lesión del tobillo del verano pasado me dejó fuera toda una temporada. Fueron meses durísimos, era mi pasión y verme tanto tiempo fuera de lo que me llenaba me destrozaba por dentro.

Es curioso, porque una vez mueves una ficha y el juego se empieza a tambalear, es cuestión de tiempo de que todo se derrumbe de la manera más dura posible.

Tras todo los entrenos de recuperación creí que podría volver a jugar, que esto solo había sido un difícil eslabón más en mi vida. Pero por desgracia, por un momento pareció  que nada volviera a ser como antes. Las pruebas médicas no fueron como esperaba y mi tobillo seguía igual o incluso peor.

Entré en un estado que solo fue el comienzo de donde estaba ahora. Dejé las recuperaciones, no podía dejar de chocarme una y otra vez con la misma pared. Una simple rotura me había hecho renunciar a lo que me llenaba, lo único que me aportaba vida. Había renunciado toda una temporada a mí mismo con las recuperaciones del tobillo, no podía seguir sintiendo esa sensación de que todos los años de esfuerzo y dedicación a mi deporte  se habían esfumado, y lo peor, es que no sabía cuando iba a poder volver, ni siquiera si podría llegar a hacerlo.

Desistí, empecé a beber cada fin de semana, a fumar y probar todo tipo de drogas. La noche nunca trae nada bueno, y yo me sumergí en su más inmersa oscuridad.

Vivía como un autómata, estaba siempre drogado y borracho fuera de casa, no sentía, apenas comía y mucho menos hablaba con mi madre.

Me volví adicto a los tatuajes y a los piercings y en dos meses después de  darme la noticia de que tras el año de recuperación mi tobillo seguía igual, mi aspecto había cambiado por completo. Seguía manteniendo la misma estructura física que el fútbol me había dado. A pesar de todas las sustancias horribles y que ni siquiera creía que nunca llegaría a probar, seguía haciendo pesas, abdominales y flexiones cada día. Porque aunque me estuviese matando a mí mismo indirectamente, tenía la esperanza de que algún día pudiera volver a tener mi vida, o lo que me quedaba de ella porque desde que perdí a mi padre hace dos años, todo se derrumbaba a mi alrededor.

Llegué al aeropuerto sin poder creer lo que mi madre me había hecho hacer. Me llevé todo el vuelo recordando la desprestigiosa conversación que tuve con mi ella justo un mes antes de verme en la otra punta del país; Los Ángeles.

– Álex  ¿Puedo pasar? – Fue escuchar su voz y guardar la bolsa de María que había comprado esta mañana. Sin que ni siquiera me diera tiempo a responderle abrió la puerta como de costumbre e invadió todo mi espacio.

– Sabes que al fútbol no vas a volver por tu estado.

– No tienes ni idea. –la corté. Sabía que el tema de renunciar al  fútbol me había destrozado la poca estabilidad que me quedaba, y odiaba que lo sacara como si tal cosa.

A ella nunca le había hecho gracia que me dedicara al deporte. Aunque ganase mucho dinero con él e incluso estuviera empezando a ahorrar para independizarme a un piso que había encontrado a pie de playa. No era nada del otro mundo, y podía tener las mismas dimensiones que sólo mi salón, pero necesitaba salir de esa jaula, esta jaula de recuerdos que solo me hacían daño.

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