Primera Parte. Capítulo 1

92 2 1
                                    

Julie estaba durmiendo entre las hojas y en su mente una serie de sucesos muy confusos la atormentaban. Era pequeña, podía verse a si misma como si fuera una espectadora en una función de cuentos, y a su alrededor llovía con mucha fuerza. El viento afuera sonaba de forma aterradora y trataba de colarse a toda costa entre las cuatro paredes que le servían como refugio a la niña de apenas cinco años. Un par de personas estaban dentro de la habitación con ella y gritaban y de pronto unas manos agarraba a la pequeña y la sacaban de allí. Julie no era capaz de distinguir los rostros pero sentía de nuevo el miedo que había sentido aquella vez. La lluvia la empapaba y ella echó a correr sin saber hacia donde pero segura de que era lo que debía hacer. Con el pulso acelerado Julie despertó en su cama de musgo y grandes hojas suaves. Era otra pesadilla, o mejor dicho, era la misma pesadilla de siempre. Nanna dormía en una camita a su lado con una expresión serena por lo que decidió no molestarla y salió de la cabaña sin hacer el menor ruido. Con los pies descalzos caminó hasta el jardín de flores que estaba situado alrededor de la aldea y disfrutó del aroma al igual que despejó su mente con la brisa fresca de la madrugada. Pensaba que ya había superado las pesadillas, pero cuando menos las esperaba, aparecían de nuevo y dañaban su sueño. Puesto que faltaba muy poco para el amanecer Julie decidió coger algunas de sus prendas de vestir para bañarse en el río y así dejar de lado la somnolencia que aún se aferraba a su cuerpo.

Mucho más animada, volvió a la cabaña y descubrió a Nanna preparando un chocolate caliente para cada una, por lo que la chica ordenó las camas y su baúl de ropa.


-Buenos días pequeña- la saludó Nanna. Julie la saludó de vuelta y miró alegre a aquella pequeña mujer. Su querida Nanna era una mujer duende con cabellos rubios y lisos, algo muy habitual entre los de su raza. Los duendes eran criaturas pequeñas y algo rechonchas que no median más de un metro y que solían tener tonos de piel claros y cabellos que variaban entre blanquecinos, rubios y castaños. También se caracterizaban por vivir entre la naturaleza, para cuidarla y respetarla, por lo que eran amigos de los animales y las plantas que crecían por todo el valle. Como consecuencia no comían carne o pescado pues eran incapaces de matar a cualquier animal, asi que su dieta se basaba en frutas y verduras que cosechaban ellos mismos. Al ser criaturas tan pacíficas y dedicadas, preferían vivir lejos del resto de razas para evitar cualquier conflicto, por lo que muy rara vez se las podía ver entre los humanos, los elfos o las hadas. Vestían siempre con hojas o pétalos de flores pues con estos confeccionaban sus ropas y sus cabañas estaban echas de las cortezas de los árboles que había en el valle. Estas cabañas no eran demasiado grandes pues solo contaban con tres o cuatro habitaciones. En una de las habitaciones tenían un caldero con leña para la elaboración de las sopas o las medicinas que solo ellos sabían preparar, pues eran conocidos por sus grandes conocimientos de ungüentos y medicinas naturales que eran capaces de curar casi cualquier mal. En esa misma habitación tenían una mesa y unas cuantas sillas donde solían comer o sentarse a charlar o leer libros. En otra de las habitaciones estaban las camas hechas de musgos y las hojas más suaves de todo el reino. Finalmente en la última habitación que tenía toda cabaña se encontraba el cuarto de baño, que contaba con una bañera de bambú.

TyrusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora