¡Silencio!

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"Cuando sea grande seré muy exitoso. Después de terminar mi carrera universitaria me casaré con el amor de mi vida, tendremos dos hijos (la parejita) y seremos muy felices viviendo el sueño de una vida estable. ¡Sí, cuando sea grande antes de los 26!"

Perdón, Julio de 11 años. Perdón por decepcionarte.

Te prometí una vida estable, con certezas, con un camino claro y sin dudas. Pero la verdad es que no tengo idea de qué estoy haciendo.

La vida no nos llevó ni cerca de ese lugar al que llamaste éxito. Ni siquiera sé si me está llevando a algún lado. A veces siento que estoy atrapado en el mismo punto, que el tiempo avanza sin que yo me mueva, que la vida sigue y yo me estoy quedando atrás.

Los años pasan. Y con ellos, las expectativas se desmoronan. Todo lo que pensaba que sería, todo lo que daba por hecho... se ha convertido en una gran interrogante.

Y luego está este peso en el pecho. Este maldito peso que nunca se va. Desde que cumplí 20, se instaló ahí, como si tuviera derecho a quedarse. A veces es un nudo, otras veces un vacío. Pero siempre está. Es como un recordatorio de todo lo que no he logrado, de todo lo que debería estar haciendo y no hago, de todo lo que se supone que debería sentir... y no siento.

El reloj de la casa se ha convertido en mi enemigo. Cada día parece más grande. Cada tic-toc es más fuerte. Cada maldito segundo es un recordatorio de que el tiempo no se detiene, de que sigue corriendo aunque yo no tenga claro hacia dónde voy.

A mi edad, mis papás ya me tenían. Tenían casa, terreno, un hijo y otro en camino. Yo a duras penas tengo estabilidad emocional.

A este paso, tendré la mitad de eso a los 40... si es que llego a tenerlo.

Veo a mis amigos avanzar. Graduados, con trabajos, con hijos, juntándose, comprando cosas. Y yo sigo aquí, preguntándome si esta vez sí podré terminar la universidad. Viendo cómo la vida de los demás tiene estructura, mientras la mía parece un borrador con tachones.

Y luego están esas conversaciones. Esas malditas conversaciones en las que todos hablan de planes, de metas, de lo que harán en cinco años. Y yo ahí, sintiéndome como un extraño en mi propio círculo.

¿Por qué nadie habla de otra cosa? ¿Soy el único que no quiere pensar en el futuro? ¿El único que no tiene todas las respuestas? ¿Podrían, solo por un momento, dejar de proyectar y simplemente estar aquí, en el presente, conmigo?

Pero no. Nadie se detiene. Nadie baja la velocidad. El mundo sigue girando y yo sigo atrapado en mis pensamientos, en este ruido en mi cabeza que nunca se apaga.

No es su culpa. Lo sé. No es culpa de nadie. Es culpa de los malditos 20's.

Vinieron a arrebatarme todo. Mi paz. Mi tranquilidad. Mi tiempo.

Lo único que pido es silencio.

Solo un momento de silencio.

Una pausa.

Un respiro.

AbrumadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora