FIRE 2: agua

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Mis ojos vuelven a abrirse, no he dormido muy bien, mi mente se ha llenado de pequeños recuerdos de la pesadilla, y me ha despertado tres veces

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Mis ojos vuelven a abrirse, no he dormido muy bien, mi mente se ha llenado de pequeños recuerdos de la pesadilla, y me ha despertado tres veces. Mi vida ha llegado a un punto en el que ni siquiera puedo dormir en paz, tengo ojeras, un cabello desordenado y dos hermanos de los cuales debo hacerme cargo. Demian ya no se encuentra a mi lado y me doy cuenta de lo tarde que es, el sol comienza a pegarme en el rostro, se cuela entra la fina tela que cubre mi ventana, me calienta el rostro, se siente tibio, en paz, me quiero quedar unos minutos más, pero ya son las seis cuarenta, y el tren pasa por nosotros a las siete y quince. Me levanto, repitiendo que luego de dos pasos el sueño se escapará de nuevo. Recojo la cortina, veo el inmenso mar, la neblina se dispersa sobre el agua cristalina. No hay cosa que ame más que ver el mar por las mañanas. Mamá de seguro ya se ha ido a trabajar, con rapidez agarro un pantalón de tela blanco y una camisa del mismo color, me doy una ducha y me peino como puedo, sé que en un par de horas me dolerá la cabeza por haberme atado el cabello mojado, pero el tiempo me juega en contra.

En Agua, tenemos un código con los colores permitidos: el azul, el blanco y el gris, y así como nosotros tenemos nuestro código de vestimenta, el resto de los elementos también.

Bajo a la cocina, mis hermanos ya están desayunando y hablan entre ellos, me siguen con la mirada mientras busco un reloj en la casa para ver la hora, nos quedan menos de quince minutos para llegar a tiempo. Y, como buena hermana mayor, lo veo como si todavía tuviera una hora por delante. Mis hermanos suelen preocuparse mucho por la puntualidad, siempre dicen: "Vamos tarde, apúrate". Como si el mundo fuera a acabarse y solo respondo: "Todavía tenemos tiempo, tranquilos".

Los dos son muy parecidos, nos llevamos muy bien, no solemos pelearnos mucho, ellos me cuentan sus cosas y siempre que se asustan o se sienten tristes me buscan, aunque sean las tres de la mañana. Agus y Demian se convirtieron en mi razón de vida desde que tenía quince. Sin ellos yo no tendría motivo alguno por el cual entrar a ese campo de entrenamiento, mas sé que para ellos soy ese ejemplo de valentía, no puedo mostrarme débil.

Aparte, por el puesto de trabajo de mamá, somos esa familia a la que todos ven como el modelo perfecto.

—Por fin despertaste, es tarde— me avisa Agus, el hermano del medio.

—¿Qué hay de desayunar?

—Tenemos como menú, nada más y nada menos que leche y cereal, la especialidad de la casa, ahora come o perderemos el tren— advierte Demian, sonrío ante su voz de presentador y me sirvo un tazón. Hablo con ellos dando cucharadas rápidas. Demian me cuenta sus aventuras en el colegio y lo que aprende, me gusta ver la emoción en su rostro al decirme que aprendió a crear bolas de agua. Su preocupación cuando dijo que llegó alguien de fuego y uno de sus amigos le lanzó una bolsa causándole una leve quemadura en el brazo. Él aún no entiende mucho de su elemento, siempre le he repetido que debe vivir cada una de sus etapas sin preocuparse de lo demás.

Me gusta que viva su niñez, con Agus es diferente, él ya tiene quince, y lastimosamente no puede protegerlo de muchas cosas, sufrió mucho, y aunque traté de que no le afectara tanto, fue en vano.

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