3. SOÑANDO DESPIERTO

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─A partir de hoy aprenderás a ganarte el pan con el sudor de tu frente como Dios manda, ─le indicó Rob, el encargado de su nuevo hogar─. Todos los chicos de esta casa contribuyen con su mantenimiento ─subrayó.

Joshua fue reubicado de manera temporal en una casa que albergaba chicos de entre catorce y dieciséis años. Fue lo que la agencia pudo conseguir debido a la premura. No supo más del destino de los otros niños.

Rob era un hombre corpulento de mediana edad, de rostro amplio y macizo, que por su acento parecía de origen sureño. Administraba la casa ayudado por su esposa Joan, una pelirroja delgaducha de cabello corto y desaliñado, cuyo rostro y piel estaban profusamente cubiertos de pecas.

Era una casa campestre de corredores externos y techos de laminillas, rodeada por un gran solar, situada en un vecindario a las afueras de la ciudad. Un portón de hierro que se abría a un camino de grava conducía a la puerta principal. Los patios en derredor se encontraban descuidados. La chatarra de algunos autos viejos destacaba por entre la hierbas que ya comenzaban a despuntar, mientras que una gran profusión de flores anunciaba que ya el invierno finalmente liberaba a la tierra de su yugo. Algunas gallinas podían verse picoteando por entre una maraña de frambuesas silvestres.

Rob ponía a trabajar a los chicos en diferentes actividades cuando regresaban del colegio por las tardes y por las cuales cobraba. Los trasladaba en la tolva de una vetusta camioneta pick-up a realizar oficios a destajo. Ese era un acto ilegal, pues los chicos no solo eran menores de edad, sino que el estado pagaba por su manutención.

Al finalizar la primavera y aprovechando el asueto escolar, Rob los llevaba a limpiar graneros y establos en granjas vecinas. Debían recoger el heno y restregar los pisos de los establos entre otros oficios.

Joshua sin embargo disfrutaba cuando lo ponían a cepillar o bañar a los caballos.

─¿Te gustan los caballos? ─le preguntó una mujer que vestida con una camisa a cuadros y un ceñido jean con altas botas de cuero, se le acercó en cierta oportunidad en que Joshua montado en un taburete, se ocupaba en cepillar los costados de una yegua de pelo azabache.

Joshua levantó su vista para mirarla sin responder, tal como era su costumbre.

─¿Te gustaría dar un paseo en ella? ─insistió la mujer.

─El señor Rob me regañaría.

─Bah, no te preocupes. No te van a regañar por eso. Ven, inténtalo. ─dijo la señora, viendo la cara de expectativa que puso el niño─ Es una yegua muy mansa.

─No se montar.

─Es muy fácil. Solo te agarras de la rienda y te dejas llevar ─señaló la mujer, invitándolo a que se subiera en el lomo de la yegua.

Joshua era muy pequeño para el tamaño de aquella yegua, por lo que la mujer lo alzó y le ayudó a colocar su pie en el estribo para que pudiera montarse.

Una vez arriba de la yegua, el niño miró expectante a la mujer sin saber qué hacer.

─Dale un pequeño toque al costado con tu pie, ─le explicó la mujer─ Es la señal que espera para comenzar a caminar.

Joshua hizo lo que la mujer le indicara, y maravillado vio como la yegua iniciaba un corto trote. El chico se asustó al no saber cómo conducir al animal.

─Toma la rienda ─le indicó la mujer─, y la mueves a tu izquierda o a tu derecha, dependiendo de donde quieras que la yegua te lleve. Si quieres detenerte, sólo hálala con suavidad hacia ti. Si lo haces muy fuerte, la yegua pudiera corcovear y levantarse en sus dos patas ─le advirtió la mujer.

CLARO DE LUNAWhere stories live. Discover now