2.8.- El Despertar Del Dragón.

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¿Quién era ese que estaba frente a él?

No lo reconocía, no era Draco, no era él...

Su cuerpo, antes atlético y cuidado, ahora parecía el de un reo de Azkaban. Estaba delgado, lleno de cicatrices (la mayoría cortesía de Potter y su hechizo), su rostro estaba más pálido de lo normal, tenía unas enormes ojeras debajo de sus ojos y su cabello ya no era brillante y sedoso, si no todo lo contrario.

¿Qué le había pasado?

Entonces la marca le ardió como recordatorio... Su padre le había arruinado la vida gracias a un tonto prejuicio.

Recordó todas aquellas veces en las que esos prejuicios le habían quitado oportunidades. Tal vez todo hubiera sido diferente desde el principio, tal vez Harry habría aceptado ser su amigo. Tal vez incluso la comadreja. Tal vez no habría sido Slytherin... Tal vez hubiera tenido la oportunidad de ser feliz con Hermione. Solo tal vez... Pero eso no importaba, porque ese tal vez no podía ser, solo existía esto, esta era su realidad.

Cerró los ojos y apretó la mandíbula. Entonces su espejo estalló.

Estaba harto, cansado, enojado... y mucho.

Se puso la camisa y salió de su habitación para bajar hacia la sala de pociones que estaba cerca de su sótano.

Sus pasos resonaban con fuerza, rompiendo en silencio que, desde hace tiempo ya, se adueñaba de aquella enorme mansión.

Al llegar a la habitación, miró al su alrededor, tratando de entender por qué no había ido a ese lugar que lo hacía tan feliz. El olor a anís y algunas hierbas lo hicieron recordar a Hogwarts y no pudo evitar sonreír. Entró y cerró la puerta detrás de él. Se acercó a los estantes y comenzó a sacar algunos elementos para las pociones que prepararía.

Puso el caldero en la mesa y chasqueó los dedos para que la flama se encendiera. Comenzó a vaciar los elementos, uno por uno según recordaba. El olor a romero pronto inundó el lugar. Draco lo aspiró y sonrió.

Mientras aquella verdosa poción terminaba de cocinarse, tomó otro caldero y comenzó con la siguiente. Fue agregando los ingredientes poco a poco, mientras que con la varita de su madre (que había tomado sin permiso) revolvía para que funcionara.

Cuando por fin terminó, las dejó reposar y se sentó un momento las miró. Lo que estaba por hacer era trampa, pero le importaba un culo, tenía que estar preparado.

Se puso de pie y caminó por la habitación hasta llegar a uno de los libreros que contenía (en su mayoría) libros de herbolaria. Los miró y tomó uno blanco.

"Los mil y un usos de la Mandrágora."

Lo abrió y sonrió al ver que todavía estaba ahí.

Justo en el centro del libro había un hueco y dentro del hueco se encontraba un pequeño frasco con un cuarto de líquido dorado en él. Tom tomó con cuidado y lo observó durante unos segundos.

Lo había comenzado cuando no ganó el que Slughorn había ofrecido al inicio del sexto año. Lo necesitaba, así que decidió hacerlo. El proceso tomó seis meses y aunque el resultado fue el correcto, nunca lo usó. Dentro de él se repetía que no lo bebería porque era hacer trampa y porque el merito de haber matado a Dumbledore se lo quería ganar limpiamente y no gracias a la suerte líquida. Pero sabía que eso no era cierto, lo cierto es que no quería tener suerte, no quería matar a aquel profesor que muchas veces lo había acompañado en las fechas importantes como navidad.

-Joven Malfoy, ¿qué hace aquí?

El pequeño Draco de once años levantó su mirada y se encontró con la de su director. La cálida sonrisa del viejo mago lo hacía sentir seguro, pero apenado. Rápidamente se limpió las lágrimas y fingió que nada pasaba.

El Juego Perfecto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora