1-La soledad es la única que nunca se va de mi lado

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¡Espero que os guste mucho!

CAROLINA

Mientras miraba por la ventana lo único que podía pensar era en que ojalá hubiera tenido la suerte de haber nacido en alguno de estos pueblos por los que iba pasando. Y es que aunque seguía muy enfadada, debía confesar que esto era precioso. Aún metida en un tren todos estos paisajes me transmitían una paz increíble y eso no ayudaba mucho a conservar mi enfado. Decidí desconectar. Ya tendría mucho tiempo para quejarme de mi nueva situación. Me puse mis cascos y apoyé mi cara contra la ventana mientras me iba llegando el olor a tierra mojada. Mi vista se centró en las grandes montañas por las que íbamos pasando y mis pensamientos se perdieron entre las ramas de los árboles que golpeaban la ventana del tren.

No duró mucho porque una vez que salí de la estación volví a la realidad. Estaba en Oviedo y aunque a simple vista me gustó más que Madrid eso no quitaba que el alboroto de la gente te dejase pensar con claridad. Tanta gente me agobiaba tanto como cuando paseaba por las calles de Madrid, pero allí al menos sabía dónde estaba. Aquí estaba muy pero que muy perdida.

Armándome de valor paré un taxi y me monté en él. Este viaje no fue nada parecido al de hace unas horas. Estaba demasiado nerviosa para admirar lo que tenía a mi alrededor, y aunque intenté ser amable con el conductor, él se debió cansar de que sólo respondiera con monosílabos porque dejó de hablarme a los cinco minutos de montarme en su taxi. Cuando ya llevaba un buen rato de viaje, me empecé a agobiar mucho y a respirar con dificultad. 

-Oye chica ¿estás bien?-me preguntó el taxista. Creo que también estaba pálida porque el conductor paró el taxi y esperó a que yo saliese de él. Pero no, no podía, esto tenía que ser un sueño del cual cuando despertase aparecería en Madrid. ¿Por qué no aparecía allí? ¿por qué había tanta tranquilidad y silencio? quería volver a mi casa, escuchar todo el ruido de los coches. No esta tranquilidad, no esta paz, ¡Yo no pertenezco a aquí!. Quería volver a casa y ese pensamiento me hizo soltar las primera lágrimas porque aunque yo viviese en Madrid, no sentía esa casa como mi hogar. ¿ Entonces cuál era mi hogar?.

-Toma chica- me dijo el conductor al entregarme un pañuelo para secarme las lágrimas, no sirvió de mucho porque ante ese acto de amabilidad yo lo único que hice fue llorar aún más. El conductor me miró con pena y sintiendo su desesperación, intenté tranquilizarme.

-Lo siento mucho, pero tienes que salir del taxi.

-No no no no- repetí varias veces-. Mire yo no puedo salir ahí fuera, pero podríamos hacer un trato usted y yo.  ¿Qué le parece si usted me deja pasar el resto de mi vida en su taxi y yo a cambio se lo limpio?. Venga señor... eh señor Roberto, por ponerle un nombre ya que aún no nos conocemos, pero eso puede cambiar si aceptas el trato-dije muy a la desesperada mientras le tendía la mano y le mostraba mi mejor sonrisa. Él me agarró de la mano pero para echarme de su taxi, luego abrió el maletero y sacó las pocas cosas que había traído. Él se volvió a meter en el taxi y me deseó suerte mientras arrancaba y se iba dejándome  sola plantada en la mitad de la carretera aguantando las lágrimas mientras me ahogaba en mis peores pensamientos.

Estaba a siete metros de la primera puerta de la casa de mis tíos. Llevaba mi melena castaña en dos trenzas desechas que se habían ido agrandando por la humedad del norte. Con una mano agarraba cuatro bolsas y con la otra me sujetaba el pecho controlando la respiración agitada impidiendo que acelerase. Los ojos llorosos y mis mofletes estaban llenos de rimel que se había corrido por culpa de las lágrimas. Torcí la boca y cerré con fuerza los ojos al darme cuenta de lo patética que era.

Acorté la distancia y aún metida en mis pensamientos, me intenté convencer de llamar a la puerta de una vez, pero el ladrido de un perro me devolvió a la realidad. Giré la cabeza y a mi lado había una señora de unos setenta años sujetando la correa de un chiguagua. Pegué un grito y retrocedí unos cuantos pasos intentando no tropezar. Porque cuando digo cerca, digo a menos de un metro, y lo peor es que no había notado su presencia hasta que el perro no había soltado un ladrido.

Nuestro trozo de marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora