Simón

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Efectivamente, Simón me escribió al día siguiente. Quería invitarme a salir esa noche. Me pareció bien, así que pasó por mí a la salida del trabajo. Llegó en una enorme camioneta blanca que parecía una nave espacial. No me pregunten la marca, sospecho que era una Toyota. Lo que pronto descubrí era que incluía un dueño quisquilloso.
- ¡Ay! - exclamó él en cuanto me trepe al asiento del acompañante y cerré la portezuela, procurando no caerme al asfalto.
- ¿Pasa algo? - pregunté, añadiendo un "Hola" a modo de saludo. Pensé que se había lastimado.
- Es que cerraste muy fuerte la puerta. Acabo de comprar esta camioneta y no quiero que se dañe.
Me disculpé y me apresuré a ponerme el cinturón de seguridad. Él, por su parte, encendió el motor y la radio. Una música bastante estridente empezó a envolvernos, creo que era Heavy Metal. Decidí permanecer callada. De todas formas, no iba a poder escucharme. Él, en cambio, si hablaba, pero no lo pude entender. El grito del cantante metalero estaba causando estragos en mis pobres tímpanos.
Al fin llegamos a destino. Yo ahogue un grito al ver el lugar que habia elegido Simón para nuestra "cita"... Si, adivinaron, el mismo bar de siempre, en el cual se había festejado el cumpleaños de mi amiga y dónde había conocido a Wookie. Al parecer, no había otro lugar en la ciudad para tomar un trago y conversar.
Entramos al lugar que aún estaba prácticamente vacío, nos sentamos junto al ventanal que daba al patio, el mismo sitio donde se juntaron las mesas para el cumpleaños de Christelle.
- ¿ Qué quieres tomar? - preguntó Simón.
- Daikiri de frutilla, por favor.
     Mi respuesta fue automática, pedir lo mismo que aquella noche en que conocí a Wookie fue un impulso. Simón asintió y fue a la barra. Mientras tanto, mi mirada empezó a vagar por ese bar que ya se me estaba haciendo muy familiar. Irremediablemente, me detuve en la mesa de Wookie, si, así le llamaba, por suerte, no estaba vacía, en ese momento, la ocupaban dos hombres vestidos con ropa de oficina, que reían y hablaban fuerte. De haber estado vacía, no me hubiera costado recrear la imagen de él sentado allí, jugando con la botella de agua como si estuviera aburrido, al tiempo que su intensa mirada se posaba en mi, atrayendome como un imán. Sus labios curvados en esa sonrisa tan sensual y pícara a la vez.
Wookie... A estas alturas, me había devorado todas las series y películas en las que había trabajado, bueno, aquellas a las que pude acceder, porque no todas estaban disponibles para mi país. Se había convertido en mi actor, modelo y cantante favorito. De noche, me dormía, escuchando sus músicas y en mi teléfono se me acumulaban sus fotos. Mi amiga estaba en lo cierto, lo mío se había convertido en una insana obsesión.
  Me obligue a volver al presente, justo a tiempo para que Simón vuelva a nuestra mesa con los tragos. Puso delante de mí una copa que contenía un líquido amarillo.
- Lo lamento, no tienen daikiri de frutilla, así que te traje jugo de piña.
Supongo que no pude ocultar mi incomodidad.
- ¿Pasa algo? - preguntó Simón, sentándose.
- Lo siento, - contesté - soy alérgica a la piña.
Me miró con asombro.
- ¿Alérgica?
- Si, no puedo consumir piña.
- ¿Ni siquiera en forma de jugo?
- No - y no le mentía, si probaba tan sólo un poco de ese jugo, mis labios se verían como si me hubiera inyectado votox o algo así. - Pero, déjame, yo iré a pedir que cambien la bebida.
   Simón iba a protestar, o eso parecía, pero insistí y, al poco rato volví a la mesa con una botella de cerveza. También había encargado dos hamburguesas, tenía hambre. Mientras aguardabamos, comenzamos a charlar. Simón me preguntó qué deporte practicaba. Me tuve que reír.
- No soy muy deportista que digamos.
- Sí, lo sospeché - dijo él, sonriendo divertido.
Nos trajeron la cena y continuamos conversando.
- ¿Te gusta leer? - pregunté.
- Si, suelo leer bastante.
- ¿Qué clase de libros? - me sentí esperanzada
- Sobre negocios, ya sabes, cosas útiles.
- ¿Y novelas?
- ¿Qué pasa con las novelas?
- Quería saber si te gusta leer novelas.
El negó con la cabeza.
- Creo que son una pérdida de tiempo. - añadió, después de comerse un gran bocado de su hamburguesa - Como dije, sólo leo cosas útiles, que me ayuden a formarme como profesional y como persona.
En mi cabeza se recreó la imagen - como en una película - de un surtido montón de novelas, algunas obras clásicas, otras de hechura más actual, que volaban todas en dirección al mismo blanco, la enorme cabeza de Simón.
Estaba a punto de argumentar algo a favor de las ofendidas novelas cuando su teléfono cobró vida. Una llamada que él se apresuró en responder.
- ¿Silvia, qué pasa, estoy en una reunión? - me miró, haciendo un gesto con la cabeza, no se si pidiendo disculpas o que yo guardara silencio. - Esta bien, voy enseguida.
Lo mire en silencio esperando que cortara la comunicación.
- Lo siento, surgió un problema, - sacó dinero de su billetera - paga con esto la cuenta, me tengo que ir.
- ¿Puedo preguntar quién es Silvia?
- Es mi ex- novia, tiene problemas con su coche y está en un lugar muy solitario. Por favor disculpa, paga la cuenta con esto - me pasó el billete.
Yo estaba por rechazar el dinero, pero, después, pensándolo bien, decidí aceptar, de todas maneras debía agenciarme para volver a casa. Y pensaba tomar algo más...
- ¿Puedo llamarte de nuevo?
Sonreí.
- Mejor no.
Simón se borró y yo decidí terminar mi cena sin ninguna prisa. Después me acerque a la barra a pagar la cuenta y el barman me saludó con una sonrisa. Era un hombre de unos 60 años, delgado y moreno.
- Buenas noches, señorita, espero que le haya gustado la cena, siento que la hayan dejado sola.
- No hay problema - sonreí
- Y ya que es cliente de la casa, - me pasó una bebida - este daikiri de durazno va por nuestra cuenta.
Me sonroje y se lo agradecí.
- ¿Disculpe, puedo preguntarle algo?
- Desde luego, y puede llamarme José, a sus órdenes.
- ¿Recuerda a todas las personas que vienen al bar?
- A todas no, pero si a la gran mayoría, a usted por ejemplo, porque además de haberla visto en varias ocasiones, es usted bonita.
Le agradecí el piropo y le pregunté por Wookie.
- En enero, la primera vez que vine, había un muchacho coreano con quien hablé, era alto y bien parecido.
El me miró
- Si, claro que lo recuerdo, es de esas personas que uno no se olvida fácilmente, muy amable además.
- ¿ Lo volvió a ver?
- No, después de esa noche, no. Supongo que volvió a su país.
    Por supuesto, pensé. En realidad sólo estaba probando suerte. En ese momento, sonó mi teléfono, me había llegado un correo, me disculpé con José y revisé el mensaje. Pegué un grito de alegría, no podía creerlo, el hombre me miró sobresaltado y yo, sin pensarlo, lo abracé, contándole que había ganado un premio de artes visuales
¡Mi cuadro había sido el ganador! ¡Mi Wookie había ganado!... Me había ganado, además de dinero, una pasantia de tres semanas en un museo de París. ¡Me iba a París!

Daikiri De Frutilla Y Una Botella De Agua Donde viven las historias. Descúbrelo ahora