Capítulo 4

120 11 4
                                    



Hazel Asher

«Será imbécil» pensé por milésima vez en el día. Apenas había conocido a ese chico hacía unos minutos, y por lo poco que lo conozco, puedo deducir que es el típico jugador que se piensa que tiene el mundo a sus pies, que la gente va a ir besando por dónde pisa. Que fuese guapo no significaba que fuese muy listo.

Traté de olvidarme de él y me centré en River, quien me estaba explicando el funcionamiento de todo. Esta chica no sabía el inmenso favor que me estaba haciendo al explicármelo todo con tanta paciencia. Ella no era consciente de lo difícil que se me hacía a mí empezar de nuevo en un lugar nuevo.

—Normalmente, desayunamos todos juntos cuando llegamos a las diez —explicó River al entrar en el comedor. Un espacio bastante grande equipada con mesas rectangulares grandes, había básicamente cuatro de estas, dos para los jugadores y dos para el equipo técnico—. Desgraciadamente, también van a estar los ruidosos del masculino. Te lo digo para que te vayas haciendo una idea.

—Me puedo hacer una idea —contesté riendo al imaginar el panorama.

—Mayoritariamente, ellos se suelen sentar en la mesa de la derecha, la que está más cerca de la puerta. Suele haber desayuno libre. Bueno —dijo con una sonrisa—, libre, según lo que ellos hayan puesto. Aunque te recomiendan comer aquello que te recomienda la dietista. Spoiler: Nadie le hace caso.

—Es bueno saber eso —mencioné—. Aunque suelo ser bastante estricta con mis comidas, es lo que me ayuda a tener mejor rendimiento.

—Bueno, cada uno lo hace como le va mejor, ¿no?

Asentí con una sonrisa. Me siguió explicando que después del desayuno, nos daban un rato libre para luego ir a entrenar. Que en ocasiones iba a ser el gimnasio a hacer ejercicio con las máquinas y a veces iba a ser la pista. De todas formas, cada día haríamos los dos tipos de entrenamientos. Excepto los días de descanso, que iban a variar según los partidos. En esos días teníamos prohibido tocar una pelota de baloncesto. Era una medida que habían puesto para evitar lesiones inesperadas y desafortunadas.

Tras un largo paseo y explicación por las instalaciones, fuimos nuevamente a la pista de entrenamiento, que compartimos con el masculino, solo que no íbamos a coincidir por los horarios intercalados que teníamos. La pista estaba ocupada. Dos chicos que reconocí a la perfección estaban haciendo un pequeño partido a media pista. Era un uno contra uno, y por lo que pude ver, estaba bastante equilibrado.

Tengo que reconocerlo: jugaban muy bien.

Nos quedamos un par de minutos a observarlos, suerte la mía que no nos podían ver. Pues estaban jugando en la otra mitad del campo. Observé la técnica que ejecutaban: perfecta.

Observé a Jay. Cómo sus músculos se tensaban al tirar la pelota. El esfuerzo mínimo que hacía para superar a su compañero y así tener un tiro libre. Cómo su cabello alborotado se movía libremente con todos los saltos y pasos que daba. Para ser un egocéntrico jugaba de maravilla.

Volvimos al vestuario antes de que nos pudieran ver. Me senté en el banco que había y me di cuenta de lo cansada que me encontraba. Había sido una mañana intensa y llena de emociones. Nunca hubiera dicho que empezar de nuevo iba a ser tan mentalmente agotador.

—¿Qué te parece todo, de momento? —me preguntó River con emoción.

—Creo que es mucho más de lo que hubiera imaginado —respondí con una sonrisa—. Y por supuesto, con muchas ganas de empezar la temporada. Y jugar contigo, claro.

—¿De verdad? —dijo con un suspiro mezclado con emoción.

—Claro que sí. ¿Te sorprende que lo diga?

The Perfect GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora