VI

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Durante el resto de la semana Edgar tuvo un humor de perros sin saber que al bosque recién llegaban, un poco después de él, unos más crueles. Saludaba a sus familiares y comía con ellos. Sin embargo, el entusiasmo en su voz vino en decaída, los primeros días se esforzaba por disimular, pero finalizando la semana las ojeras y poca soltura al hablar se hicieron más evidentes, sonando más grave que de costumbre, como lo haría de ahora en adelante. Sus facciones, aunque serenas, eran ahora abiertamente ariscas. Sin saberlo se había estado consumiendo por dentro.

Ni los preparativos para el baile que su familia se había ofrecido a ayudar junto con los Ernox lograron sacarlo de casa o de su habitación siquiera. Mientras su hermano y demás se reunían con los Carpentier para planificar la música y hora del encuentro él estaba demasiado ensimismado como para levantarse a formar parte del bullicio de la planta baja, lo cual habría preferido antes que mascar la parte interna de sus mejillas hasta hacerlas sangrar...

... De seguro Morgan se sentía igual que él: Sobrepasada, decaída, sí... De seguro estaba en el techo de teja, había salido por la ventana como solía hacer de niña y, con las manos enlazadas sobre el estómago, había esperado que todos se marcharan, fuesen a dormir o cualquier cosa para luego entrar y cerrar los ojos sobre la cama sintiéndose satisfecha, pues mientras ellos estaban adentro, ella había vestido el sol de la mañana, el naranja encopado de ­­borraja de la tarde y el azul profundo del cielo nocturno al escurrirse sobre su piel, ése era su favorito, ése que al chorrear desde arriba moteaba su piel y ropas cual chispas de pintura fugitivas de un pincel. —...Sí...— Ahora dormía plácidamente, descansando, por fin ambos lo hacían...

... Esa clase de pensamiento fue su café diario en sus años en La Capital.

Primero pensó que todo aquello era causado por su propia frustración, luego se dio cuenta de que ella se lo había hecho sentir al confundirlo de ese modo, o puede que, a lo largo no sólo de esos años sino de su vida entera, su frustración había estado dormida y ella sólo se encargó de despertarla.

Esa clase de introversiones buscaban volver de vez en cuando, ahora lo hacían. A lo largo de los últimos días se había ocupado de ellas con divagaciones sin sentido como lo eran pasearse de un lado a otro mientras todos dormían e imaginaba a Morgan en el techo; pero esa tarde no, no escaparía y no ignoraría nada de lo que realmente quería sentir... Lo que sentía era dolor.

—Esperaba algo más dulce...

Cuando al momento de su llegada hubiese dado la vida por no volver a dormir en ninguna habitación de esa casa ahora era el lugar donde subsistía, porque no se podía decir que verdaderamente estuviese viviendo. No vivía desde hacía 8 años.

En realidad nunca quiso irse.

A pesar de que la familia le notase desmejorado decidieron dejar que él mismo declarase su estado de salud, pues a los ojos de Jacobo él ya era lo suficientemente mayor como para saber cuándo no se sentía en todas sus facultades. Si bien en una primera oportunidad Jacobo obedeció las peticiones de su madre y tía había sido porque a su propio juicio existía la posibilidad de que, tras tan largo viaje, la fatiga le hubiese afectado al punto de hacerle enfermar, lo cual no era para nada descabellado. Sin embargo, a juzgar por sus modos y proceder de los últimos días, Edgar sólo estaba molesto.

—Edgar, mi amigo, como mi hermano, mi familia ¿Qué te ocurre? —Jacobo, decidido a terminar con las intrigas, entró al cuarto de Edgar. La idea había germinado luego de que en el desayuno, al Grigori preguntarle a su hermano cómo había pasado la noche, éste le respondiese: <<Enloquecido como bestia>>.

Ese Día, Como Todos los Días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora