XII

12 4 0
                                    


Esos niños eran la vida de las mujeres de la casa. Hijos de padres ausentes. Cada una de las madres se aseguraba de hacer que sus hijos fueran correctos y educados; pero no por ello ciegos y alcahuetas de sus contemporáneos, por lo que el que un proceder impúdico fuese escudado no era cosa frecuente. Aunque esos dos niños no pensaban que estuvieran haciendo nada protervo o diabólico.

Todo había empezado una tarde de octubre cuando jugaban al escondite, él tenía diez... Ella siete. Edgar había estado corriendo por la casa un largo rato, ningún lugar parecía lo suficientemente bueno como para que Jacobo no lo encontrara. Al escuchar que su primo comenzaría a buscar subió las escaleras, éstas estaban cercadas por dos puertas gruesas a cada extremo de un pasillo cerrado, subió franqueándolas y volviéndolas a trabar tras de sí en medio del ataque de pánico más fuerte que pensó que jamás sentiría.

En el cuarto de costura de la abuela se encontró con el armario de telas finas, no pensó que fuera lo más prudente entrar en él pues sería un sitio muy obvio, aunque pensándolo bien... Jacobo no entraba a ese cuarto con mucha frecuencia, el maniquí de costura de la abuela le daba algo de miedo cuando no había suficiente luz, el cual era el caso, pues con las alhajas y viejos vestidos semejaba una larguirucha dama mutilada. Así que sin más prórroga al asunto entró en el armario, teniendo como resultado un leve sonido de sorpresa.

— ¿Quién es? —El niño hablaba en susurro.

—Morgan.

—Ah...—Soltó un suspiro de alivio al averiguar que no era uno de esos <<nosferatu>> de los que les había hablado tía Nailea a la hora de dormir. No se perdonaría el haber interrumpido el descanso de alguien.

— ¿Pensaste lo mismo que yo?

— ¿El maniquí?... Sí. —Sintió algo suave tropezar sus dedos. En medio de la oscuridad sólo podía escuchar la voz de su prima y sentir el polvo sobre su piel, eso no era polvo. — ¿Qué es eso?

—Es mi pierna. Te tropecé... Lo siento. No me di cuenta porque está dormida.

—La mía no se siente así.

— ¿No?

—No...—Sintió un delgado y frío dedo tocar un poco más arriba de su tobillo, no dejándole respirar por un segundo. —... ¿Qué... Qué haces?

—Yo la siento igual.

—No lo es. —Volteó para enfrentarla aunque no pudiese verla, para ahora tropezar con un bultito cálido y húmedo. —... ¿Qué fue eso?

—Mi... Boca... ¿Qué hiciste?

—La choqué, la pisé con... Con la mía... Fue raro.

—Sí.

—Una vez vi que mis padres lo hacían... ¿Por qué lo harían?

—Mi boca se siente rara...

—También la mía...

—Hazlo de nuevo. Se siente raro.

—Sí, es raro.

Al escuchar que abría la puerta guardaron silencio. Volvió a cerrarse. El siguió besándola en la boca. Ambos reían de forma ahogada, luego un poco más fuerte... Jacobo no entraría con el maniquí estando ahí.

...

Morgan había recorrido con sus manos gran parte del cuerpo de Edgar, más que una muestra de afecto o deseo, era el insano sentimiento de estar jugando con barro. —...Me quedaré contigo... —Nunca supieron quién de los dos lo había dicho. Pronto, con sus bocas aún juntas, sus manos terminaron en el cuello de Edgar, antes de darse cuenta había comenzado a estrangularle. Él guardó silencio al igual que calma, mirando a poca luz los tristes ojos de la muchacha comprendió que algún día ella sería su fin, sólo no pensó que sería tan rápido, 2 años después.

Ese Día, Como Todos los Días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora