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Faltando diez minutos para la hora de la cena Edgar ya había empacado sus cosas, podía jurar que al llegar su maleta pesaba más que ahora, de seguro Grigori había sacado algo de ropa. Respiró profundamente decidiéndose a darle la cara a Jacobo y luego marcharse. Ya era el momento. Metió la maleta bajo el catre y bajó al comedor. Por fortuna, había recuperado su pieza hacía unas horas, algunos bichos aún insistían en hacerle compañía, pero por lo menos sus actos podían mantenerse a puerta cerrada como un secreto que sólo sabrían él y las cucarachas.

No dudaba de sus sentimientos, esa había sido su única verdad innegable desde hacía tiempo, pero sí dudaba de que tan buenos pudieran ser... Estaba decidido: Aceptaría el reclamo de Jacobo y, por mucho dolor que le causara, se marcharía.

Había un pesado silencio sólo interrumpido por el golpeteo de los cubiertos sobre los platos, esto cuando raramente los usaban, pues solían comer con las manos empleando pequeños trozos de pan sin levadura; esta costumbre la habían adoptado del padre de Jacobo y Morgan, cuando al comprometerse con Nailea les comentó que las manos eran, por mucho, más higiénicas que los cubiertos apenas enjuagados.

Amanda tosía con fuerza de vez en cuando, pero era interrumpida por la respiración de Jacobo, que miraba severamente sus propias manos. Morgan se puso de pie y dio una pisca de sal a la niña, al tragarla ésta dejó de toser con tanta frecuencia.

Al momento que todos limpiaban sus dedos y Yesenia daba por terminada la cena Jacobo puso los codos sobre la mesa y suspiró.

—Hombre, dejémonos de tanta basura.

La sangre de Edgar se heló, contemplando ante sí el gesto severo de quien no había mostrado más que sonrisas. Su sangre se heló, sí, pero el que cayó desvanecido fue Gerardo, sobre el regazo de su mujer.

—Lo que faltaba. —Nailea se puso de pie con gesto quejumbroso, indicando a Edgar y Jacobo llevar al hombre a la sala.

...

Cuando Gerardo abrió los ojos dos de sus hijos le miraban con curiosidad, estando acostado en la sala era ahora el centro atención. Said, quien bajaba la vajilla sucia de su alcoba miró de forma distante por unos momentos para luego retirarse, a Edgar le pareció mucho más viejo. Las tres mujeres mayores calentaban toallas en la cocina: Yesenia las buscaba, Nailea las hervía y Raizel las ponía en la frente de su marido. Quizá sólo necesitarían unas dos, pero al Edgar preguntar por la razón de tan exagerada cantidad su madre respondió que era mejor tener más preparadas para la próxima, mientras, con gesto extrañado notó que Nailea metía las toallas extra en una cacerola y ésta en el horno de barro.

Jacobo, que contemplaba la situación de brazos cruzados desde la prudente distancia del umbral entre el salón y el pasillo, al advertir que su primo le miraba con más atención de la debida, le interrogó frunciendo el ceño. Edgar tomó esto como una señal y, aprovechando que al momento del desplome del hombre de inmediato Morgan había salido del salón, vio igualmente la oportunidad de ahorrarse una mayor vergüenza.

—Primo, te noto algo ido...—Edgar se acercó a Jacobo hablando con serenidad. Éste le miró; pero pese a esto el cambio en su expresión fue apenas notorio. —... ¿Sucede algo?, ¿Algo que de mi parte te haya ofendido?

— Eso dímelo tú... ¿Lo has hecho? —Interrogó esperando hallar algo más. — ¿Es tu culpa tener el padre que tienes?, ¿Te sientes orgulloso de él? —Edgar no dio respuesta. —Entonces no.

Ambos miraron como Gerardo se pasaba la mano por la frente en gesto exagerado.

— ¿Qué es lo que tiene?

—No tengo idea. No por no saber examinarlo, sino porque no pretendo hacerlo. Qué conveniente que enferme cuando pretendía confrontarle por su correspondencia con tía. Encontré centenares de cartas en el muro de la escalera. —Volteó a mirarle. Los brazos aún cruzados en el pecho. Edgar se preguntó por unos segundos las razones de su primo para mostrase tan apático para con el esposo de su tía. Sin embargo, esto no llegó a quitarle el sueño, consolándose con la idea de que con respecto a apatía razones había de sobra si el objeto juzgado era Gerardo Piar. —Sé que es tu padre, pero luego de que mejore no lo quiero más aquí. Más bien... Estoy haciendo mucho, hemos tenido suficiente.

Ese Día, Como Todos los Días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora