VII

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Conforme fueron pasando las horas y los días no se hablaba de nada más que no fuese la cita en casa de los Carpentier el día 21. Durante la semana anterior la Sra. Nailea y compañía habían discutido acerca de si debían asistir todos o no, pues siendo nueve en total les parecía algo sobrecogedor el presentarse todos al mismo tiempo. Daban por seguro una concurrencia significativa.

— ¡Oh...! No, no... No hay problema. —Había dicho la Sra. Carpentier al encontrarse con Nailea hiendo de compras al pueblo, sólo Morgan le había acompañado. —Es más, insistimos en que vayan todos.

Morgan aguantó una pequeña risilla. La Sra. Carpentier acostumbraba usar el plural sin consultar a los demás de si estarían o no de acuerdo con sus ofrecimientos. Sentía que éste no era el caso.

Su futura anfitriona era una mujer alta de cabello castaño, que si bien parecía haber sido hermosa, lo que la hacía resaltar entre la multitud no era su finura o facciones esculpidas, sino su tendencia a usar altos peinados que lograban su volumen gracias a distintos injertos de crin de caballo y almohadillas de algodón.

—Oh... Gracias, es usted muy considerada. —Nailea se mostró reservada ante tales muestras de confianza, aun conociéndola de años no llegaba a acostumbrarse.

—Ustedes lo serán al asistir. —Sonrió como quien se sabe triunfante.

...

—Esto es realmente grandioso, madre. —Sin saberlo, Morgan entrando en la sala de estar, interrumpió una conversación entre sus primos y hermano sobre unos trompetazos cercanos a sus ventanas.

—Me alegra tanto que al fin veas el lado bueno de las cosas.

—Es sarcasmo, madre.

—Lo sé, niña malcriada.

—Quizá pueda enfermar para el viernes, así no correrá el riesgo de que se tache a su hija de indiferente.

—Sabes muy bien que si no vas por enfermedad él mismo vendrá aquí, estando tú sola tendrás que recibirle.

— ¿Y poner en tela de juicio mi reputación?

—Si a alguien en la familia le importase la reputación no habría nacido siquiera tu tío Said. —La mujer respiró con calma cerrando los ojos unos momentos, las discusiones sobre los Carpentier eran el pan de cada día, cada día que se atrevían a tocar la puerta. —Trátale con un poco de cortesía, el pobre muchacho se está desviviendo.

—Entonces le estoy haciendo un favor ¿Quién quiere una vida así? —Morgan miró a un lado, Edgar le escuchaba con atención.

Culminada la querella y con Nailea sintiéndose triunfadora la casa volvió a su anterior orden cuando Jacobo incitó a Grigori a continuar con su conversación. La tía se había retirado a la cocina y Morgan al piso superior. Edgar, cuyo afinado oído acaecía de una propensa predisposición a no perder detalle cuando algo le interesaba incluso en contra de su propia voluntad, no consiguió dejar de lado sus palabras o a la joven mujer, por lo que la siguió a través del pasillo. Los efímeros 30 segundos de caminata del saloncito al piso superior no le bastaron para conseguir justificar de modo biológico el dolor que las palabras de su tía provocaron. Buscó negarlo y por un instante lo consiguió.

Al divagar con la mirada por el reducido espacio no encontró otra puerta abierta que no fuera la de la futura biblioteca. Tragó saliva y se colocó al lado de Morgan quien miraba por la ventana, como si la plática de la vez anterior no hubiera terminado. Atestiguaron como una mosca, antes distraída, trataba de escapar de la planta carnívora que reposaba de cara al vidrio.

Ese Día, Como Todos los Días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora