IX

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Por la mañana los primos no acertaban a mirarse. Sus momentos de paz habían sido interrumpidos por la llegada del Sr. Piar.

El hombre había pasado incontables temporadas en La Capital trabajando en el taller del teatro de ópera <<Gornolia>>. La última de sus hijos había sido concebida en una de pocas oportunidades en que Raizel se aventuró más allá de la cerca que Said había instalado para que los patos no escaparan.

Como más tarde descubriría Jacobo, Gerardo Piar y su esposa habían concertado la visita con semanas de anticipación y en secreta correspondencia. Era esperado para el día siguiente de la llegada de sus dos hijos mayores; pero por la propia naturaleza de la correspondencia (Siempre esporádica por parte del marido) los días de espera de Raizel Piar se convirtieron en semanas, concordando no sólo con las secuelas del baile de los Carpentier sino con los planes de Edgar de deshacer toda duda, tanto en su prima como consigo mismo, acerca de su proceder alimentada quizá por partida de la mala lengua de la Sra. Carpentier o puede que del mismo Edmon.

Edgar se encargaría de <<matar esa culebra por la cabeza>>, expresión que había aprendido en el mercado, y que no podía hacer menos que asociarla con los Carpentier que, según él, gozaban de una apariencia reptil.

Pese a que la intervención de Morgan la noche anterior le había ahorrado un mal sabor de boca al no tener que despedirse de Edmon, ésta no consiguió salvarle de la severidad que irradiaba la mirada de la Sra. Carpentier que, al ver que Edgar se despedía de ella, se limitó a asentir levemente. <<Una mujer muy pretenciosa a pesar de vivir en este pueblo>>, expresó Edgar con voz queda al cruzar la puerta. Por suerte no tuvieron inconveniente con que nadie les acompañase para abrir el portón frontal, pues a pesar de lo ostentoso del viejo caserío, éste no tenía portón alguno.

Y no sólo eso, momentos antes se vio en una situación incómoda al separarse de Morgan. Cuando deambulaba por el salón buscando una excusa para hacerla volver a su lado se encontró con que no sólo Edmon Carpentier lo miraba con irritación, sino todos los presentes salvo su familia. Ese hombre, el alto, rubio, de ojos rasgados, era el indicado... El apropiado según todos en el salón. Mientras, él: Edgar Piar, músico de cuarta, hijo prodigo de la polémica estirpe de los Ross, no era más que la hez de la hez. El agrio sabor de tragarse sus palabras a cada instante le estaba provocando una ulcera. Quería parar de despreciarse, quería dejar de contenerse sólo porque alguien pudiera mirarlo con desagrado o desaprobación... ¿Lo harían? Se dio cuenta de que en realidad no le interesaba la respuesta, pues aunque había estado tratando de evitarlo, podía sentir las afiladas miradas de los invitados dirigidas hacia él bajo sus empolvados velos de encaje negro. Decidió que ya no le importaba, decidió que amaría y sería amado.

Sin limitarse siquiera a saludar a su padre, no como sus hermanos, Edgar salió de la casa en busca de un lugar tranquilo que le permitiera deshacerse del desesperado temblor de sus manos. Éste había empezado en el momento que Gerardo cruzó la puerta, con su traje beige y pelo engominado, desató una predispuesta irritación guardada como un gato en una caja, esperando para saltar y que, con el paso de los minutos, no hacía más que agravarse al punto de la histeria.

Aún con cierta convulsión en los dedos, pero ahora acompañada de nauseas, Edgar esperaba que el aire exterior llenase sus pulmones y, con algo de suerte, su cráneo. Quizá así podría hacer realidad una de cientos de mentiras de su padre cuando contaba las visitas que en lugar de cerebro Dios le había dado una bolsa de asmático. Sin conseguirlo, se inclinó poniendo las manos en las rodillas y pensó en lo útil que sería que no sólo su cerebro, sino toda su cabeza, fuese una bolsa de papel. Mientras una pantomima de inhalación ocupaba su mente una vaquita de San Antonio caminaba por la mal encerada punta de su zapato derecho, resaltando sobre el polvo producto del fango seco que no había limpiado.

Ese Día, Como Todos los Días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora