Prólogo

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La vida es extraña y un tanto monótona, al menos para mí.

Todos los días me resultan aburridos y la rutina en mi trabajo es cada vez más abrumadora.

Las mismas personas, los mismos clientes pesados y molestos que me causan migraña cada vez que hablan, los clientes indecisos que me hacen enseñarles todos los productos del estante y al final no compran nada o peor aún, los que siempre me gritan que por ellos yo estoy comiendo.

¿En serio? Ni siquiera desayuno cuando estoy en la tienda. 

Sí, es bastante molesto, trabajar y ser joven es una completa mierda. Nunca confían en ti por "no ser lo suficientemente apto" para el trabajo. Siempre te hacen sentir inútil y lo divertido de todo es que el sueldo es más deprimente que el trabajo mismo.

Lo sé, yo también me río para no llorar.

En fin, son cosas que pasan, sin embargo, me mantengo sereno y aquí sigo, trabajando juicioso en la tienda del señor Lee Jung. Acepté su oferta en el verano pasado, cuando me encontraba de vacaciones por mitad de semestre, tenía mucho tiempo disponible y mi cartera estaba sufriendo una crisis económica, literalmente.

En ese entonces había tenido un par de discusiones con mi padre, como todo adolescente en su hábitat natural y por tal razón, me ví castigado, sin tener derecho a mesadas ni salidas con mis amigos.

Aunque por éste último no sufrí mucho, pues no soy tan sociable que digamos, a duras penas cuento con la amistad de Hoseok y eso porque fue él quien un día me vio solo en la cafetería de la escuela, mientras le daba un pequeño mordisco a mi emparedado.

Se acercó con aquella confianza muy propia de él y esa sonrisa amplia que a cualquiera le haría sentirse como en casa. Así fue como  nuestra amistad surgió, de una manera poco casual, pero no me quejo, es el mejor amigo que he podido tener.

El dinero me hacía falta y el trabajo llegó a mí de una manera tan fácil, cuando en una tarde caminaba por el centro de la ciudad y me detuve al leer el anuncio en aquella pequeña tienda. Entré, con la duda de lograrlo y fue cuando me topé con el dueño, el señor Lee, quien me atendió amablemente y al preguntarle yo por la vacante, procedió a realizarme una pequeña entrevista.

Cabe recalcar que la experiencia como tal no la tenía, pues jamás había tenido un empleo antes, aunque eso no pareció ser problema, pues el señor Lee luego de hacerme un par de preguntas sobre mis gustos musicales, sonrió y quedó admirado por mi conocimiento en la industria musical, sobre todo por los clásicos de los 80s.

No sé si fue cuestión de suerte o porque evidentemente no había otro postulante además de mí, que el señor Lee me contrató esa misma tarde de verano. Oficialmente era un trabajador de Retro Store.

Actualmente llevo seis meses trabajando y aunque la paga no es tan buena, no me quejo, es mejor que estar dependiendo del dinero de mi padre. He logrado ahorrar y comprar cosas para mí y eso es un gusto que no pienso desaprovechar.

[...]

Los días en mi trabajo eran aburridos, habían días bastantes movidos y en otros parecía que ni un alma deseaba entrar a la tienda, haciendo que el día se sintiera más largo de lo habitual. Incluso me había cansado de ver las mismas caras una y otra vez, escuchar los mismos chistes sin sentido de un cliente en particular o del sonido del reloj en lo alto de la pared, marcando cada segundo que pasaba.

Todo era tan repetitivo, hasta ese día en que el sonido de la campanilla de la puerta, me hizo desviar la atención de una revista de deportes que leía en ese momento, para perderme en la hermosa y profunda mirada de aquel chico que recién entraba a la tienda.

Llevaba puesto un atuendo bastante único: un largo abrigo color negro, una camisa blanca, pantalones de mezclilla, unos deportivos blancos y alrededor de su cuello una larga bufanda de cuadros color beige le colgaba. Joder, sin duda alguna era más hermoso que los modelos que estaban en mi revista.

Su rostro parecía de porcelana, cabello castaño, cejas gruesas que le daban profundidad a su mirada, labios delgados dejando a relucir un pequeño lunar en la parte inferior. Sus manos delicadas con unos dedos ligeramente largos, torso definido y de altura promedio. Oh si, casi lo olvido, su piel era como la canela lo cual lo hacía ver mucho más guapo.

La belleza etérea de aquél chico me había dejado tan absorto del entorno, que parecía que el tiempo se había detenido, incluso mi voz pareció perderse en aquella atmósfera, porque justo cuando se acercó al  mostrador donde yo estaba no logré articular palabras. Mi boca estaba semiabierta, pero no emitía ningún sonido, solo escuchaba como el chico de voz gruesa me preguntaba por los discos de vinilo.

Mi jefe se percató de mi estado de trance y carraspeo antes de indicarle al chico que pasara al pasillo de la derecha, a lo cual respondió amablemente un "Gracias". En ese momento deseé abofetearme por quedar como un tonto, pero... ¿Cómo evitarlo? Era el cliente más interesante que había visto desde que empecé a trabajar.

Luego de un rato el chico se fue, no sin antes haber comprado un disco de vinilo de nada más y nada menos que el mismísimo rey del rock clásico, Freddie Mercury.

Desde entonces empecé a escribir sobre el cliente desconocido en mi diario personal, sé que suena gracioso, pero sí, los chicos también tenemos diario y obvio que yo, Jeon Jungkook, no seré la excepción.

Quedé perdidamente enamorado del castaño y aunque no supiera su nombre, sabía que amaba la música clásica porque a partir de ese día empezó a llegar con más frecuencia a la tienda, en busca de sus tan apreciados discos de vinilo.

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Disco de Vinilo | TaekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora