CAPÍTULO XI

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El señor Darcy guardó las cartas en el interior de su saco, bastante trastornado por la lectura de su contenido.

Tal como había mencionado Elizabeth, las cartas eran muy claras y difíciles de interpretar de otra forma. Cualquiera que tuviera una inteligencia promedio, podía comprender que el objetivo del escrito era hacerle entender a Jane Bennet que su amigo estaba comprometido con otra señorita, sino formalmente, al menos de forma simbólica. Y que la carta, si bien era del puño y letra de Caroline Bingley, podría fácilmente haber sido orquestada o incluso dictada por él, el señor Darcy.

- Un chelín por sus pensamientos - se burló Elizabeth, pensando que veía un hombre sorprendido in fragantti cometiendo un delito.

Pero Darcy no era culpable, la señorita Bingley se había tomado atribuciones que no le correspondían y no había entendido que el mero hecho de dejar Hertfordshire era más que suficiente para romper el lazo entre Jane y Bingley. Maldijo a la hermana de Bingley, por que debido a sus caprichos y sabiendo que al escribir esta carta afirmaba salirse con la suya; había sido perjudicado una vez más ante los bellos ojos de Elizabet.

La señorita Bennet, que había esperado en silencio a que Darcy reaccionara por varios minutos, se sentía cada vez más impaciente por seguir recriminándole a Darcy todas sus pruebas; así que chasqueó sus dedos en la cara del hombre varias veces para atraer su atención.

- Eso no es todo, ¿Puedo continuar? - le peguntó Elizabeth y este, sin creer su mala fortuna y deseando estar en otro lugar, asintió con la cabeza.

Elizabeth comenzó a describirle un día soleado y un paisaje hermoso que había presenciado en Kent, día en el que leía una conmovedora carta de su hermana que mostraba muy bien su condición herida y propia de un corazón destrozado. Cuando, de repente un conocido de ambos, Elizabeth y Darcy, se le acercó y la acompañó de regreso a su lugar de visita.

Darcy ya se imaginaba a donde quería llegar la señorita con su historia.

- Él me contó algo tan interesante, que me pareció también, sorprendentemente familiar - relató Elizabeth con una sonrisa falsa - Que usted, su querido primo, se había jactado de un gran triunfo. De proteger un querido amigo de la indiscreción de un matrimonio nada ventajoso.

- Ese día me di cuenta de su extremo egoísmo, pues no solo se contentó con obrar mal, sino que también lo divulgó. ¿A cuántos más les relató su increíble hazaña?

El señor Darcy estaba petrificado y así continuó mientras recibía las palabras insultantes de Elizabeth. Que no solo se referían a él como un indiscreto sino también como un enfermo ególatra malvado.

- ¡Usted no tenía planeado volver o dejar que su amigo se acercara a Meryton! ¡También creyó que ni mi hermana ni mi persona podría alguna vez enterarse de lo que comentaba de nuestra familia a nuestras espaldas! Después de todo somos muy poca cosa como para salir de vistita a Londres o incluso a un lugar como Kent, en el que reside su distinguida tía. Pero el viento sopla en mi dirección, la justicia tenía que llegar, aunque tarde - espetó Elizabeth.

- Me compadezco de todas las personas que ha herido desde su juventud hasta el día de hoy y maldigo su proceder de alcurnia y riqueza que le permite a personas desalmadas como usted, hacer lo que les plazca cuando se les da la reverenda gana - El señor Darcy no respondió a sus palabras, pero le informó:

- Señorita Bennet, el señor Bingley está detrás suyo, esperando saludarla - indicando con la cabeza hacia un costado.

Elizabeth suspiró con cansancio y volvió el cuerpo para ver al señor Bingley que tenía la boca ligeramente abierta por la sopesa.

ORGULLO Y PREJUICIO - Aceptando la propuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora