CAPÍTULO VI

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Jane estaba muy ansiosa desde el inicio del almuerzo. Se frotaba las manos mientras miraba a su hermana como si tuviera algo muy importante que reportar. Elizabeth estaba visiblemente preocupada por ella. ¿Era acaso que toda la casa se volvería demente poco a poco como ella?  Por ello, al terminar de comer, mandó a Mary a recoger su sombrero y a cambiarse las zapatillas de tela por unos botines de correa, a fin de tener unos segundos con Jane antes de salir a caminar.

-Jane – la llamó desde la puerta del comedor y la condujo al recibidor. Se plantaron en un rinconcito con objetivo de ser breves – ¿Qué pasa? - inquirió.

Jane apretó los labios con el corazón en la garganta y giró su cabeza de lado a lado para comprobar si realmente se encontraban solas. Al parecer el rinconcito que había escogido Elizabeth no era suficientemente seguro para lo que Jane iba a comunicar.

- En la mañana – susurró - después del desayuno, cuando estabas cambiando tu vestido, se acercó el señor Feller con la correspondencia de hoy y antes de que Lydia rebuscara alguna carta, pude divisar algo en la repisa. N- no sabía si sería buena idea contarte de inmediato así que esperé hasta ahora, perdóname si me equivoqué y estabas aguardando por ello.

Jane le tendió un sobre bastante delgado a Elizabeth. Al principio no comprendía porque tanta alarma por solo una carta, hasta que volteó el sobre y leyó que el remitente era el señor Darcy. Ella sorprendida miró a los ojos de Jane pidiendo auxilio y explicaciones, que por supuesto no podía darle. ¿Estaba en sus cabales el señor Darcy para enviar una carta así?, como si fuera un comportamiento normal y aceptable. ¡E incluso estaba dirigido personalmente a ella! ¡Qué atrevimiento!

Elizabeth dirigió una oración diminuta y tácita a Dios para rogar que nadie hubiese visto la carta además del cartero y para agradecer, por supuesto, que el señor Feller fuera un hombre extraña y convenientemente reservado.

-Supuse que la charla con papá no salió bien porque no nos ha mencionado nada. Y no sabía si...

-Jane - Elizabeth prácticamente sentía como el dolor de la migraña comenzaba a aparecer entre sus cienes – regresando te contaré, lo prometo. Ahora mismo lo único que quiero es salir de la casa.

Justo en ese momento Mary bajaba por las escaleras casi tropezándose. Las dos hermanas mayores se despidieron en silencio y Elizabeth por fin salió de lo que acaba de convertirse en su lugar de tormento. Después de señalarle a su hermana el camino que tomarían, dejó que esta se adelantase unos pasos y caminó un buen tramo con los ojos casi cerrados.

La caminata de esa tarde reconfortó como nunca a la señorita Bennet. Sorprendentemente había resultado que Mary era una buena compañía para esa clase de actividades, pues al llevar un libro hasta el punto de caminar mientras leía, Elizabeth pudo sentirse sola en la pradera; tal como acostumbraba, dejó ir todos sus pensamientos y como si fuese la misma mano de dios, esa indeseada migraña no llegó.

Mientras Elizabeth caminaba no existían los problemas, ni tampoco esa carta de Darcy por leer, en su mente no estaba comprometida, en su mente jamás había conocido a ese hombre.

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- Dijiste que sería placentero leer bajo la sombra – comentó Mary sin despegar sus ojos de las letras de su libro – pero tú, que estas en la sombra, no traes nada para leer y yo, que si tengo algo para leer no estoy cubierta por el roble – Elizabeth acomodó una vez más su espalda contra el tronco y se preparó para explicar.

- Lo lamento Mary, pero después de reflexionarlo mucho, creo que te es muy conveniente tomar el sol. No necesitas sombra, en realidad creo que un bronceado no te haría daño.

ORGULLO Y PREJUICIO - Aceptando la propuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora