Capítulo 5

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Llevaron la cafetera al enorme salón donde descansaba Ohm siempre que no trabajaba. Una de las paredes era enteramente de cristal y daba al mar.
—Aquí —le dijo Ohm, instalando a Fluke en un sofá frente al enorme ventanal—.
Ahora mismo te traigo la taza.
Fluke se descalzó, desperezándose lánguidamente en el sofá.
—¡Mmm! —suspiró de placer.
Ohm se echó a reír y se acomodó en un sillón.
—¿Por dónde iba?
—Me estabas hablando de Tommy y de Catch.
—Tommy vivía solo, ya que su único pariente era una hija con la que no congeniaba.
Ella le decía que podía quedarse en su casa siempre y cuando dejara al perro. Decía que era un animal insaciable con la comida, pero no era cierto: su gordura nada tenía 0ñque ver con eso. Así que Tommy siguió viviendo solo, o con Catch, vamos —se
interrumpió por un momento—. De repente, falleció, y dejó un testamento en el que había escrito que todo lo que poseía era mío, incluyendo su perro. Me llevé a Catch a mi casa, lo puse a dieta y vivió otros tres años más. Pero aquí viene lo más increíble
de todo. Resultó que Tommy poseía la casa en la que vivía. La había comprado cincuenta años atrás, antes de que los precios se dispararan y me parece a mí que ni siquiera él era consciente de su valor. Fue entonces cuando la hija volvió a hacer acto de presencia, echando pestes por la boca, acusándome a mí de haber influido sobre el anciano para quedarme con la herencia.
—¿Qué hiciste entonces? —le preguntó Fluke, curioso por saber cómo había reaccionado Ohm en aquella situación, dado su carácter tranquilo y pacífico.
—Habría luchado contra ella con mucho gusto en los tribunales. Trataba muy mal a Tommy, todo el mundo lo sabía, pero estaba sola y deprimida y, dado que lo único que quería era dinero, le ofrecí una cantidad y su abogado le aconsejó que la aceptara. Cuando vendí la casa, me quedó dinero suficiente para fundar mi propio negocio. Encontré un local que ya era restaurante, pero que no funcionaba lo bien que debería. El dinero de Tommy me alcanzó para pagar la mitad de su precio de venta y un crédito del banco cubrió el resto, así como la factura de las reformas que quería hacer.
—Y fue un enorme éxito, de manera que no tardaste en invertir en un segundo restaurante —comentó Fluke con tono triunfal.
—No te creas. Fue un éxito, pero el dinero llegó lentamente, y el banco se mostraba muy cauto. Hasta que, en un momento determinado, comprendí que lo más inteligente era ampliar el negocio. Había un local en venta exactamente en el lugar adecuado y el precio era razonable. Pero el banco no me concedió el crédito.
—¿Y qué hiciste?
—De no haber sido por Namtam, no lo habría conseguido.
—¿Quién es Namtam?
—Una rica heredera de una empresa petrolera. Posee una casa a un par de horas de aquí, en Montecito, y todos los años pasa un mes allí. Cuando estaba en Los Ángelessiempre comía en El Local de Ohm, y fue así como nos conocimos. Para no alargar la
historia, ella me dio el crédito para el segundo restaurante; de no ser por ella, no habría podido comprarlo. Poco después de aquello, conseguí el programa de televisión, y ahora estoy a punto de devolverle el préstamo, con intereses.
—La verdad es que, aparte de tu esfuerzo, siempre has tenido mucha suerte —comentó riendo Fluke.
—Es cierto —reconoció él—. La caballería siempre ha acudido en mi rescate, como tú hoy, apareciendo justo cuando Dominique se estaba poniendo un poquito... pesada
—de repente, se mostró incómodo — . En cuanto a Dominique...
— Ohm, no me debes ninguna explicación. Hace años que cada uno siguió adelante con su vida. Guardaste el retrato en un cajón y lo sacaste cuando te resultó útil. No pasa nada...
Oyéndolo expresarse de esa manera, Ohm hizo una mueca. Pero no había
recriminación alguna en les ojos de Fluke. Lo conocía de tiempo atrás y lo aceptaba tal y como era. Era él quien de repente no se gustaba a sí mismo.
—Fue el destino —afirmó—. El destino sabía que vendrías justo en el momento en que más te necesitaba.
—Desde luego, porque... ¿qué habrías hecho sin nosotros? —le preguntó, divertido—.
Quizá en estos momentos estarías camino del altar...
—Por favor, no digas esas cosas —se estremeció—. Me dan miedo. A partir de ahora, ese retrato se quedará todo el tiempo, donde está ahora. Y mientras estés aquí, les sacaré más fotografías.
—Qué bien.
—Pero... ¿por qué han venido tan de repente? ¿Y por qué no me avisaste de  su llegada?
—Sabes perfectamente que siempre hago las cosas más alocadas por puro impulso —respondió Fluke, encogiéndose de hombros—. La casa de huéspedes está marchando bien y he contratado a un ayudante: Note, es lo suficientemente eficaz como para
dejarlo al cargo de todo. Uno de mis residentes podía conseguirme billetes baratos y pensé: ¿por qué no? —se interrumpió, bastante satisfecho con su propio discurso—. Además —continuó, ensayando otra técnica previamente preparada—, necesitaba un descanso. Últimamente he estado trabajando demasiado. Tenía dolores de cabeza, ataques de asma..., y el médico me ha diagnosticado un principio de anemia.
—Eso es terrible —exclamó Ohm, tomándole una mano—. Siempre has tenido tanta energía...
—Bueno, y en el fondo la sigo teniendo. Son pequeñas afecciones temporales. No es algo mortal —agregó, bromista. Pensó para sus adentros que aquella última frase estaba cargada de ironía, ya que el estado de su corazón lo obligaba a quedarse en casa haciendo un reposo absoluto—. En cualquier caso, a veces me encuentro un poco bajo de forma — remató, con tono alegre—, por lo que Ingfah y tú se las tendrán que arreglar sin mí.
—Lo que quieras. Tú haz exactamente lo que quieras hacer.
—En resumidas cuentas, pensé que unas vacaciones me sentarían bien. Así que aquí estoy.
—Me encantará tenerlos a los dos conmigo, pero creo que fue una locura que no me avisaras antes. Supón que me hubiera encontrado ausente. No me lo habría perdonado.
—Pensábamos estar aquí unos siete u ocho días, y yo sabía que tu programa salía a antena dos veces por semana, así que no corríamos tantos riesgos.
—No te creas. Grabo varios programas seguidos de una vez. Entre una grabación y otra pueden transcurrir hasta dos semanas.
—No había pensado en eso —exclamó, consternado.
—No me habría gustado nada perder esta oportunidad de ver a Ingfah. Se puede decir que, a estas alturas... ya estamos en la misma longitud de onda aunque aún es pequeña, pero tiene un gran intelecto.
—Está en la edad adecuada para valorarte y apreciarte —asintió Fluke.
—¿Es esa una manera de decirme que poseo la edad mental de un niño de seis años?
—¿Qué te parece a ti?
—Me parece que voy a servirme una copa de brandy —repuso Ohm, riendo, y desapareció en la cocina.
El sol se estaba poniendo sobre el mar: una vasta y esplendorosa vista que lo impulsó a acercarse al ventanal para admirarla, quedándose sin aliento ante semejante belleza.
—Entiendo perfectamente por qué te has comprado una casa justo en este lugar —comentó cuando oyó entrar de nuevo a Ohm, a su espalda—. Imagínate poder gozar de esto, todo el tiempo...
—Todo el tiempo —convino él, acercándosele y poniéndole las manos sobre los hombros—. Me alegro tanto de tener la oportunidad de enseñárselos... Y los tengo a los dos para mí solo durante una semana entera. Van a ser las vacaciones más felices que habrán disfrutado nunca.
—Me conformo con que Ingfah las disfrute a placer, y con que los dos lleguen a conocerse.
—¿Qué hay de ti y de mí?
—Tú y yo ya nos conocemos —repuso Fluke con una sonrisa.
—Eso era entonces. Yo estoy hablando de ahora.
Todavía de pie su espalda, Ohm deslizó las manos por su cintura, entrelazándolas, y le dio un cariñoso abrazo. Era el tipo de gesto que Ohm hacía fácilmente, sin otorgarle ningún significado especial. Fluke podía ver su imagen reflejada en el cristal, en la penumbra, con sus rostros muy cerca.
«Te estás debilitando», le advirtió una voz interior. «En cualquier momento acabarás sucumbiendo a su encanto. Y te prometiste a ti mismo que no lo harías». Se movió, rompiendo discretamente su abrazo.
—¿Puedo tomar yo un poco de brandy?
—Claro. Siéntate —después de llenarle la copa, le preguntó—: ¿Qué tal está tu
familia?
—Mi padre murió hace cinco años. No nos veíamos mucho. Una vez llevé a Ingfah para que la conociera, pero la experiencia no resultó ni mucho menos un éxito, y él y yo nada teníamos que decirnos. Clarice se volvió a casar poco después de su muerte.
¿Qué hay de tus padres?
—Están bastante bien y siguen viviendo en Manhattan. Como Tommy, compraron su vivienda antes de que se dispararan los precios. Mi hermano Mix  y mi hermana
Pinneare ganan mucho más de lo que ganaba papá, pero no pueden permitirse comprar nada aquí, de modo que siguen viviendo en casa. ¿Qué me cuentas de Frank y Elly?
¿Llegaron a formar esa familia numerosa que tanto deseaban?
—Me temo que ni siquiera llegaron a tener un hijo. Y tampoco tuvieron suerte al intentar adoptar. Les encanta que los visite con Ingfah. La adoran. Son muy buena gente.
—Te creo. Lo que pasa es que no me puedo imaginar peor destino para un niño que tener a Frank como padre.
— Ingfah está muy encariñada con él. Pero debo admitir que incluso ella lo encuentra un poquito...
—Aburrido, estrecho de miras, convencional...
—Bueno, bueno —rió Fluke —. Él también te admira mucho a ti —bromeó.
—¿Te acuerdas de que me calificó de «alocado»?
—Sí. Desde luego, sabía reconocer uno a primera vista.
—Gracias. Tú siempre has sabido apreciarme en lo que valgo.
—Siempre he podido ver en ti tan claramente como si fueras de cristal.
—No siempre. Llegué a hacerte algunas jugarretas de las que tú ni te enteraste.
Fluke sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho. Ohm iba a decirle que años atrás había estado relacionándose con alguna otra persona. Pero ¿cómo? En aquel
entonces no se había apartado ni un solo instante de él:-..
—¿A qué jugarretas te refieres? —le preguntó con el tono más indiferente que fue capaz de adoptar—. ¿Acaso tenías un harén entero cuya existencia yo ignoraba por completo? «El Romeo del Ritz», solíamos llamarte. Tenías una aventura en cada
piso...
—No es nada de eso. Puede que sea un poco estúpido, Fluke, pero no he llegado a alcanzar ese grado de estupidez —y añadió—: Al menos, no contigo, en todo caso.
Mientras estuvimos juntos, tú fuiste el único.
Esa vez Fluke sintió que el corazón se le paralizaba de emoción y el mismo se sorprendió de la intensidad de su alivio. Porque, en realidad, aquello no habría debido importarle tanto. Pero le importaba. Terriblemente.
—Pero había otros pequeños detalles... — continuó Ohm —... que tú ignorabas.
—¿Seguro?
—¡Seguro!
—¿Seguro?
—¡Seguro!
Estallaron de pronto en carcajadas y Fluke se recostó en el sofá, desperezándose sensualmente. Se sentía muy cómodo, el brandy era magnífico y estaba empezando a
relajarse.
—Esas casi fueron las primeras palabras que intercambiamos —le dijo Ohm —. ¿Te acuerdas?
—Me acuerdo de que, cuando llegaste a aquel parque con retraso y viste el banco vacío, alzaste las manos al cielo gritando: «¡Por favor, por favor, no!».
—¡Te lo habrás imaginado!
—¡Ni hablar! Estabas verdaderamente desesperado.
—Sí que lo estaba —admitió, inesperadamente—. Aquella cita me importaba mucho.
Pero cuando volviste, porque evidentemente me encontrabas irresistible...
—¿Ah, sí?
—Bueno, el caso es que me diste lástima... —vio que lo miraba con siniestra expresión, y se apresuró a adoptar un tono de arrepentimiento—. Si no hubieras vuelto, yo habría regresado al Ritz para buscarte. Y me habría postrado ante ti para
suplicarte que me perdonaras, ofreciéndote un gran ramo de rosas y... ¿de que te ríes ahora?
—Lo siento, Ohm, pero no puedo mantenerme serio cuando te pones a hablar de esa manera... ¿Rosas? ¿Tú?
—Te habría comprado rosas si hubiera tenido dinero. Pero no lo tenía.
—La verdad es que estábamos sin blanca, ¿eh?, con los bolsillos vacíos.
—Y no nos importaba —reflexionó Ohm en voz alta.
—No, no nos importaba.
Fluke se desperezó lentamente, con la sensualidad de un gato. Ohm lo observó, maravillado de que todavía conservara la misma figura que tan bien recordaba, esbelta y flexible. Los recuerdos asaltaron en tropel su mente: su elegancia natural cuando estaba desnudo, su energía incansable cuando hacía el amor... Por un instante se preguntó si podría Fluke leer aquellos pensamientos en su rostro, pero para entonces ya había cerrado los ojos, con una sonrisa de satisfacción pintada en los labios. Con
un esfuerzo desterró la imagen en la que aparecía desnudo. Ropa, eso era. Debía pensar rápidamente en ropa. Fluke no había vacilado en ponerse la ropa más escandalosa y atrevida. Se dio cuenta de que era en eso en lo que había cambiado. En aquel momento llevaba una ropa bonita, pero no diseñada para impresionar.
De pronto, se levantó rápidamente del sillón.
—Ahora vuelvo.
Se evaporó y, segundos después, Fluke le oyó descolgar el teléfono de la cocina.
Estuvo fuera del salón durante unos diez minutos.
—Debía hacer algunas llamadas para despejar esta semana de los compromisos que tenía, con el fin de poder dedicarme por entero a ustedes dos. Lo único que no he podido cancelar es la grabación del programa. Tal vez les gustaría acompañarme para verlo.
— Sería fenomenal. A Ingfah la apasionaría visitar un estudio de televisión.
—Pero tú no querrás quedarte sentado allí durante dos días enteros. ¿Por qué no haces un viaje de compras el segundo día, enteramente a mi cargo? Podrías irte a Rodeo Drive a comprar algo de ropa.
— Ohm, he oído hablar de Rodeo Drive y sé lo cara que es allí la ropa.
—Ya te he dicho que lo harías a mi cargo. Yo te dejaría mi tarjeta de crédito para que compraras todo lo que quisieras.
Fluke se quedó callado por un momento y, de repente, se levantó. Lo estaba mirando de una manera que lo preocupaba, aunque Ohm no conseguía averiguar por qué.
—Quieres decir que me prestarías tu Visa oro, ¿verdad, Ohm?
—Efectivamente.
—¿La misma que le prestas a Dominique?
—Bueno... sí.
—Bien. Para eso están las visas oro... para prestárselas a los amantes de turno.
Dominique es un amante de turno. Pero yo soy el padre de tu hija. Hay una gran diferencia.
Siguió un tenso silencio. De pronto Ohm suspiró profundamente.
—¡Oh, diablos! He metido la pata, ¿verdad?
—Solo un poco. Perdona, no quería ser tan brusco, pero es que no me ha parecido bien.
—¿Pero qué pasa con Ingfah? ¿No puedo comprarle vestidos bonitos?
— Ingfah odia los vestidos bonitos. Siempre lleva vaqueros. Con el calor que hace podría probar a ponerse unos pantalones cortos, pero si le ofreces un vestido de esos
probablemente te echará arsénico en el café.
Su tono bromista había restaurado el distendido ambiente anterior. Fluke se arrepentía de su estallido de furia, pero el hecho de que Ohm lo hubiera colocado al mismo nivel que Dominique lo había ofendido gravemente. Fluke había sido para él
algo más que eso y, aunque aquellos días ya habían pasado, moriría antes que consentir que la rebajaran de rango.
Pero luego se le ocurrió que quizás aquel inofensivo tópico no fuera realmente un tópico para él, sino una amarga verdad, y de repente ya no se sintió capaz de seguir adelante con aquella conversación.
—Me temo que necesito seguir durmiendo para recuperarme del cansancio del desfase horario —dijo precipitadamente —. Buenas noches, Ohm.
—Ya no estás enfadado conmigo, ¿verdad?
—No, no estoy enfadado contigo. ¿Cómo podría estarlo? Hoy has sido maravilloso con nosotros. ¿Cuántos hombres habrían reaccionado tan bien como tú lo has hecho?
Para Ingfah ha sido algo verdaderamente genial.
Ohm habría querido preguntarle: «¿Y para ti?», pero se lo pensó dos veces.
—Buenas noches —dijo Fluke, mirándolo con cariño.
Ohm se vio entonces enfrentado con un inesperado problema de protocolo. Fluke era encantador, era tarde, habían charlado y se habían divertido, habían tomado brandy. El siguiente paso era besarlo. Según el procedimiento habitual en esos casos.
Pero para aquel hombre en particular, el procedimiento habitual no era ese. De repente Ohm Thitiwat, el inveterado seductor, estaba pisando un terreno desconocido.
¿Cómo debía tratar al padre de su hija después de no haberlo visto durante casi siete años enteros? Era maravilloso, y se encontraba absolutamente cómodo con él. Así
que todo debería resultar sencillo¿no?
Pues no. No resultaba sencillo porque Fluke le despertaba recuerdos de la etapa más sexual de su vida, recuerdos que lo excitaban de solo evocarlos. No obstante, al mismo tiempo, era ya un hombre diferente, con todo el misterio de un inexplorado territorio. Y la mezcla de lo nuevo y lo familiar lo estaba volviendo loco...
Pero el propio Fluke resolvió finalmente el problema fingiendo un bostezo y dirigiéndose hacia la puerta, deteniéndose apenas el tiempo suficiente para apretarle levemente la mano. ¡Un simple apretón de mano, por el amor de Dios! Un gesto tan
inocente y cariñoso a la vez...
—Vale, vale, mañana ya tendremos tiempo de charlar. Necesitas dormir y descansar bien...
Dándose cuenta de que estaba parloteando, nervioso, optó por callarse. Segundos después, y como si quisiera rematar el efecto de aquel gesto, Fluke se volvió para mirarlo, sonriente. Y hubo algo en aquella sonrisa que Ohm nunca había visto antes, como una especie de sombra de misterio.
Cuando por fin Fluke se retiró a su habitación, Ohm se quedó donde estaba, sin atreverse a moverse hasta que el silencio reinante en la casa le confirmó que ya se había acostado. Y luego se fue a tomar una ducha muy, muy fría.
Al amanecer, Fluke bajó al salón. Las cortinas del enorme ventanal no estaban echadas, así que pudo disfrutar de la espléndida vista del mar en calma. Tomó asiento al lado del teléfono y llamó a su tío Frank, a Inglaterra. Este le contestó con
tanta rapidez que supuso habría estado esperando su llamada.
—Solo quería decirte que hemos llegado—lo informó con tono alegre.
—¿Sabe Ohm que estás allí?
—Sí, nos recibió con los brazos abiertos. Ingfah está encantada.
— Fluke ...
—Es verdad, así que abandona ese tono de incredulidad.
—Lo importante es lo importante: ¿cómo te sientes?
—Muy bien. El viaje me dejó un poco cansado pero...
—Menos mal que no te mató. ¿Es que no te das cuenta del estado en que se encuentra tu corazón?
—Claro que sí. El médico me informó muy bien. ¿Por qué crees que estoy aquí?
Porque sé que hay cosas que debo hacer mientras todavía disponga de tiempo para ello.
—¿Y qué sucederá si te pasa algo allí? ¿Has pensado en Ingfah?
—Todo esto lo estoy haciendo por el bien de Ingfah. Resultaba trascendental que Ohm la conociera.
—No veo por qué. Hasta ahora, nunca se ha tomado interés alguno por ella. Ya sabes que Elly y yo nos oponíamos a este viaje, tanto por su bien como por el suyo.
—No puedo hablar ahora —anunció Fluke, apresurado —. Va a venir Ohm.
—¿En qué hotel estás?
—Estamos alojados en su casa.
Siguió un silencio al otro lado de la línea, antes de que Frank se despidiera bruscamente:
—Adiós.
Fluke colgó. En realidad no había oído llegar a Ohm. Se había inventado aquella excusa para acortar la llamada porque no quería volver a la vieja discusión de siempre. Las conversaciones con Frank siempre eran problemáticas porque ninguno
de los dos podía ser sincero con el otro. Frank no podía decirle: «Si mueres, quiero que Ingfah se convierta en la criatura que Elly y yo nunca pudimos tener, y tengo miedo de que Ohm intente reclamarla». Y Fluke, a su vez, tampoco podía confesarle:
«Eres un hombre bueno, pero tienes muchas limitaciones. Podrías enseñarle a ser prudente y sensata, pero yo quiero que también sepa ser impulsiva, espontánea, feliz:
las cosas que solo su verdadero padre puede enseñarle».
Esbozó una sonrisa triste, imaginándose lo que le diría a Frank acerca de Ohm. Que no era un ciudadano verdaderamente recto e intachable, pero que era dulce y
cariñoso, divertido y seductor. Que tenía tendencia a servirse de la gente, pero que también devolvía tanto a cambio que su relación con los demás se equilibraba. El sol empezaba a asomar por el horizonte. Se quedó allí sentado, fascinado con la vista.
«Me alegro», pensó. «Sí, me alegro de no haberlo obligado a que se casara conmigo hace tantos años». La naturaleza había conformado a Ohm como amante, no como marido. Había pasado un mal trago cuando, durante su conversación de la noche anterior, creyó que Ohm iba a confesarle que le había sido infiel. Aquello no debería
haberle importado. Pero esos pocos meses vividos en compañía de Ohm todavía seguían presentes en su memoria como la etapa más feliz de toda su vida.
Después de acostarse de nuevo, se había despertado temprano por culpa de Ingfah:
—Vamos, papi. Papá dice que cuando terminemos de desayunar me llevará a la playa y me enseñará a hacer surf. Por favor, date prisa.
—Eso no es para mí, querida. Vete tú con papá, que yo me quedaré un rato más en la cama.
—¿Quieres que te traiga el café?
—No, voy a seguir durmiendo. Que te diviertas — Fluke se arrebujó de nuevo en el edredón.
Previamente había elaborado al menos una docena de excusas para conservar su energía y ahorrar esfuerzos. Afortunadamente aquella funcionó, porque oyó a Ingfah salir de la habitación y, aproximadamente media hora después, padre e hija
abandonaron la casa. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana para verlos dirigirse hacia la playa, donde se confundieron con los demás bañistas.
Se preparó un té para disfrutar después de un relajante baño caliente. Sintiéndose ya mucho mejor, se puso unos sencillos pantalones color azul marino y una camiseta blanca. Por un instante experimentó una ligera punzada de arrepentimiento por
haber rechazado la oferta que le había hecho Ohm de hacer un viaje de compras a Rodeo Drive. Pero lo que no lamentaba era su decisión de conservar su independencia.
Se estaba preparando una ensalada cuando oyó que llamaban a la puerta. Nada más abrirla, volvió a arrepentirse de haber rechazado la posibilidad de abastecerse de
ropa nueva. Porque la visión que tenía delante era como el símbolo del dinero y la belleza encarnado en una mujer de unos veintipocos años, tan hermosa que quitaba el aliento.
A Namtam Thipnaree nunca le había faltado el dinero. Lucía ropa de los
diseñadores más cotizados, viajaba siempre con su peluquera particular y aquel aura de riqueza y lujo la acompañaba a dondequiera que iba. De repente Fluke se sintió
empequeñecido ante ella.
—Hola, soy Namtam. ¿Está Ohm en casa?
—No, está en la playa —respondió Fluke, haciéndose a un lado para dejarla pasar—.
Yo soy Fluke Natouch.
—Hace mucho tiempo que quería conocerte —lo abrazó, cariñosa—. Todo el mundo está hablando de ti.
Namtam se cuidó muy bien de no precisarle qué era lo que entendía por «todo el mundo». Aquel no era el momento adecuado para mencionarle el nombre de Dominique, que la había llamado para contarle la manida historia de un advenedizo que había conseguido atrapar a Ohm.
—La niña ni siquiera es suya —le había dicho la modelo, sollozando—. Es evidente que no lo es, pero el pobre Ohm ha caído en sus garras.
Y Namtam le había respondido:
—No seas tonta, Dominique. Ohm jamás hace nada que no le convenga. Yo lo adoro, pero sé muy bien cómo es.
—¿Hablando de mí? —preguntó en aquel instante Fluke, extrañado.
—De ti y de Ingfah. ¿Está en la playa con él?
—Sí, le está enseñando a hacer surf —Fluke estaba consternado. Aquella joven no era una vulgar «muñequita» como Dominique.
—Ya supuse que habría salido a la playa... —dijo Namtam, comenzando a
desabrocharse los botones de su elegante vestido de lino—... así que he venido preparada — se despojó de la prenda, debajo de la cual llevaba un traje de baño negro de una sola pieza—. Vamos, vente conmigo y nos reuniremos con ellos.
Fluke se dispuso a negarse, pero la recién llegada no tardó en convencerlo; antes de que se diera cuenta, ya se había puesto su traje de baño y salían los dos de la casa de
Ohm. Su bañador de color burdeos hacía un bonito contraste con su piel de color marfil, pero al lado de la esplendorosa Namtam se sentía como un desabrido estudiante.
Minutos después, sin embargo, logró olvidarse de aquella sensación para sumergirse en el placer de ver a Ingfah riendo de felicidad mientras su padre la instruía en los secretos del surf. Evidentemente la experiencia le había gustado, y Ohm sonreía,
orgulloso del estilo y la intrepidez de su hija.
—¿Es esa tu hija? —le preguntó Namtam, mirándolos.
—Sí..., mía y de Ohm —respondió Fluke.
En aquel momento Ohm los vio y salió del agua con Ingfah de la mano. Dio a Namtam un cariñoso abrazo, estrechándola con naturalidad contra su torso desnudo y brillante. Fluke se preparó para un recibimiento similar, pero él se limitó a sonreírle y a asentir con la cabeza. Intentó decirse que no se sentía decepcionado.
Ingfah saludó cortésmente a Namtam, pero luego agarró a Fluke de la mano,
suplicándole:
— Papi, vamos al agua...
—De acuerdo, cariño —riendo, se dejó arrastrar hacia la playa.
Ohm los habría seguido, pero Namtam lo detuvo poniéndole una mano en el brazo.
— Ohm, es una niña maravillosa, pero... ¿estás seguro de que es tuya?
—Has estado hablando con Dominique — afirmó él todavía mirando hacia el agua, donde Fluke y su hija estaban ya chapoteando alegremente.
—Quizá sí —contestó Namtam —, pero a mí me parece una pregunta bastante lógica.
—A mí no. Dominique tiene sus sospechas porque hasta ayer no sabía nada de la existencia de Ingfah. No es mi caso. Fluke me llamó cuando descubrió que estaba embarazado, y desde entonces siempre hemos estado en contacto.
—Eso sigue sin demostrar que Ingfah sea tuya.
—Mira, Ingfah fue concebida cuando Fluke y yo estábamos juntos. Y estoy
absolutamente seguro de que Fluke no se relacionó con nadie de la manera en que nosotros... Pero eso no importa. Esa no es la principal razón.
—¿Entonces cuál es?
— Fluke. La clase de persona que es. No hay nadie más sincero en el mundo. Eso lo convierte en alguien especial. Incluso me convirtió a mí en un hombre honesto y sincero por un tiempo.
—¿A ti?
— Sí, es gracioso, ¿no? Pero vivimos algo que... bueno, es igual. Si yo te digo que es mi hija, es que es mi hija.
—¿Y cómo es que Fluke ha aparecido de repente ahora, después de tantos años?
— Quería que conociera a Ingfah, y tenía mucha razón.
—¿Seguro que no ha vuelto por ti?
—No —gruñó—. Anoche ya se encargó de guardar las distancias conmigo... al
menos, eso me pareció a mí.
—Cariño, ese es el truco más viejo del manual. Habría sido muy estúpido si se hubiera lanzado a tus brazos.
—Ya te he dicho que el no es así. ¡Diablos! —exclamó, mirando hacia el mar.
Una gran ola apareció de repente, derribando a Fluke y a Ingfah. Mientras ellos intentaban incorporarse, Ohm ya corría hacia el agua para socorrerlos.
Ingfah hacía grandes aspavientos, deleitada con la experiencia e intentando describírsela a su padre. Fluke, por su parte, reía sin cesar con el cabello chorreando agua. Por un instante el resplandor del sol recortó a contraluz las tres siluetas, como
si fueran las figuras de un friso. Luego surgió una nueva y enorme ola, y Ohm se apresuró a proteger a los dos de su impacto, interponiendo su cuerpo a modo de escudo. Namtam observó la escena durante un rato con expresión pensativa antes de
reunirse con ellos.
Pasaron el resto de la mañana juntos, y Namtam se separó con la promesa de que por la noche se encontrarían en El Otro Local de Ohm.
—No tengo más remedio que ir —le explicó Ohm  a Fluke —, porque allí se va a preparar la comida para los programas de televisión de mañana. Así que veremos las cocinas y podrás decirme tu opinión.
—Hasta la noche, entonces —dijo Namtam, mandándoles un beso mientras se dirigía hacia su coche. Tan pronto como se sentó al volante, marcó un número en su teléfono
móvil.
—¿Dominique? Acabo de dejar a Ohm... sí, lo he conocido, y a la niña también, y me alegro mucho de que me llamaras. Ciertamente hay que hacer algo y, cuanto antes, mejor. Pásate por El Otro Local de Ohm esta noche a las nueve en punto... No,
déjame los detalles a mí.

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