Capítulo 7

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Ingfah fue la estrella del programa. Estuvo algo nerviosa al principio, pero su padre le puso un brazo alrededor de los hombros y resolvió el problema. Ohm la presentó muy orgulloso ante el público, y empezaron a grabar.
Cada sesión duraba cerca de una hora, que finalmente quedaba recortada en media.
Durante los primeros cuarenta minutos todo salió a las mil maravillas. Hicieron las dos salsas a la vez, Ohm la picante e Ingfah la menos condimentada, hasta que sobrevino el desastre. Ohm le pidió a Ingfah que removiera las dos salsas en otra zona
de la cocina. La niña levantó el cuenco, pero se le escurrió entre los dedos, yendo a caer el suelo. Ohm contempló el estropicio con una sonrisa.
—¡Vaya, vaya!
—¡Perdona, papi!
—Perdonada —la despeinó cariñosamente—. Vas a tener que prepararla otra vez.
Animo, chica, que tú puedes. Acuérdate de lo que te he enseñado.
Ingfa asintió y rápidamente se puso a reunir los ingredientes, mientras los ayudantes limpiaban el suelo y lo recogían todo. Todo el mundo en el estudio estuvo pendiente de los esfuerzos de Ingfah, que fruncía el ceño concentrada. Poco después terminaba de preparar la salsa ella sola, entre los aplausos del público. Al final del programa, los dos pudieron presentar sus respectivas creaciones a la vez. Ritchie estaba a punto de sollozar de deleite:
—¡Maravilloso! ¡Genial!
—Pues sí que has cambiado de opinión... —observó irónicamente Ohm.
Padre e hija estuvieron eufóricos durante el trayecto de regreso a casa. Un fotógrafo había recogido algunas instantáneas del programa y, nada más llegar, Ohm se dedicó a escanearlas para insertarlas en su página Web. La cena era tarea de Fluke y, por una vez, este pudo trabajar en la cocina a sus anchas sin que Ohm se entrometiera, ya que estaba absolutamente concentrado en redactar un texto recomendando al público que viera su próximo programa de televisión. No en vano iba a hacer su aparición una nueva estrella... La propia Ingfah se ofreció a ayudarlo y quedó encantada con el
resultado. Pero estaba cansada después de un día tan largo y ajetreado, y no protestó cuando Fluke le recordó que ya era hora de irse a la cama. Ohm subió con ella y se
ocupó de arroparla.
—¿Te lo has pasado bien hoy, cariño?
—¡Oh, papá, ha sido estupendo! ¿Crees que podría convertirme en una estrella de la televisión?
—Mi hija podrá ser lo que quiera ser. Solo tiene que decirlo.
Ingfah pareció reflexionar por un momento.
—No sé si querer ser la mejor cocinera del mundo o la mejor estrella de televisión del mundo, pero quizá sea ambas cosas... como tú.
Sonriendo, Ohm le dio un beso de buenas noches y se reunió con Fluke en el umbral de la habitación. Luego le pasó un brazo por los hombros y bajaron juntos al salón.
De repente Fluke advirtió que su sonrisa había desaparecido.
—¿Te pasa algo, Ohm?
—Estoy pensando en una llamada de teléfono que tengo que hacer. Mis padres siempre ven mi programa y, si Ingfah aparece pasado mañana... —se quedó súbitamente callado. Parecía la viva imagen de la culpa.
—¿Quieres decir que tu familia no sabe que tienes una hija?
—No te enfades conmigo. Si años atrás se lo hubiese contado a mi madre, me habría pegado una paliza.
—Eso es nada comparado con lo que podrá hacerte ahora.
—Lo sé, lo sé. Mira, me habría gustado haberlo hecho, pero...
—Pero optaste por la solución más fácil, como siempre.
—¡Dios mío, estás hablando como ella!
—Yo también soy padre.
—De acuerdo. Entonces tengo que levantar el teléfono y decírselo antes de que vea el programa.
—Nada de teléfonos. Ve a verla y díselo en persona.
—Tú estás loco — Ohm había palidecido visiblemente—. No conoces a mi madre.
—¿Eres un hombre o un ratón?
—¡ Un ratón! ¡ Sin duda, un ratón!
—¡Hazlo!
— ¡De acuerdo, de acuerdo!
—¡Ahora!
—¡Sí, señor!
Ohm desapareció de repente y, unos minutos después, Fluke oyó su coche alejarse.
Salió a la terraza y se sentó a contemplar el mar. Algo sabía sobre la familia de Ohm.
En Inglaterra le había enseñado las fotografías de sus padres; de su hermano menor, Don, que por aquel entonces contaba quince años, y de su hermana Dell, de doce.
Había calculado que Ohm tardaría al menos un par de horas en volver, pero no había transcurrido ni media cuando vio aparecer de nuevo su deportivo. Evidentemente no había nadie en casa, pensó, de modo que se había dado media vuelta. Pero entonces se presentó en el sendero de entrada otro coche, del cual salió una verdadera riada de gente. Horrorizado, Fluke se dio cuenta de que Ohm había traído consigo a su
familia.
Segundos después entraban todos en casa por la puerta trasera y Fluke salía nervioso a saludarlos. La madre de Ohm, una mujer rellenita y de pequeña estatura, se adelantó a los demás para preguntarle:
—¿Tú eres Fluke?
—Yo... sí —el resto de sus palabras quedó ahogado por un efusivo y sofocante abrazo. Fluke le sacaba al menos una cabeza, pero de alguna forma la madre de Ohm parecía envolverlo por completo.
Siguió luego su marido, tan alto como Ohm y de aspecto risueño y desenfadado, que también lo abrazó cariñosamente. Don era como una versión más joven de Ohm, aunque no tan alto, con la misma sonrisa y el mismo aire de confianza en sí mismo.
Dell tenía unos preciosos ojos grises que despedían una simpatía desbordante.
—Debimos conocernos hace mucho tiempo... —le dijo la madre de Ohm,
abrazándolo de nuevo—... pero mejor tarde que nunca.
—Sí —afirmó Fluke, encantado.
Ohm cometió el error de intervenir en ese momento:
—Mamá, ¿por qué no...?
—¿Alguien te ha hablado a ti?
—No, mamá.
—Pues habla cuando te hablen, y puedes estar agradecido de que se te permita abrir la boca.
—Sí, mamá.
Dell y Don intercambiaron una sonrisa de complicidad. Ohm los miró irritado, pero no tuvo más remedio que aguantarse. De pronto se hizo un absoluto silencio. Todas las cabezas se volvieron hacia la puerta de la cocina, donde acababa de aparecer Ingfah, frotándose los ojos de sueño. Fluke se dispuso a presentarla, pero un impulso lo obligó a quedarse callado. Y supo que había reaccionado bien cuando Ohm rodeó los hombros de su hija y declaró sencillamente:
—Esta es Ingfah. Mi hija —bajó la mirada a la pequeña—. Y esta es mi familia, que ahora es la tuya.
Todo el mundo esperaba la reacción de la madre de Ohm, que sobrevino
rápidamente. Ingfah era tan linda y su abuela se quedó sin habla. Se miraron fijamente durante un momento, curiosas. Luego Ingfah esbozó una lenta y radiante sonrisa de satisfacción.
—¡Annie! —exclamó la mujer, emocionada, antes de estallar en sollozos.
—¿Quién es Annie? —inquirió Fluke en voz baja.
—La hermana pequeña de mamá — le contestó Dell —. Murió hace años. Yo solo he visto fotos suyas, pero supongo que guardan un cierto parecido.
Dell fue la siguiente en ser presentada, seguida de Don y del padre de Ohm. Fluke temía que Ingfah pudiera verse desbordada por la situación, pero no fue así. Como ya había dejado demostrado en el estudio de televisión, la niña había heredado el mismo autodominio y la misma seguridad que su padre. Al cabo de unos minutos se retiró para subir a vestirse, lo que no era más que una disculpa para recuperarse y
reflexionar. Fluke la acompañó al dormitorio y le sacó unos vaqueros y una camisa limpios.
— Papi —pronunció, sobrecogida—. Tengo abuelos.
—Sí, es verdad.
—¿No es maravilloso?
—Sí, querida. Claro que sí.
Ohm los estaba esperando cuando salieron del dormitorio. Ingfah estaba ya impaciente por reunirse con sus abuelos.
—Lamento todo esto —le dijo Ohm a Fluke, en un murmullo—. Apenas les conté la noticia, todo el mundo me obligó a meterme otra vez en el coche y a venir para acá.
Ni siquiera tuve la oportunidad de llamarte primero.
—No pasa nada. Me alegro de que la hayan recibido tan bien. Y, al menos, tú estás sano y salvo.
—Ahora sí, pero... ¡las cosas que he tenido que escuchar de mi madre!
—¿Y tu padre?
—Mi padre se mantiene al margen. La deja hablar a ella por él.
—Menos mal que se lo han tomado bien.
—¿Estás de broma? Es su primera nieta. Están locos de alegría. Don y Dell también están encantados, porque eso les alivia de la presión de tener que darles nietos...
Don, que se había reunido con ellos en el pasillo, sonrió.
—Afortunadamente nuestro hermano mayor ha acudido en nuestro rescate —bromeó—. Fluke, tienes una hija maravillosa. Vamos a quererla muchísimo. Y a ti también.
Un fuerte abrazo siguió a esas palabras. Fluke se alegró de que el pasillo estuviera en penumbra, de modo que nadie pudiera ver las lágrimas que anegaban sus ojos.
Jamás se había atrevido a esperar una reacción semejante. Discretamente se secó los ojos y bajó a la cocina con Ohm  y Don.
Aparentemente el padre de Ohm estaba dispuesto a monopolizar a su nueva nieta.
Estaban sentados el uno junto a la otra ante la barra, bebiendo batidos y charlando sin cesar. De vez en cuando alguien procuraba integrarse en el círculo, solo para ser sutilmente expulsado por el abuelo. La madre de Ohm los contemplaba satisfecha.
—Al fin mi marido ha encontrado a alguien de su edad —le confió a Ingfah.
Fluke no tardó en darse cuenta de que tenía razón. Entre el hombre de sesenta años y la niña de seis existía una conexión especial. En aquel instante el padre de Ohm exclamó, horrorizado:
—¿Quieres decir que todavía no has estado en Disneylandia?
Ingfah negó con la cabeza, los ojos muy abiertos.
—No, nunca he estado —pronunció con tono lastimero.
— Ingfah —la recriminó Fluke, escandalizado  —, deja ahora mismo de representar el papel de «huerfanita desvalida».
—Oh, no le amargues la fiesta —se apresuró a aconsejarle la madre de Ohm —. A mi marido le encanta Disneylandia. Ahora tiene una estupenda excusa para ir. No
querrás quitársela, ¿verdad?
— Supongo que no —respondió Fluke.
En seguida, un viaje a Disneylandia pasó a figurar en la agenda para el día siguiente.
Don y Dell tenían que trabajar, pero los otros cinco irían en coche a Anaheim. Una vez acordada aquella cita la familia partió, dejando la casa inquietantemente tranquila y silenciosa.
Al día siguiente los tres se dirigieron a la casa de los padres de Ohm. La madre los saludó como si hubieran estado separados un año en vez de unas pocas horas, y le dijo a Fluke con tono confidencial:
—Quería enseñarte esto —le mostró una fotografía—. Esta era Annie.
La fotografía había sido tomada cuarenta años antes, con una cámara muy sencilla.
Fluke se quedó asombrado. Estaba acostumbrada a pensar que Ingfah se parecía a el mismo, pero en aquel momento podía ver que su rostro ovalado era el mismo que el de la niña de la foto. Y también tenía aquella nariz levemente respingona.
—Se me rompió el corazón cuando la perdí — le confió la madre de Ohm —. Bueno, supongo que, de alguna forma, ahora la he recuperado.
Fluke estaba sobrecogido de emoción. En un principio había pensado que el parecido de Ingfah con Annie era una ilusión, algo inventado por la madre de Ohm. El descubrimiento de que era real lo cambiaba todo de una manera sutil pero absoluta.
Ingfah realmente formaba parte de aquella familia.
—Me alegro —pronunció.
—Pareces un buen chico. Dime, ¿cómo es que no quisiste casarte con mi Ohm?
—Yo... ¿qué es lo que te ha dicho él?
—Que te pidió que te casaras y tú te negaste. ¿No es eso verdad?
Fluke se quedó boquiabierto.
—¡Vaya un caradura! Ohm... yo... bueno, sí, formalmente supongo que eso es verdad, en cierta forma. Pero pude detectar en su tono de voz que solo me lo estaba pidiendo por obligación...
—¿Por obligación? ¿Ohm? —repitió su madre, asombrada.
—Bueno, desde luego no podía haber ninguna otra razón. ¡Deberías haberle oído cuando me negué! ¡Se quedó inmensamente aliviado!
—Fue entonces cuando tú te negaste, ¿no? —inquirió la mujer, mirándolo con una expresión cargada de ternura y una mirada de comprensión.
—¡Por supuesto! No lo habría hecho si él me hubiera querido, pero habíamos
acordado mantener una relación sin lazos ni compromisos y, bueno, ya conoces...
—Claro que lo conozco. Es mi hijo. ¡Y el hijo de su padre, que Dios nos ayude!
—Así que él representó delante de ustedes el papel de inocente ofendido, ¿eh? —
Fluke todavía seguía indignado.
—¡ Y bien que lo hizo!
—Puedo imaginármelo perfectamente: mamá, yo quería casarme con él, pero me dio calabazas. Se arrepentirá de haber nacido.
—Oye, ese es un privilegio de las madres. Tendrás que esperar a que llegue tu turno.
—No, esperarás tú —replicó Fluke con firmeza—. El primer golpe me corresponde a mí.
—Será un placer —la madre de Ohm rió entre dientes, divertida.
—¿Vienes, Alin? —la llamó en aquel instante su marido.
—¡No puedo ahora! ¡Estoy hablando con mi yerno!
* * *
Hicieron el viaje a Anaheim en el coche del padre de Ohm, con su mujer sentada en el asiento delantero y los otros tres atrás. El padre de Ohm se dedicó a describirle Disneylandia a Ingfah, que lo escuchaba con los ojos abiertos como platos. Fluke estuvo durante todo el viaje callado, deseando tener una oportunidad para hablar con Ohm a solas acerca de lo que su madre le había dicho. Le haría purgar sus pecados, lo sacudiría de la cabeza a los pies, le retorcería el cuello y lo freiría en aceite... Para cuando llegaron a su destino, estaba hirviendo de rabia.
Ingfah se quedó sin aliento al ver Disneylandia por primera vez. Sus abuelos se hicieron cargo en todo momento de ella, felices como niños.
—Ven, que voy a enseñarte las tiendas — le dijo Ohm a Fluke, tomándolo de la mano, y se dirigió a los demás—. Sigan ustedes. No nos esperen.
—¿Crees que esto está bien? —le preguntó Fluke en un murmullo.
—¿No te parece que dos personas son más que suficientes para cuidar de nuestra hija? E Ingfah ya está demasiado ocupada metiéndoselos en el bolsillo.
—Tienes razón. Es una buena oportunidad para que tengamos una conversación tú y yo a solas.
—¿Por qué de pronto me siento tan nervioso? —exclamó, bromeando.
—Porque tienes todos los motivos del mundo.
— Fluke, ¿sabías que te brillan los ojos? En los viejos tiempos eso solo podía significar que estabas enfadada con alguien. Habitualmente conmigo.
—¡Tienes unas magníficas dotes de observación! ¿Cómo te atreviste a decirle a tu madre que me pediste que me casara contigo?
—Porque lo hice.
—¡No es verdad!
—Te lo pedí, y tú me rechazaste —protestó él.
— Ohm, hay maneras y maneras de pedir en matrimonio. Puedes pedirlo como esperando desesperadamente que la otra persona te responda que sí, o como esperando que se niegue. No es muy difícil diferenciar una de otra.
—¿Y tú te consideras un adivinador del pensamiento, eh?
—No tuve ninguna necesidad de leerte el pensamiento. Me lo dejaste muy claro desde el principio. Nada de matrimonio, nada de familia, nada de niños, nada de lazos. No podías haber sido más explícito. Y yo acepté. Cuando tú sacaste el tema del
matrimonio, con una ostensible precaución por tu parte, yo solo te dije lo que tú querías que te dijera.
—Bueno, pero yo...
—Y luego tú fuiste a tu madre y le dijiste que todo era culpa mía...
— Fluke, ella me preguntó por qué no me había casado contigo, y yo le dije que te lo pedí y que tú me contestaste que no, lo cual era verdad...
—Era una verdad a medias.
—De acuerdo, hablaré con ella y le contaré exactamente cómo fue.
—No es necesario. Ya lo he hecho yo.
—Así que eso era lo que los dos estaban haciendo, cuchicheando en una esquina y haciéndome pedazos.
—No te extrañes. A mí me encantaría hacerte pedazos ahora mismo —replicó Fluke, hirviendo de rabia.
—¡Ah, mira, como en los viejos tiempos! En aquel entonces no atendías a razones, y sigues sin hacerlo ahora.
—¿Razones? ¡Ja! ¿Hablas tú de razones? ¡Lo que hay que oír!
— Fluke, no reconocerías una razón ni aunque te la pusieran delante de las narices.
—Ya sabes la respuesta a eso.
—Si no fueras la persona de peor genio del mundo, te juro que... ¡oh, al diablo con eso!
—de repente lo agarró de la mano y echó a andar a toda velocidad.
—Eh, ¿qué crees que estás haciendo?
—Ven por aquí —se limitó a decirle por encima del hombro.
— Ohm...
—Date prisa.
Segundos después, Ohm estaba subiendo a bordo de un vagón de noria con forma de caballo y no le dejó a Fluke más opción que seguirlo. Se ocupó de instalarlo cómodamente a su lado, reteniéndolo con un brillo de diversión en los ojos.
—¡No! No consentiré que me encierres en este trasto contigo, ¿me oyes?
—Mira, allí está Ingfah con mis padres. Salúdalos.
Ingfah llevaba en la mano un enorme algodón de azúcar. Los saludó con la mano, entusiasmada, y Fluke no pudo hacer nada más que devolverle el saludo, sonriendo para disimular su mal genio.
—Me las pagarás todas juntas —murmuró.
—Pon cara de felicidad.
—La pondría si ahora mismo pudiera ahogarte en la fuente más cercana —replicó Fluke entre dientes —. Insisto. ¿Qué diablos te crees que estás haciendo?
—Estoy deslizando mi mano izquierda por tus hombros, en un típico gesto de
cariño... aunque tú no te lo merezcas —le informó sonriendo.
—En este momento me siento tan cariñoso como un pitón. Quítame ahora mismo la mano de encima.
—Ni hablar, sospecharían algo. Es más convincente si te atraigo hacia mí así...
—Te lo advierto...
—Y te acerco más todavía... de esta forma.
—Suéltame ahora mismo... ¡Ohm!
No debía besarlo, porque si lo hacía el corazón se le derretiría de emoción, y se olvidaría de por qué estaba enfadado con él. Quería seguir enfadado con él.
Tratándose de Ohm, eso era siempre mucho más seguro. Pero ya era demasiado tarde para decirle que no lo hiciera, y él tampoco le habría hecho caso, de cualquier forma. Por el rabillo del ojo Fluke pudo ver a sus padres y a Ingfah, todos riendo de
alegría. Luego el vagón se puso en movimiento, pasó delante de ellos y los perdió de vista.
—No nos ven, así que ya puedes soltarme —le dijo a Ohm.
—No.
—No puedes besarme aquí, en plena Disneylandia.
Finalmente dejó de discutir. Las sensaciones que la estaban abrumando eran demasiado intensas. No era deseo, ni tampoco ninguna otra reacción física. Era pura felicidad o, al menos, un tipo de felicidad que ya había olvidado: la de estar con
aquel hombre, en sus brazos, sin nada más de lo que preocuparse... al menos por unos instantes. Y había estado malgastando el tiempo discutiendo con él... ¿Acaso estaba loco?
Le devolvió el beso antes de acurrucarse satisfecho en el hueco de su hombro, sintiendo que los años, las preocupaciones y el cansancio desaparecían poco a poco.
¿Acaso no podía permitirse descansar aunque solo fuera por un día?
—Eres un canalla —dijo—, pero te perdono.
—Siempre lo has hecho. ¿No estás ya enfadado conmigo?
—Supongo que sí... solo que he olvidado el motivo.
—No importa. Divirtámonos.
—Oh, sí, por favor,
Cuando la noria se detuvo Ohm le tomó una mano, ayudándolo galantemente a bajar del vagón, y lo llevó a una tienda donde un grupo de cocineros estaba elaborando
bombones delante de una admirada multitud. Ohm compró una bolsa y siguieron paseando.
—Cuando era un adolescente solía traer aquí a las chicas —le confesó—. Todos lo hacíamos. Era como un recorrido de rutina; empezabas con el castillo de la Bella Durmiente para poner romántica a la chica y continuabas con los coches de choque
para poder pegarte bien a ella. El remate era la Mansión Embrujada, ¡porque con un poco de suerte era ella la que se agarraba a ti!
—¡Eres un malvado!
—Ya lo sé. Era un truco muy útil.
Rieron juntos, y Fluke deslizó un brazo por su cintura.
—¿Y si empezamos desde el principio... —le propuso él con aire inocente— y comprobamos si mi técnica ha mejorado con los años?
—No hay necesidad. Hazte la idea de que ya hemos hecho ese recorrido y sigamos simplemente paseando.
—Eso suena bien. ¿Sabes? Supongo que, en cierto sentido, es como si acabáramos de conocernos. ¿No tienes esa misma sensación?
Sí que la tenía. Y era maravillosa: conocerse de nuevo, sin dolorosos recuerdos de por medio, nada aparte de la atracción que siempre habían sentido el uno por el otro.
Volver a ser prácticamente unos niños, viviendo en un mundo encantado.
Poco después volvían a reunirse con los demás para comer juntos. Ingfah charlaba sin parar, emocionada. Se sentía absolutamente feliz, y no solo por encontrarse en Disneylandia, sino por estar rodeada de su propia familia. Fluke, por su parte, estaba
profundamente conmovido al verla tan contenta.
Al rato se separaron de nuevo: Ingfah y los padres de Ohm hacia la montaña rusa, y Ohm y Fluke a disfrutar de la más tranquila atracción del barco de vapor. Cuando se hallaban acodados en la barandilla de cubierta, con la mirada fija en el agua,  le
dijo de repente:
— Fluke, ¿puedo preguntarte algo?
—Claro.
—Si pudieras retroceder en el tiempo... ¿qué es lo que cambiarías?
Aquel era un territorio peligroso. Por un instante estuvo a punto de admitir: «Me habría gustado pasar estos últimos siete años contigo». Pero decir eso habría significado presionarlo emocionalmente y poner en peligro todo lo que había ganado.
—Puede que no hubiera querido administrar una casa de huéspedes —respondió con tono ligero—. Todos los residentes son estupendos, pero a nivel culinario es el equivalente a terminar exilado en Siberia. ¿Me comprendes?
—Claro que sí.
—No me extraña nada. Siempre me ha sucedido eso contigo. Antes podía hablarte de cosas que tenían gran importancia para mí, y tú me entendías en el acto. Los demás se quedaban asombrados.
—A mí me pasaba lo mismo: era casi como si nos comunicáramos telepáticamente.
¿Te acuerdas de que solíamos jugar a que uno terminaba la frase del otro?
—Es verdad — Fluke evocó aquellos recuerdos—. Detestaba que cualquier otro intentara hacer eso, pero contigo era distinto. Y siempre acertabas.
—Al igual que tú. Siempre —de pronto se irguió, como si acabara de tomar conciencia de algo—. Eso era lo principal de nuestra relación, ¿verdad? El sexo era algo... secundario.
—Secundario pero magnífico —le recordó Fluke con una sonrisa,
—Desde luego —le tomó una mano y lo miró fijamente—. ¿No cambiarías nada más de tu pasado?
—No —contestó al cabo de un momento.
—¿Nada? ¿Nada en absoluto?
—Lo que sucedió durante todos esos años me dio a Ingfah. Y ella es perfecta. Gracias, Ohm. Gracias por haberme dado a Ingfah, Gracias por todo. Llevaba mucho tiempo
deseando decírtelo.
Ohm había empezado a acariciarle la mano con gesto ausente.
—Nadie me ha llegado tanto al corazón como tú.
—Lo mismo digo de ti. Éramos muy jóvenes y lo vivíamos todo con mucha
intensidad, ¿verdad? Quizá demasiada.
—No lo creo.
Algo en su tono de voz lo sorprendió, haciéndolo alzar rápidamente la mirada, pero Ohm seguía contemplando absorto su mano como si temiera mirarlo a los ojos.
— Ohm, yo...
El barco sufrió una leve sacudida cuando por fin atracó en el muelle. Todo el mundo se dispuso a desembarcar. Ohm se llevó la mano de Fluke a los labios y se la besó antes de ayudarlo a bajar.
No le soltó la mano hasta que volvieron a reunirse con los demás. Después de cenar contemplaron el espectáculo de los fuegos artificiales. Ingfah se quedó admirada,
contemplando el cielo salpicado de luces y colores. Los padres de Ohm también parecían estar viendo aquello por primera vez.
Nadie miraba a Ohm y a Fluke; en medio de aquella enorme multitud era como si fueran invisibles. En cierto momento, Ohm le acunó el rostro entre las manos, con los pulgares acariciándole tiernamente las mejillas. Su mirada era cálida, amorosa y, de pronto, lo besó en los labios, con tanta ternura como un adolescente en su primera cita.
— Fluke —susurró.
Lo besó delicadamente, casi con reverencia. Fluke le devolvió el beso de la misma forma, con más cariño que pasión. Todo aquello formaba parte de un sueño y como un sueño estaba dispuesto a aceptarlo, sabiendo que tarde o temprano tendría que
despertar.
Ohm parecía comprenderlo también, porque finalmente se apartó apoyando las manos sobre sus hombros, con un brillo risueño en los ojos. Pero de repente se estremeció visiblemente.
— ¡Oh, Fluke! —exclamó con voz temblorosa y lo acercó hacia sí, pero no ya para besarlo sino para enterrar el rostro en su cuello mientras lo abrazaba con fuerza—.
¡Fluke, Fluke, Fluke!
Fluke lo abrazó con la misma intensidad. Y ninguno de los dos se dio cuenta de que tres pares de ojos los estaban observando con interés.

Ya era medianoche cuando llegaron a la casa de los padres de Ohm, pero todavía se quedaron un rato allí para cenar algo. A Fluke le habría gustado retirarse a un segundo plano y dejar que Ingfah fuera la estrella, pero la madre de Ohm tenía otros planes. Lo había llamado «hijo mío» y, evidentemente no lo había hecho por simple amabilidad, ya que se dedicó a tratarlo ostentosamente como tal. Fluke se sintió incómodo, pero Ohm no se mostró en absoluto desconcertado cuando Fluke se lo
comentó, en un aparte.
—Es una madre —le dijo él—. Lleva años intentando hacer que siente la cabeza con una mujer u hombre bueno y formal.
—Alguien debería decirle que las mujeres u hombres buenos y formales huyen de ti —repuso resueltamente Fluke  —. Todo esto es por Ingfah, no por mí.
—Bueno, no puede decirse que le alegre mucho la perspectiva de que su nieta se marche dentro de unos pocos días. Quizá esté intentando decirte algo.
—No, es a ti a quien está intentando decir algo, y deberías advertírselo para que no se haga ilusiones, Ohm. No me parece justo.
En aquel momento su madre le hizo una pregunta y Ohm tuvo que ocuparse de ella, no sin antes lanzar a Fluke una extraña mirada. Por fin llegó la hora de las despedidas, pero solo hasta la tarde siguiente, ya que la familia al completo quedó en pasarse por la casa de Ohm para ver su programa en la televisión. Su madre abrazó con gran cariño y efusividad a Fluke. Después, cuando ya se disponían a salir, pareció recordar algo:
— Ohm, antes de que te vayas...
—¿Sí, mamá?
—Ven aquí.
Obedientemente fue junto a su madre, mirándola sonriente. Pero segundos después se tambaleaba después de recibir la más sonora bofetada que ella le había propinado nunca.
—¡Eh, mamá!
—¡Eso es por no habérnoslo dicho! ¡seis  años sin conocer a nuestra nieta! ¡Debería darte vergüenza!
—Me da vergüenza, mamá. Te lo prometo —y se apresuró a apartarse al ver el brillo de furor de sus ojos.
Ohm se sentó rápidamente al volante, frotándose la mejilla. Ya se alejaban cuando le dijo a Fluke, en tono de queja:
—Cuando Namtam no me echa la bronca, me la echas tú. Cuando no la echas tú, me la echa ella. Y cuando no me la echa ella, me la echa mi hija... —al oír una carcajada a su espalda exclamó—: ¡Y tú no te rías!
La niña no le respondió, pero al cabo de unos minutos Ohm oyó un extraño sonido procedente del asiento trasero.
—¿Ingfah? No estás llorando,¿verdad?
—En realidad no, lo que pasas es que... bueno, nos lo hemos pasado tan bien, ya no nos queda mucho tiempo de estar juntos y... —empezó a hipar, llorosa—... y tú te has enfadado conmigo...
Ohm aparcó el coche a un lado de la carretera y en cuestión de segundos salió para estrechar a su hija en sus brazos.
—Cariño, lo siento. Era de broma, no estaba enfadado contigo... Por favor, por favor, cariño, no llores... No puedo soportarlo. Solo dime lo que quieres que haga y papá lo hará, te lo juro...
— Ohm —le susurró en aquel instante Fluke  —, yo también me dejé engañar las primeras veces por ese truco.
—Pero ella está muy alterada, y... —al oír otro sospechoso sonido, Luke se volvió rápidamente para mirar a Ingfah. Las lágrimas anteriores habían desaparecido misteriosamente y resultaba evidente que la niña estaba haciendo evidentes esfuerzos por contener la risa.
— ¡Oh, Papi, si te hubieras visto la cara que has puesto!
—¿Tú...?
—En el colegio nos dan clases de arte dramático.
—¡Pequeña bruja... ven aquí!
Ohm volvió a estrecharla contra su pecho y la pequeña le echó los brazos al cuello.
Fluke los miraba con una gran sonrisa de satisfacción. Había conseguido todo lo que se había propuesto antes de viajar a Los Ángeles, e incluso había revivido un sueño, aunque solo hubiera sido por un día. Y en esos momentos en que la jornada tocaba a
su fin, no podía quejarse de nada. De nada en absoluto.

 De nada en absoluto

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