Capítulo 12

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En el hospital, le dio el nombre de Fluke a la recepcionista.
—En el octavo piso —le dijo—. Pero debo decirle a usted lo que ya le he dicho a los demás: no puede entrar, y va a ser una larga espera.
—¿Todos los demás?
—Parece que el joven Natouch tiene muchos amigos.
Mientras subía en el ascensor, pudo tomar plena conciencia de que se dirigía hacia lo desconocido. Alguien habría puesto a Ingfah al tanto de la situación, quizá incluso el propio Frank. Se preguntó si su hija lo odiaría. El podría soportar esa carga, ya que se lo tenía bien merecido. Pero cuando pensaba en lo que eso podría significar para Ingfah, el mundo parecía tornarse todavía más sombrío y ominoso.
Tan pronto como salió del ascensor, comprendió lo que había querido decirle la recepcionista. Un nutrido grupo se apelotonaba en los pasillos. Ohm llegó a contar hasta siete antes de identificar a Frank, a Elly y a...
—¡Ingfah!
—¡Papá! —el grito de la pequeña cortó el aire, y al momento siguiente se soltó de la mano de Frank para correr por el pasillo hacia los brazos de Ohm —. Sabía que vendrías —exclamó—, aunque el tío Frank decía que no. Me dijo que habías sido muy malo con papi y que habías contribuido a que se pusiera enfermo y que nunca lo habías querido de verdad y que...
Los ojos de Ohm se encontraron con los de Frank por encima de la cabeza de Ingfah.
—Le has dicho muchas cosas, Frank — pronunció fríamente —. Y no tenías ningún derecho a decírselas.
—Y tú no tienes ningún derecho a estar aquí —repuso Frank, tenso—. ¿Cómo te atreves a aparecer así, inquietando a la niña...?
—Me parece a mí que habría estado mucho más inquieta si yo no hubiera aparecido.
—Tú no pintas nada aquí. Si Fluke te hubiera querido, se habría quedado contigo.
—Ya hablaremos de eso en otra ocasión —le dijo Ohm, lanzándole una mirada de advertencia—. Por el momento, me gustaría saber cómo se encuentra.
—Lo están operando —lo informó Elly, reuniéndose con ellos —. Se supone que ya tendrían que acabar pronto.
Los demás se acercaron para presentarse. Estaba el habitual grupo de huéspedes de la pensión: Boun, Earth, Sammy y otros nombres que Ohm no pudo retener. Lo miraron con expresión de condena, pero también con una gran curiosidad. Ingfah le
tiró de la mano para hacerlo sentarse a su lado.
—Papá, ¿por qué papi se marchó así? ¿Fuiste realmente tan malo con él?
—Díselo todo, si es que te atreves —se burló Frank.

—Claro que me atrevo. Sí, cariño, papi y yo tuvimos una discusión y todo fue culpa mía —explicó, estremecido—. Sí, culpa mía. He venido a pedirle que me perdone.
—¿Pero por qué? ¿Qué es lo que le hiciste?
—Cuando descubrí que estaba enfermo, no comprendí por qué no me lo había dicho antes. Lo culpé por eso.
—Yo también —los ojos de Ingfah se llenaron de lágrimas—. Oh, papá, me enfadé con el en el avión. No quería hacerlo, pero no pude evitarlo. Y cuando aterrizamos el se desmayó, y todo por mi culpa... —estalló en sollozos.
—No es culpa tuya, cariño —la estrechó en sus brazos—. Si hay alguien aquí que tiene la culpa de algo, soy yo. Papi debería habérnoslo dicho a los dos pero, ya lo ves, es una persona muy fuerte. Tiende a soportar lo malo el solo, para que los
demás podamos ser felices... —le tembló la voz—. Luego, cuando descubres que ha estado soportando todas esas cosas solo, te duele que no haya podido compartir ese dolor contigo. Pero tienes que comprender... tienes que comprender... que el no...
—se interrumpió. Intentó disimular la desesperación que sentía frente a la niña, pero no pudo hacerlo, y bajó la cabeza para apoyarla contra la suya.

No se movieron después de aquello. Y tampoco lo hizo la gente que rodeaba al padre y a la hija, inmersos en su mundo de dolor, tan necesitados el uno de la otra. Nadie supo cuántas horas pasaron hasta que se abrieron las puertas del fondo del pasillo
dando paso a una cama con ruedas, en la que estaba tendido Fluke, flanqueado por un médico y dos enfermeras. Todo el mundo se levantó como un resorte para observar cómo la pequeña procesión pasaba de largo para internarse en la habitación del otro lado. Ohm alcanzó a vislumbrar el rostro de Fluke por un instante, y sintió que la mano de su hija buscaba la suya.
—No está tan fuerte como a mí me habría gustado que estuviera, pero está aguantando — los informó el médico—. Las siguientes horas serán decisivas.
—¿Pero vivirá? —inquirió Frank—. ¿Puede asegurárnoslo?
—Es muy pronto para hacer promesas.
—Quiero ver a papi —exigió Ingfah.
—Dentro de unos minutos podrás verlo —le respondió el médico—, cuando hayamos terminado de instalarlo en la habitación. Pero solo tú y otra persona más, el pariente más cercano...
—Yo soy el pariente más cercano —afirmó Frank—, dado que no está casado.
Ohm se estremeció de furia, pero no dijo nada, porque de inmediato recordó la petición que Fluke le había hecho en su carta, rogándole que no se enfrentara con Frank por el bien de Ingfah.
—Papá... — Ingfah se acercó a él.
—Esperaré aquí —le dijo,apartándose.
—No —intervino Elly—. Es a ti a quien quiere ver —y le puso suavemente a su marido una mano en el brazo, silenciando sus protestas.

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