Capítulo 8

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Para cuando llegaron a casa, Ingfah ya se había quedado dormida en el asiento trasero. Ohm la subió al dormitorio y la acostó delicadamente en la cama.
—Bueno —anunció Fluke, bostezando—, creo que tomaré un té y después yo
también me iré directamente a la cama.
—Todavía no —le pidió Ohm, deslizando las manos en torno a su cintura e intentando besarlo.
—No, Ohm —se resistió, apoyando una mano contra su pecho.
—¿Qué pasa?
—El día de hoy ha sido maravilloso, pero estábamos de vacaciones y...
—Bueno, todavía lo estamos, ¿no?
Le acarició los labios con los suyos, y Fluke se sintió terriblemente tentado de ceder.
Desde luego que había sido un día maravilloso: ¿por qué no habría de consentir que durara algunas horas más?
— Fluke, desde que llegaste nuestra relación ha sido un tanto... incómoda, y supongo que así debía ser. Pero hoy ha sido distinto. Algo ha sucedido entre nosotros.
—Algo ha sucedido entre el hombre  y el chico que hemos fingido ser, pero eso no cuenta realmente.
—Contaría si quisiéramos que contara — murmuró, acariciándole la frente con los labios—. ¿Es que tú no quieres?
—No, yo no.
—¿Hablas en serio? —ya le estaba acariciando la mejilla, el cuello...
—No lo sé, pero tú no estás siendo justo. Por favor, Ohm, suéltame. Ha sido emocionante, pero ahora tenemos que ser sensatos.
—¿Sensatos? —susurró contra su boca—. ¿Nosotros?
—Sí, nosotros —respondió también en un murmullo. No pudo resistir la tentación de acariciarle delicadamente el cabello, mientras una voz interior le gritaba: «Anda,
hazlo. Solo por esta vez» —. ¡No! —exclamó al fin, liberándose de pronto.
Temblando, se volvió para mirarlo y contempló su expresión asombrada. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no dejarse arrastrar por sus sentimientos—. Lo siento, Ohm, pero... ¿acaso no te das cuenta de que ya es demasiado tarde? No podemos
volver atrás en el tiempo. Fingimos por un día y fue maravilloso, pero ya ha terminado. Ahora estamos en la realidad.
—La realidad — Ohm soltó una carcajada irónica—. ¡Cómo he odiado siempre esa palabra!
—Sí, yo también, a veces. Y esta es una de ellas.
—Entonces...
—Cariño, por favor. Todo es diferente. Yo soy diferente — Fluke esbozó una leve sonrisa—. He madurado y con el tiempo me he vuelto sensato. Y voy a seguir siéndolo.
—Ya. Perdona Fluke, me temo que he malinterpretado... muchas cosas. Tienes razón, por supuesto. No podemos hacer retroceder el reloj. Me he propasado. Olvídalo. Te
prepararé ese té. Mi té inglés es famoso en el mundo entero...
Ya estaba sonriendo de nuevo, casi bromeando, después de haber dado aquel asunto por cerrado. Fluke le devolvió la sonrisa, y aquel momento peligroso pasó finalmente. Después de tomar el té, subió a su habitación. Afortunadamente Ingfah seguía dormida, de manera que pudo tumbarse sigilosamente en la cama, con el pecho oprimido por una inmensa tristeza y frustración. Habría sido una locura rendirse a Ohm y a los deseos de su propio corazón, pero en el fondo, con la mirada perdida en la oscuridad, se arrepentía profundamente de no haberlo hecho.
Ohm no se acostó en su cama. Hizo lo que solía hacer a menudo: tumbarse en el sofá y reflexionar. A veces le sorprendía allí el nuevo día, pensando sin cesar en algo que le había sucedido y que le había afectado de una manera especial. Le había alarmado y desconcertado a la vez descubrir que seguía deseando a Fluke con tanta o más intensidad que antes. «No hay nada tan muerto como un viejo amor», rezaba un antiguo adagio, pero en su caso no era verdad. Cuando en alguna ocasión había
regresado al lecho de algun antiguo amante, se había tratado solamente de un ejercicio de nostalgia. Pero lo que sentía en aquellos momentos no era nostalgia, sino la aguda punzada del deseo. Ansiaba desesperadamente ir a buscar a Fluke a su habitación, desnudarlo y hacerle el amor hasta que ambos quedaran extenuados. Y
luego volver a hacerle el amor. Pero un hombre no podía permitirse pensar esas cosas de alguien que lo había rechazado. Aquello era complicarse demasiado la vida.
Fluke lo había rechazado. Pero no: no había sido él, sino una persona diferente, a medias conocida y a medias extraña, pero absolutamente tentadora. El joven Fluke se había fundido con el maduro, sensato e incluso triste Fluke. No sabía qué era
concretamente lo que había visto en su expresión, pero esta seguro de que escondía un secreto e intenso dolor.
Durante un rato estuvo dormitando, hasta que lo despertó un ruido procedente de la cocina y fue a investigar.
—Soy yo, papá. Quería tomar un poco de leche.
—Son las cuatro de la madrugada. Deberías estar durmiendo como un tronco después del día tan cansado que has tenido. ¿Quieres comer algo?
—¿Un helado, quizá?
—¡Dios bendiga tu estómago! —exclamó Ohm —. Un helado, después algodón de azúcar, bombones... Bueno, toma.
—Gracias.
Ohm se sentó en un taburete de la barra y la observó comer.
—¿Te gusta vivir en una casa de huéspedes, Ingfah?
—Sí, es bonito. Papi me contó que tú solías vivir allí con él.
—Es verdad, pero de eso hace mucho tiempo. Supongo que habrá cambiado
bastante.
—Sí, ahora está toda nueva y arreglada. ¿Te gustaría verla? Tengo algunas fotos aquí.
Espera.
Se dirigió al dormitorio y volvió un momento después con un fajo de fotografías.
— Papi también trajo algunas —le informó, encaramándose en otro taburete—, pero no sé muy bien cuáles son las suyas.
Ohm estudió la casa, que había sido objeto de importantes reformas, sobre todo la cocina. Recordaba que la antigua cocina de Ma parecía verdaderamente de museo.
—¿Quién es ese? —preguntó de repente, señalando un hombre que aparecía al lado de Fluke en una de las fotos.
— Mean. Está enamorado de papi. Constantemente le regala rosas. Mira, en esta otra puedes verlo justo detrás del hombro de papi.
Acercándose más, Ohm acertó a distinguir un ramo de rosas rojas. No dijo nada.
—Y este es Boun—le dijo Ingfah, presentándole otra fotografía—. Se dedica a probar coches para un fabricante y, de vez en cuando, participa en carreras, aunque solo en
Fórmula Tres. A veces va a buscar a papi en su coche y conduce a toda velocidad.
A el le gusta, dice que es emocionante. Es gracioso.
—¿Por qué te parece gracioso?
—Bueno, es mi papi, ¿no? Los papis no suelen hacer cosas emocionantes.
—¿Sabes una cosa? Cuando yo conocí a tu papi, lo encontraba todo emocionante.
—¿Cómo era él en aquel entonces?
—Tremendamente divertido —respondió Ohm con una sonrisa—. Llevaba ropa muy llamativa: vaqueros de color naranja y botas de cowboy rojas.
—¿Papi? —exclamó Ingfah, escéptica—. ¿Seguro que no te has confundido con algun otro novio?
—Oye, no te pases de lista —bromeó—. No tenía ningun otro novio mientras estaba con el. De alguna forma, cuando estabas con Fluke ya no veías a nadie más. El
simplemente encendía el cielo y convertía el mundo en un lugar tan loco y maravilloso como el —al ver la sorprendida expresión de Ingfah,  Ohm se dio cuenta de que sus palabras no tenían demasiado sentido para ella. Era incapaz de
relacionarlas con su padre —. Desde luego en esta foto sí que parece estar
divirtiéndose mucho —añadió.
En la instantánea Fluke aparecía sentado en un descapotable, sonriente, con la melena ondeando al viento. Al lado iba un hombre que, supuestamente, las personas habrían podido considerar como guapo. Ohm no lo sabía: en gustos no había nada
escrito. Le devolvió la fotografía.
—¿Y cómo se siente papi? —le preguntó—. ¿Tiene algún amigo... especial?
—¿Te refieres a alguien que se quede a pasar toda la noche en su habitación?
—Hum... — Ohm se había ruborizado—, sí, supongo que me refiero a eso.
—No lo creo. Nunca la he oído gemir y gritar.
—¿Qué... qué es lo que sabes al respecto? —inquirió, consternado.
—Bueno, una vez tuvimos como residentes a una pareja de luna de miel, y ellos...
—Ya, bien —la interrumpió apresurado, y añadió en un murmullo—: Dios mío, si yo le hubiera dicho algo parecido a mi madre se me habría desmayado.
—Somos una nueva generación. Las cosas han cambiado mucho desde la época en que tú eras joven.
—Anda, vete a la cama. Estás haciendo que me sienta como un anciano.
—Bueno, enfréntate a los hechos, papá. Tú naciste en el siglo pasado.
A esas alturas Ohm ya estaba completamente anonadado. Pero Ingfah ya había desaparecido cuando pudo recuperarse para replicar:
—¡Y tú también!
Una vez solo, miró de nuevo las fotografías, deseando que el hombre del descapotable no fuera tan atractivo. Luego volvió al salón y se sentó en la oscuridad, contemplando el mar e intentando sacudirse la sensación de tristeza que lo invadía.
Ese era un sentimiento con el que no solía perder el tiempo: si algo lo hacía sentirse triste, se ponía a pensar en otra cosa. Pero en aquella ocasión no le resultó tan fácil, y él, el menos analítico de los hombres, se vio obligado a analizar su situación.
Era algo que tenía que ver con el asombro que había experimentado Ingfah cuando él le describió al joven Fluke. No había comprendido nada de lo que le había dicho.
La imagen que tenía de su padre era la de un chico con frecuentes ataques de asma y jaquecas, que le decía cuándo tenía que acostarse y cuándo tenía que hacer los deberes. Los recuerdos que Ohm tenía del radiante y hermoso jovencito que vivía
solamente para el presente carecían de sentido para su hija.
Y aquel jovencito se estaba desvaneciendo por momentos. El  propio Fluke no parecía recordar gran cosa sobre él. Solamente era en el corazón de Ohm donde seguía viviendo, llameante de vida y alegría. Pero él también había cambiado. ¿Qué le había dicho aquella tarde, en el barco? Que su armonía sexual había importado menos, a largo plazo, que la sintonía de sus mentes, de sus almas. Él, OhmThitiwat, había dicho eso, y además hablando en serio. ¡Inquietante! Era el mismo tipo de cosas que habría dicho una persona como Frank, y eso lo alarmaba terriblemente. Quería decir que se estaba volviendo viejo.

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