Capítulo 6

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EL OTRO Local de Ohm estaba situado a medio camino de la avenida de Manhattan.
Su primer restaurante era selecto, ostentoso y caro. El segundo era más divertido. Los precios no eran tan elevados y el menú era muy amplio, con un fuerte énfasis en la comida latinoamericana, que a Ohm le encantaba. Recientemente había contratado a Ramón, un genio mexicano de la cocina.
Ohm enseñó las cocinas a Fluke e Ingfah, que demostró gran interés por todo, y se sentaron luego a cenar. Comieron pasta Creóle, seguida de filetes de salmón al horno
condimentados con jengibre, lima y sésamo, un plato que hizo las delicias de la niña.
Y todavía quedó más entusiasmada con los postres: El Otro Local de Ohm era conocido por su enorme variedad de helados y cremas de chocolate.
Fluke se sentía muy contento por su hija, pero sus propios sentimientos eran algo más complicados. Como le había dicho en cierto momento a Ohm durante la cena, lo había conseguido. Había alcanzado sus objetivos y visto realizados sus sueños. Era Fluke quien todavía no lo había hecho. De repente, se amonestó por estar pensando en esas cosas: ¡como si eso pudiera importar ya!
Poco después advirtió que Ohm se quedaba mirando algo fijamente, con expresión consternada. Siguiendo la dirección de su mirada, descubrió a Dominique inmóvil como una estatua en la entrada, vestida con seductora elegancia, mirando a su alrededor. Namtam no tardó ni un segundo en levantarse para ir a su encuentro,
sonriente.
—¿Cómo es que ha venido? —musitó Ohm  —. Nunca aparece por este restaurante; no es lo suficientemente selecto para ella.
Para entonces, Namtam ya volvía con Dominique a la mesa. La modelo apretó los dientes de rabia al ver a Ohm en el centro de aquella reunión tan familiar.
—Hola, cariño —la saludó él—. Qué sorpresa. Supongo que ya conoces a todo el mundo, ¿verdad?
—Nos conocimos ayer —declaró ella.
—Ah, sí, tú eres la chica que no llevaba ropa... —pronunció Ingfah, toda inocente, y miró a su alrededor. Todos se habían quedado consternados—. Bueno, yo juraría que
no — intentó justificarse.
—Algo sí que llevaba puesto —se apresuró a intervenir Ohm  —. Dominique, ¿qué te apetece tomar?
—Algo bajo en grasas y calorías —respondió la modelo con voz débil.
—Creo que has venido al lugar menos indicado para eso —le confió Ingfah — . Toda esta comida está llena de calorías y es absolutamente deliciosa, ¿verdad, papi?
—Oye, mocosa, ¿es que quieres hundirme el negocio? —le preguntó Ohm con una sonrisa.
—Tomaré una ensalada con agua mineral —apuntó Dominique.
Ohm llamó a un camarero para que tomara nota.
—Papi... —lo llamó Ingfah con tono lastimero.
—No me he olvidado de ti, cariño —y le explicó a Dominique—: Estábamos a punto de abordar la cuestión de los helados en toda su profundidad.
—¿Podemos volver a la cocina? —preguntó la niña.
—No hay necesidad de que nos movamos. Mira.
En aquel momento un camarero acercó a la mesa un carrito circular con cinco pisos, cada uno con un tipo distinto de helado y de crema de chocolate.
—¡Guau! —exclamaron al unísono Ingfah y Namtam.
A Fluke también le encantaba el helado, así como a Ohm. Dominique, con su austera ensalada, se quedó aislada y con un aire un tanto ridículo... como quizá Namtam
había previsto. Desde detrás de una pequeña montaña de helados, Ingfah le lanzó una mirada cargada de compasión:
—¿No te gustaría probar un poco? Está riquísimo.
—No, gracias. Tengo que pensar en mi figura.
—Pero si tienes una figura espléndida... — le comentó la niña, generosa.
—Gracias —Dominique se relajó un tanto.
—¿Realmente tienes que sacrificarte tanto para conservarla?
—Ya basta, Ingfah —se apresuró a intervenir Ohm —. Anda, cómete el helado antes de que se derrita.
—¿Alguien quiere probar el mío? Es de pistacho —ofreció Namtam —. Ingfah, el tuyo de fresa tiene un aspecto delicioso.
Hubo un cruce de cucharillas y exclamaciones de deleite, seguidas de una carcajada general. Luego Fluke e Ingfah quisieron probar simultáneamente el helado de Namtam, con el resultado de que una buena parte del mismo se derramó sobre los elegantes pantalones de Ohm, que estaba en medio de los dos.
—Oh, vaya —exclamó Fluke —. Lo siento mucho. Espero que no te quede mancha.
—Lo siento yo también, papi —dijo Ingfah.
—Es una verdadera pena, ¿verdad? —comentó Ohm con tono apesadumbrado, pero en seguida añadió, bromista—: ¡Vaya una manera de desperdiciar el helado!
Ingfah estalló en carcajadas.
—¿Y tú? — Ohm se volvió entonces hacia Dominique, solícito—. ¿Has salido tú también mal parada de esta pequeña refriega? ¿Alguien te ha manchado de helado?
—Afortunadamente no. Pero acabo de recordar que tengo una cita urgente. Buenas noches a todo el mundo. Ha sido un placer —se levantó, inclinó levemente la cabeza a modo de despedida y se marchó apresurada.
Namtam salió inmediatamente detrás, alcanzándola en la salida. Desde la mesa pudieron ver que Dominique se volvía para hablar con ella. No llegaron a escuchar las palabras, pero resultaba evidente que estaba muy enfadada.
— Tú planeaste todo esto —le espetó a Namtam.
—Te he hecho un favor.
—Dijiste que había que hacer algo...
—Y lo he hecho. En la playa, esta mañana, descubrí un aspecto nuevo de Ohm que nunca antes había visto. Ahora tú también lo has visto, y precisamente te he ahorrado el tener que desperdiciar más tiempo en un hombre que nunca podrás conseguir. Ohm ya está comprometido. Supongo que lo ha estado durante los últimos siete años, incluso aunque nadie se diera cuenta, ni siquiera él mismo.
—Ese insignificante...
—Cuidado, Dominique. Ese chico es muy importante para Ohm. No sé si está enamorado de el, pero lo quiere de una manera en que no ha querido a nadie más, excepto a Ingfah. Algún día me lo agradecerás.
—No esperes que lo haga —replicó Dominique antes de marcharse.

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