VII

162 28 8
                                    

—¡No!—se sentó en la cama completamente horrorizada soltando un grito que perduró durante unos segundos y para cuando vio su panorama soltó un par de lágrimas. Eso ya no le sucedía, más bien, no le sucedía de esa manera. Solo eran pequeñas imágenes no todo tan fluido como si en verdad fuera ella quien vivía eso, la sangre, el dolor en su estómago y hombro, la necesidad de querer morirse y dejarlo todo atrás. Se volvió a recostar dándose media vuelta hasta poder ver la ventana. El sol apenas estaba empezando a salir iluminando con colores naranjas el cielo nocturno. No había dormido bien, la primera pesadilla que le impidió descansar y la puso a deambular, la comida en la madrugada con el amo del castillo y ahora esto. El viento azotó su ventana causándole un salto por el susto, ya estaba asustada y con eso aún más.

El viento siempre azota con fuerza, haciendo crujir las ventanas. Susurra, aulla y canta cuando menos te lo esperas. Puede torcer su voz y darle infinitas formas, aveces casi humanas y eso le aterraba. Trato de dejar de ver hacia afuera, pero se le hizo imposible cuando los árboles se abrieron gracias a aquel tormentosos viento y le permitieron un punto en la lejanía que tenía un poco de brillo, su aldea, las a trochas aún se dejaban ver entre lo claro-oscuro del amanecer. El nudo en su garganta sólo la hizo obligar a su cabeza a voltear y olvidar el canto de las rosas y el viento que conspiraban en su contra. Después de unos segundos de calmarse a sí misma y tratar de concentrarse en la luz brillante del sol saliente se abeto en su cama, se coloco sus zapatilla y camino hacia el único ropero en una esquina de la habitación. El sonido de algo arrastrándose fue suficiente para se diera la vuelta y observará tranquila.

Eran unas malditas, pero sabía que no le harían daño. Las rosas se arrastraban por el viejo piso de madera dejando una maravilla a la vista para ella. Rosas rojas en su habitación, lindas, pero muy peligrosas si es que intentaba tocarlas. Se hizo a un lado para que ellas pudieran continuar su camino hacia lo que parecía ser su mismo destino. Las puertas del ropero se abrieron, las rosas entraron tomando un vestido rosado y hermoso y luego retrocedieron hasta dejarlo sobre la cama.

Elizabeth soltó una pequeña risa por lo extraño que había sido todo eso y volvió a acercarse a su cama. El viento ya no era tan frío y golpeado como hace unos momentos atrás, era más una caricia de una pluma sobre su piel nivea. Con la mayor tranquilidad posible, se quito el camisón blanco con el que había estado todo el día anterior y apenas pudo tomar entre sus dedos la tela rosada cuando formó una mueca.

—Oye—las rosas se alzaron poniéndole atención, eso solo causó más las risas de la joven. Dejó de reír para seguir con su pregunta y miró las plantas. Se sentía una loca hablando con flores—¿Hay algún baño por aquí? —los rosales siguieron quietos pero atentos, sin hablar, por unos segundos elizabeth pensó que tenían una clase de doble personalidad. Durante el día eran pacíficos y callados y durante la noche eran violentas y se dedicaban a torturar mentalmente—Ya sabes, necesito hacer mis necesidades y darme un baño—había pasado por mucho y un momento de relajación a esa hora fría de la mañana era lo que necesitaba.

Por fin, después de largos segundos de estar inmóviles como una planta común y corriente, los rosales empezaron a moverse y estirarse hasta una puerta detrás de su cama. Ella jadeo de sorpresa, aún se mi desnuda la bella mujer se hizo a un lado admirando su alrededor. La cama siendo movida por las plantas bien vivas y fuertes, una puerta de madera oscura con plata decorando los alrededores y haciendo dibujos de mujeres con alas tocando trompetas. Se sintió como uno de esos hombres en los cuentos que ella leía y que descubrían pasadizos secretos en los castillos más antiguos del lugar.

Coloco la palma de la mano sobre la perilla de la puerta, la giro rogando que estuviera abierta, agradeció en voz baja cuando está giro por completo permitiéndole pasar y se sintió como una princesa de verdad al verlo. En verdad era grande, una tina de mármol blanca que incluso le quedaría grande por lo ancha que estaba, un espejo con el cual mirarse, un tocador grande de madera que tenía un cepillo sobre él y varias pinturas de la realeza que nunca creyó ver. Solo faltaba ver joyas en aquellos cajones o que la bata que veía fuera tan suave como las alas de una libre mariposa. Una duda rápida hizo que todo eso se viera opacado y volteo a ver a las plantas

Belle 🌹(PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora