INMINENTE

618 35 3
                                    


—Esto me da un poco de vergüenza contarlo, pero... —comenzó Jinx con un tono que mezclaba inseguridad y melancolía. Sus dedos jugueteaban con una hebra suelta de su cabello azul, mientras su mirada se perdía en el techo, evitando el contacto visual con Ekko—. En algún momento sufrí un daño grave. Fue tan malo que Silco, en un acto desesperado, me llevó al laboratorio de un científico... un hombre desquiciado.

Ekko permanecía en silencio, observando a Jinx con atención. La luz tenue del cuarto, proveniente de una lámpara vieja en la esquina, creaba sombras que bailaban en las paredes, como si reflejaran los demonios internos que ella comenzaba a describir.

—Ese hombre... —continuó, cerrando los ojos como si al hacerlo pudiera ordenar sus pensamientos—. Era el creador del Brillo. Lo usó para "salvarme". Mi cuerpo... ahora tiene más Brillo que sangre. A pesar de todo, si no fuera por la intervención de Silco, no sé qué habría sido de mí.

La voz de Jinx se quebró ligeramente, pero su siguiente confesión cayó como un peso en el ambiente.

—Después de ti... él fue la persona que más he amado.

Ekko sintió un nudo formarse en su pecho. No sabía cómo responder. La habitación parecía encogerse alrededor de ellos, y el silencio que siguió fue casi ensordecedor. El nombre de Silco resonaba en su cabeza, junto con una pregunta que no podía evitar hacerse.

—¿Ese Silco? ¿El mismo Silco que conocí? —pensó en voz alta, aún intentando procesar lo que había escuchado.

Jinx lo miró, sus ojos buscando algo en los de Ekko, como si temiera su juicio.

—Entonces... ¿el Brillo ahora forma parte de ti? —preguntó Ekko, rompiendo el silencio con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—Sí. Es lo que me mantiene viva.

La respuesta fue directa, pero dejó a Ekko más inquieto. Se inclinó un poco hacia adelante, sus manos entrelazadas mientras miraba el suelo, tratando de encontrar lógica en algo que parecía tan antinatural.

—Pero... no te he visto consumir desde que llegué aquí. ¿O sí?

—En realidad no. —Jinx cruzó las piernas sobre la silla donde estaba sentada, encogiéndose un poco de hombros—. Sin embargo, no he notado ningún cambio aparente. Mi cuerpo... se siente normal.

Ekko frunció el ceño, el tono de su voz cargado de preocupación.

—¿Estás segura?

Jinx alzó una ceja, una chispa de malicia asomando en su mirada, y se inclinó hacia él con una sonrisa que bordeaba lo perverso.

—No lo sé... ¿te gustaría comprobarlo?

Antes de que Ekko pudiera reaccionar, Jinx lo tomó en brazos con una facilidad que lo dejó perplejo. Sus movimientos eran fluidos y despreocupados, como si el peso de Ekko no fuera más que un juguete en sus manos. La habitación estaba en penumbras, salvo por un leve resplandor rojizo que se colaba por las cortinas.

Lo depositó en la amplia cama con una delicadeza que contrastaba con su actitud juguetona, y por un momento, el tiempo pareció detenerse. Sus miradas se encontraron, inmóviles, como si intentaran descifrar lo que el otro estaba pensando.

Ekko sintió un impulso que no pudo contener. Extendió una mano, tomando a Jinx por la tela de su camiseta y tirando suavemente de ella hasta acercarla lo suficiente. Sin más palabras, robó un beso que cargaba una mezcla de incertidumbre y deseo reprimido.

Jinx no tardó en corresponderlo, profundizando el contacto mientras el silencio de la habitación se llenaba con el ruido de sus respiraciones entrecortadas. El mundo exterior dejó de existir en ese instante, y todo lo que importaba era el presente que compartían, cargado de emociones que apenas comenzaban a desbordarse.

NOCHES             HUMEDASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora