El renacimiento amoroso de un ser tan decadente como Mefistófeles

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Entre mis cuernos ficticios he encontrado una singular comprensión en una humana de complexiones comunes, pero de mente apacible y curiosa. Tantos sueños asaltados por la realidad en un pasado caótico, ahora tan sólo soy una sombra de lo que fui alguna vez, el pensamiento maligno sigue en mí, pero su ser me agobia tanto, quiero consumirla como el peor de los cánceres que puedo ser. Mefistófeles soy, Mefistófeles seré, pero hoy en día no dudo en llorar, los demonios podemos llorar. No es amor, de nuevo, no es la primera vez que me fijo en una frágil fémina de manos pequeñas y suaves, esto que siento es ofuscación misma con cariño, dado que en parte no quiero dejar de ser la bestia que soy mentalmente, pero al mismo tiempo dejaría mi divinidad por ella.

       Solemos escuchar que los dioses y que los demonios bajaban y subían respectivamente a tentar a los humanos, pero éstos también lo hacían, los humanos, con su simplicidad y peculiaridades. Puedo estar con ella, pero luego de tantos sucesos negativos que me he buscado y otros no es común que quiera destruir sin mucha coherencia, por sentirme lleno, las almas que he absorbido a lo largo de estos centenares de años son vengativas. No he pensado en degollarla, en privarla de su vida, en dejarla ciega, en ahorcarla, arrancarle su lengua de un beso o cortar sus extremidades, preferiría mutilarme a mí mismo y dudo mucho hacerlo en futuro. Qué desgracia, mi carrera pulcra de asesino en serie parece verse interrumpida por unos muslos y por unos labios rojizos de mi gusto.

 

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