Los estigmas de mi cumpleaños

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Las doce en punto.

Mi cumpleaños había llegado, sentía una felicidad que se agrandaba, por alguien que vivía lejos de mí y que no podía tocar ni abrazar. Dolía, pero hacía sentir bien porque no podía herirla físicamente, pero en ese momento quería estar con ella, había sido una persona única conmigo en un momento de soledad y cambio trascendental, de hecho, yo vivía en una metamorfosis continua bastante acelerada.

No era una sonrisa forzada, era algo natural, lo natural no era natural en mí en ciertas oportunidades en donde la apatía y el egocentrismo me dominaban un poco. No había la ira clásica, el pensamiento maligno estaba contenido, no es que no hubiera pasado antes, extrañaba aquella ignorancia infundida en mi cuerpo por medio de los sentimientos, los gestos, el lenguaje corporal. Por un buen rato no me preocupé de los problemas que usualmente me agobian fuertemente, recordé la felicidad verdadera sin ningún tipo de condiciones.

Recordé mi cumpleaños anterior, ella vivía para entonces. La otra no sé si recuerde mi cumpleaños, la que vino después de la primera, que se cansó de mis complejidades y se fue hacia el país de la simplicidad. Mis dos últimos cumpleaños...no los recordaba exactamente, ni siquiera tenía nociones de qué había hecho, me pasaba siempre, olvidaba "nimiedades" para alguien que sólo se enfocaba de verdad en escribir, eso sí recordaba para entonces, hace un año, todo lo que escribía, hoy no lo hago, he escrito tantas cosas en tantas formas que simplemente no me molesto en recordar, si lo necesito lo busco y lo leo.

No había la hiperactividad de otros cumpleaños, en donde pensaba demasiado en el pasado y en el futuro, me cegaba del disfrute, del gozo. Bebiendo una cerveza y tocando mi ukelele me dije a mí mismo que mi 'yo' actual era mejor que mi 'yo' pasado por el simple hecho de aceptar la inhumanidad, de abrazarla, asimismo, de besar a la humanidad para con casos/personas especiales. Eran las seis y cuarto, los rayos apenan penetraban, miraba hacia el horizonte del caos de donde vivía, no era como si esperaba que alguien muriese para celebrar, pero olía aquel peligro excitante que implicaba estar vivo. Encendía el cigarrillo cuando me quemé el dedo índice, la quemadura claramente no era la gran cosa, miré mis dedos despacio, recordé a las tantas personas que habían tocado mis dedos, que habían estrechado mis manos por cortesía e hipocresía. Me excedí encendiéndolo, se quemó un poco, funcionaba. ¿Hacía cuanto que no quemaba un cigarrillo? Hacía dos meses, cuando le dije que no volvería a fumar y cuando no estaba lo hacía, ella lo sabía sin embargo, quemaba los cigarrillos por estar diciéndome a mí mismo que estaba mal aquella acción.

Los gritos llegaron, no había matado a nadie, eran las felicidades ajenas por mi cumpleaños, me sentía sofocado y en peligro, me sentía como cuando el no-infectado es atacado por los que sí lo están, a pesar de ser mi familia y tener mi cariño y mi apoyo los veía como bestias intentando comerme, todos intentaban comerme en mi mundo interno, en el externo también. Grité para mis adentros, reí igualmente, por fuera estaba sonriendo y estrechando manos, con el cigarrillo en la boca, mi madre detestándome por ello, mi padre acostumbrándose - tenía años haciéndolo - y mi abuela juzgándome. Me arrebataron mi instrumento musical, me quedé sin lo poco que me estaba haciendo pensar en las cosas pasadas para bailar, no sabía por qué debía, no sabía por qué lo hacía, me llevaban, yo no bailaba, me obligaban indirectamente. ¿Por qué bailar?

Estaba cansado, no había dormido, me eché en la cama como cualquier otra mañana en la cual amanecía haciendo quién sabe qué. Esos tiempos mundanos los extrañaba y a la vez no, me gustaba estar ocupado, no con exceso de tiempo libre. Dormí unas seis horas, desperté con una erección sin sentido - para variar - y con el cabello como en los 70's. Busqué otro cigarrillo, el encendedor no servía. Bajé las escaleras semi-desnudo con un cigarrillo en la boca, lo prendí en la cocina y me sentí feliz, hacía tiempo que no lo hacía también, también me alegré de no quemarme, al parecer yo era inflamable. ¿Qué quedaba por hacer? Era la una y media de la tarde, no había nada en el televisor, cambiaba de canales de cabeza, quizás sí había cosas interesantes pero me perdía en el humo, tampoco quería encontrar "algo". Las películas que estaban pasando las había visto en su mayoría, no tenía licor, los cigarrillos se me acababan. ¿Era acaso una llamada de la naturaleza?

Fui hacia mi cuarto despacio y me coloqué mi indumentaria futbolística, otra cosa que había dejado de hacer por el asma y por el cigarrillo. Aún me quedaba, no había engordado ni nada similar, pesaba cincuenta y nueve kilos. Lo siguiente era buscar el balón, recordaba haberlo visto, caminé hacia un sitio en donde colocábamos las cosas "viejas", allí estaba el esférico plateado con el que jugaba a los quince años. Llevándolo hacia otro sitio me vi a mí mismo pateándolo emocionado, aquella ignorancia de la que siempre hablo, del placer de la misma.

Las siguientes imágenes debieron ser graciosas, un hombre delgado jugando con el balón y fumando un cigarrillo. Aún conservaba algo de elasticidad, recordaba cómo moverme con el balón, mis piernas habían evolucionado y mis pulmones involucionado. Dominé el balón por un rato y luego hice tiros libres, portaba una camisa negra, sudaba muchísimo, tuve que usar una pequeña cola porque el cabello no me dejaba ver. Extrañamente mi rendimiento fue bueno, mejor que el de antes. Me resbalé y caí encima del balón haciendo una finta, me eché a reír de mí mismo.

¿Acaso siempre la soledad tiene que ser triste? No, no lo creo así.

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