4 - Narciso y Persis

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Una suave caricia me despertó del reparador sueño. Eran parecidas a las que me hacia mamá para despertarme. Unos tímidos rayos de sol empezaron a robarme el sueño, y empecé a abrir los ojos lentamente. Lo que vi me impactó al segundo. Aquello que estaba sintiendo no era una caricia, ni era amor, ni siquiera era una persona la que me estaba dando cariño. Entonces, cuando mi cerebro reaccionó, me levanté de un salto, chille con todas mis fuerzas e hice que aquel gato saliera disparado del susto.

-¿Que demonios haces? - Me preguntó una voz grave desde la puerta. Era Sam. El chico de pelo negro, ojos oscuros bella tez y esbelta figura se erguia en el marco de la puerta, sin camiseta, y con un gato negro en brazos. - Aunque sea un animal tiene sentimientos, la has asustado.

-¿Y que me importa a mi? Aleja esa cosa de mi habitación.

-¿No te gustan los gatos, princesa?- Me preguntó el mirándose en el espejo de mi tocador.

-¿Te gustan los espejos, Narciso?- Le pregunté irónicamente poniendo los ojos en blanco. Me levanté para ir a la cocina a comer algo, y en ese mismo instante, Sam se acercó a mi, y prácticamente a cinco centímetros de mi, dijo:

- No sabes quien soy, princesa, yo puedo ser todo lo narcisista, egoísta y vanidoso que tu quieras, pero resulta que yo estoy dentro de tu empresa,y que seas la hija del jefe no me achanta, así que te pido un mínimo de respeto. - El susurro en mi oído se hizo cada vez más sentenciador, cosa que me hizo estremecer, pero no pensaba caer de rodillas ante aquel engreído.

- Yo no tengo ninguna empresa, y tendrás el respeto que te merezcas, no voy a darte nada gratis. - Dije en voz alta, autoritaria y firme. Pasé por su lado golpeando su hombro con fuerza.

-Lo que tu digas, Persis.

-¿Persis?

-Diosa de una antigua religión de las islas oceánicas. Todo lo que tocaba, lo destruía.

-Seguro te lo acabas de inventar.

-Princesita, tengo una beca para estudiar historia, seguro que no sabes lo que es eso, tu padre está forrado...- Me dijo saliendo de la habitación.

-Pues no es así, yo también estudio con una beca, que lo sepas. ¡Y no me vuelvas a llamar princesa! -Le respondí yo gritando. Escuché su risa de fondo mientras bajaba las escaleras.

En la cocina, no había nadie, ni nada de comer preparado, pero mi estómago se tendría que conformar con algo de fruta. Había en una fuente de cristal una manzana con un aspecto maravilloso. Pronto descubriría con desagrado que aquella manzana, era de plástico. Una risa grave e irritante sonó detrás de mi. Era Sam, cómo no...

-¿Te crees gracioso? Yo al menos tengo comida de verdad en mi casa. - Le dije con la rabia bullendo en mis venas. El seguía riendo sin contestar, así que me fui a mi habitación sin comer nada, y muerta de la vergüenza.

A las pocas horas, tocaron a la puerta. Por ella entró mi padrino, con una bandeja de comida en la mano. Avanzó hasta la cama y puso la comida sobre la mesita de noche.

- Tranquila, es comida de verdad.- Me dijo con cierta gracia en la voz. Yo comencé a reír junto al hombre que había destruido mi mundo y que ahora estaba reconstruyendo poco a poco.

- Me ha dicho tu padre que quiere verte antes del juicio. Si no quieres ir, no tienes porque hacerlo.-

- Si quieto ir, pero para verle la cara por última vez y decirle que no quiero saber nada de su existencia, su dinero o sus negocios.-

- Como quieras. Come tranquila, cuando termines vístete y te llevaré a ver a tu padre.- Me dijo con un suspiro. Yo acepté de buena manera. Yo no le debía nada a aquel que se hacía llamar ni padre. Puede que hubiese protegido a sus socios y a su hija de sus negocios, pero había atentado gravemente a la salud de todo el mundo. Seguramente mi padre era el que les vendría la droga a los pobres adictos del barro marginal, en el sur de la cuidad. Si utilizaba su centro comercial para cortar la droga y distribuirla, ese hombre era capaz de todo.

La Última LágrimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora