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No recordaba cuánto había dormido, lo único que sabía era que me sentía débil.

Lento, con pesadez, me impulse con los codos para poder sentarme. Estaba en algo suave, eleve mis manos a mis ojos, los frote para poder tener mejor visión. Estaba en una enorme habitación, y no solo era enorme, era majestuosa. La cama era amplia, la pared dónde daba la cabecera, estaba decorada con unos cuadros de metal. Todo estaba decorado con tonos oscuros y claros, una plasma enfrente de mi que abarcaba casi toda la pared de la mitad hacia arriba, una mesa debajo de esta, con jarros que se veían que costaban una fortuna. Muebles de fina madera negra, decorando toda la habitación. Hacia mi lado izquierdo, una mini sala con una espectacular vista. Las ventanas abarcaban toda la pared. Alce la mirada. Una lámpara en forma de tulipanes caía en medio de todo el techo, dobles puertas para lo que me suponía eran para el baño y el armario. La alfombra que cubría toda la habitación tenía un estampado de flores esparcidas. Parecía un cuadro.

Era como si estuviera en un sueño.

Baje la vista a mi cuerpo, con la punta de mis dedos tome las sabanas que me cubrían, eran tan suaves, tan delicadas. Las moví para poder observarme. Estaba vestida diferente, tenía un diminuto camisón de seda.

Apenas y podía procesar todo.

¿Cómo había parado aquí?

Lo único que recordaba era estar discutiendo con Alejandro en la limusina.

¿Acaso seguía en un sueño?

Escuché la puerta de la habitación abrirse. Un hombre entró gritando.

—¡Alejandro! ¡Ale-...! —se quedó con las palabras a media boca al observarme—. ¡Lo siento! No sabía que había alguien aquí —bajo el rostro al ver que estaba destapada. Jalé las sabanas y me cubrí—. Perdón por molestar. Solo busco Alejandro —dijo sin despegar la vista del suelo.

—N-o, no sé dónde está —conteste nerviosa.

De verdad no sabía dónde estaba.

El hombre iba a darse la vuelta, cuando la voz de Alejandro resonó.

—¡¿Qué pasa, Tomás?! ¿Por qué tanto escándalo? —Alejandro había salido del que me suponía era el baño.

Me quedé helada. Venía con tan solo una toalla colgada a su cadera, cubriendo de la cintura hacia abajo, el torso desnudo. Tenía un cuerpo tan bien trabajado que parecía modelo de revista. Su estómago era plano. Perfecto. Cuadros marcados en su abdomen y una fina línea de vello oscuro por debajo de su ombligo que corría hasta perderse por el borde de la toalla colgada a sus caderas.

Empecé a temblar imaginándome qué demonios había pasado anoche. Yo no recordaba nada.

—¡Eso mismo quiero preguntarte a ti! —el hombre se veía molesto—, no tenemos tiempo para que estés jugando —dijo aclarándose la garganta dándome una leve mirada.

Deseo incontrolable Donde viven las historias. Descúbrelo ahora