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La humedad en mi mejilla fue lo que me despertó. Me removí tratando de remover las cobijas que me tenían envuelta. Claro, anoche me había envuelto como un gusanillo.

Me senté y limpie mi boca. Estaba toda babeada.

Por la hermosa luz que entraba en la habitación podía notar que era un hermoso día, y para mi maldición, seguía aquí, en la mansión de Alejandro.

Desde que lo había conocido, algo muy dentro de mí deseaba que todo esto fuera una mala pesadilla, de esas que a veces se sentían que no se podía despertar, pero cuando más cerca estaba uno del peligro.

¡Pum! Despertabas.

Ese no era mi caso. Esto era real.
Mis ojos ardieron, pero me rehusaba a llorar. No más, debía dejar de llorar y asimilar todo.

Exhale aire y estire mis adoloridos huesos. Había dormido toda envuelta que no había podido moverme.

Me levanté con pereza. Aún tenía los zapatos puestos, la ropa, todo.

Inspeccione la habitación. Bueno, Rosa me había dicho que todo lo que estaba aquí era mío.

Me encamine al baño para poder darme una ducha. El baño era enorme, hermoso. Me acerqué al espejo y empecé a remover todo; Los aretes que Alejandro había puesto en mí, el vestido. Las mejillas se me calentaron de sólo pensar en como lo había puesto. Por qué se portaba así. No lo entendía. Podía ser delicado y al segundo se volvía un cabrón sin delicadeza.

Removí el rostro para dejar de pensar. Por lo menos no me tenía amarrada en un sótano, o a la orilla de su cama dándome con un látigo. Mierda, ese pensamiento estaba mal, porqué demonios estaba imaginándome a Alejandro con un látigo y yo amarrada. Era mi maldita lujuriosa. Me pegue unas cachetadas para que volviera a su sitio.

Salí de la ducha sintiéndome renovada. En verdad el baño había sido refrescante.

Camine hasta el armario designado para mi. Abrí las puertas y entre en este. Había tanto que no sabía qué escoger. En unos cajones estaba toda la ropa interior, en las paredes todas las prendas para toda ocasión, en una repisa, demasiados zapatos, casi para poder usar un par cada hora. Caí resignada en la suave alfombra.

¿Qué me pondría? Aparte de eso, ¿qué haría hoy? ¿Iría con Alejandro al hotel?

No lo sabía.

Me levanté de nuevo, me acerque a los cajones saque un conjunto de ropa interior. Tome una blusa sin mangas negra. con una falda color nude, unos tacones cafés de punta. Y me dispuse a cambiarme.

Salí lista de la habitación, después de peinarme y maquillarme levemente. No sabía hacia dónde dirigirme. Mi lujuriosa me picaba para que fuera al cuarto de Alejandro, pero esta vez le gane, decidí pasar de largo.

Baje por las escaleras y vi varios empleados caminar de un lado para el otro. Me acerque a una joven pelirroja que estaba ocupada sacudiendo unos jarros.

—Buenos días. Disculpa, ¿dónde está Rosa? —ella me observo algo confundida, después me señaló hacia una enorme puerta. Desvió su mirada para no seguir prestándome atención. Rodé los ojos y camine hasta la puerta que me había señalado. Entre y era la cocina. los empleados me observaron con duda al verme entrar—. Perdón, solo busco a Rosa —dije, tratando de encontrar mi voz, me sentía avergonzada.

Tal vez todos ellos pensaban que yo era la amante de su patrón.

Un hombre mayor se me acercó.

—Buenos días, Señorita —me sonrió. Rosa está ocupada, pero venga conmigo —me señaló hacía el frente—, la llevaré dónde pueda tomar su desayuno giré mis ojos alrededor de la cocina y baje mi rostro en respuesta.

Deseo incontrolable Donde viven las historias. Descúbrelo ahora