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Salimos de la oficina de Alejandro hacía la cafetería.

Tomás caminaba cómo si fuera corriendo, era difícil seguirle el paso. Al ver que batallaba se detuvo.

—Lo siento tanto, es la costumbre. Siempre estoy a las carreras —sonreí negando con el rostro.

—No te preocupes, la verdad es que yo también estoy acostumbrada a correr. A mi antiguo jefe tenía que seguirle el paso —el estómago se me revolvió de solo pensar en el pendejo de mi ex-jefe.

Él ladeo una sonrisa y sus ojos se iluminaron aún más. Llegue a su lado y suavizamos los pasos.

—Ya veo, entonces tenías un empleo parecido antes de venir trabajar con Alejandro —asentí—. Dime qué droga ingeriste para tomar esa peligrosa decisión —rió fuerte.

Era la primera vez que lo escuchaba carcajearse. Él era serio y las sonrisas que siempre me daba eran amables, pero siempre llevaban seriedad en ellas, como si sonriera por protocolo.

Reí de igual forma al escucharlo.

—Bueno, no tuve opción —él se quedó callado. Estaba tratando de recordar algo. Alzó una ceja y giro completamente el rostro hacia mí.

—Tú me dijiste esta mañana que Alejandro te había comprado. No entendí a qué te referías con eso. Además, fuiste tú la joven de la que tuve que investigar —mi pecho se inflo. Acaso él no sabía de las subastas negras que llevaban en este hotel. No, no podía, él debía saber algo.

Había dicho que investigó sobre mí.

—¿Qué fue lo que averiguaste? —él frunció ambas cejas.

—Nada —me quede helada.

—¿Cómo que nada? —tomé una profunda respiración.

—Nada. No encontré registros tuyos de ningún tipo, ni siquiera encontré una acta de nacimiento —me quede pasmada. El miedo empezó a esparcirse por mi cuerpo. No había nada de mí por eso Alejandro creía que yo era una espía. Tome una bocanada de aire antes de desviar la mirada, Tomás me observó directo esperando a que le contara algo más.

—Que extraño, cierto —suspire nerviosa tratando de ignorar esta conversación.

Seguí mi paso para no seguir hablando del tema. Pero no era algo que dejaría sólo así. Tomás comprendió. Al parecer él tenía prohibido indagar más en los problemas de su jefe, bueno, en los personales.

—La cafetería está aquí. Vamos —fue lo único que dijo. Lo seguí.

Llegamos a la entrada y vi una cara conocida.

—Ahora vuelvo, espérame aquí —camine hacía dónde estaba. Platicaba con unas chicas—. No me digas, acaso son las siguientes —murmuré.

Pero el coraje ya me salia por los poros. Él se volteó en el segundo que escucho mi voz. Su rostro se contrajo, me vio de arriba hacia abajo frunciendo las cejas confundido.

Deseo incontrolable Donde viven las historias. Descúbrelo ahora