Deje ir la puerta con fuerza haciendo estruendo en toda la oficina. Miranda salto de los brazos de Alejandro.
Los dos dirigieron su mirada a mí.
—¡Ups! Perdón. No quise asustarlos —dije con muchísima rabia.
Los ojos de Alejandro y los míos no perdieron el contacto visual.
En mi interior se desataban tantas emociones, no sabía que era lo que sentía: Si coraje, celos, emoción, o me daba todo igual.
¡No! Verlo con ella me había hecho sentir mal, no podía negar eso. Pero por qué demonios debía sentirme así. Alejandro no era nada mío. Un momento de calentura no definía nada entre él y yo, no tenía derecho a sentirme ofendida.
Miranda se acomodo el cabello se pasó las manos por la blusa y camino hacia la puerta.
—Alejandro, para la otra ten en cuenta a quienes contratas para que trabajen contigo —me dio una mala mirada.
Maldita perra.
Ladeé una sonrisa y me crucé de brazos. Alejandro seguía con la mirada en la mía, me estaba incomodando.
—Ese es mi problema Miranda. Ahora sal de mi oficina y encárgate de tu trabajo —ella rodó los ojos y me observó de pies a cabeza. Me volteo el rostro molesta y salió de la oficina.
Alejandro rodeó su escritorio y volvió a su silla. Yo seguía parada en el mismo lugar. El ambiente a nuestro alrededor se había vuelto bastante incómodo, la tensión entre los dos era pesada. No habíamos hablado del encuentro de la biblioteca, aunque con él me imaginaba que no había mucho de qué hablar.
Se aclaró la garganta elevó una mano y con el dedo me hizo señas para que me acercara. Me estaban temblando las piernas, además estaba molesta, la rabia que sentía me hacía ver rojo. Pero no le daría el gusto de que me viera mal, me haría la fuerte, actuaría como él actuaba, indiferente.
Camine hasta el asiento y me senté.
—Alejandro, de verdad necesito que me pongas hacer algo. No me gusta estar sin hacer nada —su rostro contraído en confusión era lo que yo estaba esperando.
Puso los dedos en su boca, el estómago me dio una pirueta.
—¿Qué era lo que hacías con Robertson?
Escuchar el nombre de ese jodido viejo me encendía, me revolvía el estómago.
—Era su asistente. Llenaba formas de los casos, hacía encargos. Bueno, hasta que él muy desgraciado me puso en esta desagradable situación —él curvó una sonrisa. Alzó una ceja.
—¿Tan desagradable? —preguntó. Le volteé los ojos.
—Muy desagradable —tomó una profunda respiración.
Quito su atención de mi y abrió su ordenador.
Se puso a escribir en esta ignorándome.
Me rasque la nuca. Me moví en el asiento, su tranquilidad era algo que en verdad me estaba desarmando. Puse los dedos en su escritorio y empecé a jugar con ellos. Tamboriléandolos.
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Deseo incontrolable
RomanceAlessia Rocci siempre soñó con la libertad. Siempre soñó en ser como los pájaros, tener alas y volar, pero nunca imaginó que su deseo se convertiría en todo lo contrario, la libertad que ella añoraba, llegaría de una forma distinta. Su destino ahora...